viernes, 25 de julio de 2008

Yo desde mí

Puedo pasar de la desesperación a la total tranquilidad en un segundo. También de la más infantil alegría a la total oscuridad del pesimismo realista en un abrir y cerrar de ojos. Tengo la intolerable desdicha de la ultra sensibilidad. Puedo crear un mundo a partir de una piedra en el zapato. Puedo criticar cada canción que escucho sin ser capaz de crear media melodía. Puede un gesto casi invisible transformar mi destino y la valoración que tengo del mundo entero. Llevo con alegría desmesurada mi ropa psicópata. Escucho lo que dicen de mí pero sigo siendo igual aunque me cueste la vida. Aunque trato de disfrutar lo simple, mi elevado grado de crítica sobre todo me hace entristecer muchas veces al día. Puedo amar y odiar a la vez y justificar con argumentos sólidos que eso no es una contradicción. Me permito vicios secretos aunque con alto grado de culpa inmanejable. Hablando de culpa, siento culpa hasta por estornudar. Hasta hace poco creía una idiotez eso de “la gente común” cuando cierta celebridad se refería a gente desconocida, hoy lo estoy reconsiderando. Todo lo que hago es pensando en hoy, mañana puedo hacer lo contrario y creo que eso está bien. Puedo ser tan callado como locuaz. No creo en el destino escrito de antemano, aunque algo inexplicable hay en los caminos de todas las vidas. No creo en la vida después de la muerte, aunque no creo que la muerte sea sólo apagar la luz. Muchas veces siento que me pesa vivir, otras que el peso solo lo pongo al plantear estas cuestiones. Podrán decir lo que quieran, sexualmente hablando no hay como un buen beso. Cada vez que miro a mi alrededor veo menos gente querida. Nadie puede medir mis alas, ni siquiera yo, mucho menos cortarlas. El humo que libera este pasto cultivado quizás en Bolivia trota por mi sangre y limpia con Odex los rincones del cerebro, liberando alguna que otra buena idea: la naturaleza es sabia. Puedo jurar que amo con la misma cara que compro un Camel diez, o no. Casi nunca me fijo en el cuerpo, a veces sí. El teléfono celular atenta contra la comunicación verdadera; hace poco una amiga me decía cuánto le perturbaba estar compartiendo una mesa con alguien y que la conversación se interrumpa abruptamente por la campanilla del mensaje de texto. Si eso no es deteriorar la comunicación, díganme qué es. Puedo ser ahora el hombre más demostrativo de afecto y en diez minutos una pared de acero inerte. Seamos honestos, nada bueno puede durar por mucho tiempo. Dios existe. En la puerta del cielo dice “enseguida vuelvo”. El mucho ruido es al silencio lo que la mucha luz es a la oscuridad. Todo tiene su costado inasible, Charles Peirce lo explicó bien. Los verdaderos artistas no pueden ser sino seres desdichados; aunque brillen por fuera la almohada amanece siempre mojada. Tengo la capacidad de escuchar a los demás de tal manera que parece que su discurso me es muy interesante, a esto lo llamo “siesta diurna”. No sé diferenciar lo que pienso de lo que siento, porque de hecho no hay diferencia. La buena suerte me esquivó mucho tiempo, pero el vino y piernas al lado nunca faltaron. Considero valiente al que se ridiculiza concientemente. No me busquen en las calles, de día, búsquenme en los bares, de noche. Siento cierto fiero miedo ciego, cielo quiero, niego quieto y riendo pienso. El papel en blanco es una tortura, como la guitarra enfundada, como el pincel duro de pintura, como la vida de los cagones meticulosos. La llave de mi corazón ha sido arrojada en algún lugar del océano Pacífico y no tiene copia. De verdad, me hubiera gustado ser árbol, pero de esos que se ven desde cualquier ruta argentina, un álamo quizás, y tener muchos pájaros en mis ramas, sentir el agua por dentro, mis raíces moverse, mi cielo y mi sol, poder silbar y disfrutar de mi desnudez otoñal sin vergüenza alguna. Cuidado con la gente simpática, algo está tramando. Definitivamente la mujer debería tomar el toro por las astas y asumir su rol protagónico en cada suceso de la historia. No me culpen, para eso estoy yo. Quien se libera de las culpas tiene media batalla ganada. Mi muerte será por una falla cardíaca, igual no pienso apagar el faso ni un segundo antes. “Puedo escribir los versos más tristes esta noche” (pero igual no llegarán ni al tobillo de lo que mi corazón siente). Puedo dejar a una mujer simplemente para reconquistarla: no hay mejor estado de enamoramiento que el que uno siente cuando busca recuperar un amor perdido. Puede seguir amando uno una vez cumplido el objetivo, pero ya no será igual.

Refutación de la refutación del regreso

“El Regreso no es posible”. Dice Ricardo Poullet, un gran filósofo y pensador. Y cuando habla de Regreso, se refiere a ese regreso que todos anhelamos, al de volver a tiempos pasados. Su argumentación es muy sólida, porque además de detallar unas cuantas incongruencias con respecto al Regreso, asegura que aún volviendo no se vuelve.
Citemos a Poullet: “¿ De qué nos sirve volver a tener diecisiete años sabiendo lo que nos espera? Para ser más puntuales: ¿Declararíamos nuestro amor con tanta emoción a esa rubia adolescente que luego nos rechazaría redondamente?... Seguro que no.” Y fue aún más lejos: “Toda situación que protagonizáramos no sería para nada igual a la primera vez, seríamos un testigo de lujo de nuestros propios olvidos...”
El hombre tiene los pies sobre la tierra. De todas maneras yo creo que hay una forma de Regresar verdaderamente. Una forma que nos permite ser protagonistas, un Regreso en el cual nada es previsible.
Mi Regreso es a través de los sueños.
Los sueños son considerados como algo estéril, que mueren al despertar. Pero a caso no muere la vida cuando apenas uno despierta? ¿No es soñar la manera de vivir situaciones que durante la vigilia nos acosan inconscientemente?
No hace mucho tiempo soñé con el pibe que era hace unos cuantos años. Tenía aquel pantalón azul oscuro que me había traído una tía ya fallecida de un viaje a España, las zapatillas Flecha blancas y la camisa celeste con bolsillo en el lado izquierdo. Estaba en la puerta de mi casa en el barrio de La Paternal, y estábamos todos: el turco Amín, el rulito, el gordo, Juan Cruz, el zurdo y yo. Estábamos jugando a las escondidas. El zurdo “la estaba contando”; “... y el que no se escondió se embroma.”Gritó. Yo me había refugiado atrás del pilar de la casa de don Roque (escondite peligroso teniendo en cuenta el carácter de aquel viejo). Desde allí, agazapado, podía ver al turco y al gordo peleando por ver quién subía más alto al nogal de doña Lita. En ese instante lo vi al zurdo casi a mi lado. Quise entonces saltar de un sólo movimiento el pilar para ir a “la piedra” y salvarme de una casi inexorable próxima ronda contando. Fue allí cuando tropecé y caí de boca al suelo. Me había partido un diente, y no pude (a pesar de la presencia de mis amigos) contener el inevitable llanto. Lloraba mucho. Gritaba. Cuando vi a mi madre salir de mi casa con cara de desesperación desperté. Al separarme de la almohada por la exaltación noté que ésta estaba completamente mojada, al igual que mi rostro. Estaba llorando. Podía aún sentir el dolor de ese diente quebrado. Todo ese día recordé los rostros de aquellos vagos mejor que nunca. Había Regresado.
Me levanté entre una mezcla de alegría y de tristeza. Abrí la ventana y aquel pilar ya no estaba, ni el nogal, ni el zurdo, ni nadie. Tuve la certeza de que los volvería a ver otra vez. Me sentí perdido, sin una edad determinada. Me consolé con La Esperanza de que ellos también Regresaban. Tuve la sensación además de que en ese momento estaba pateando un penal en la almohada de algún viejo amigo.
Regresar es posible. Sólo el que olvida no Regresará jamás y ese nunca podrá ser nuestro amigo.






*Ricardo Poullet es un personaje ficticio.