viernes, 12 de marzo de 2010

Los quiero para mí

Los que no creen en el destino
Los que solos se despiertan
Los que duermen tras las rejas
Los niños y su ingenuidad

Los borrachos de aquel bar
Las putas del camino
Los que en los vicios han caído
Los viejos que no saben su edad

Los que miran la muerte a los ojos
Los que por la farmacia viven
Los que ríen con ojos rojos
Los que teniendo igual piden

Los quiero para mí…
Porque sí.
A pesar de todos,
Los quiero para mí…

Los que en la escuela viven en un rincón
Los que navegan sin timón
Los que siguen al corazón
Los que ruegan por amor

Los que mienten y después piden perdón
Los que comen los restos sin llorar
Los que todo lo han perdido
Los sabinas que no saben cantar

Los que prefieren la claridad de la noche
Los que se ahogan en su saliva
Los que aman en la primera cita
Los que en las rosas solo ven espinas

Los quiero para mí…
Porque sí.
A pesar de todos,
Los quiero para mí…

Los lados malos de los malos
Los que prefieren la lluvia al sol
Los que van a contramano
Los que visten harapos

Los infieles de los infieles
Los malos ejemplos de verdad
Los que no saben rezar
Los que no tienen piedad

Los que en la cama no ponen peros
Los que no corren si el techo se cayó
Los enfermos que se van yendo
Los que rompen el espejo con valor

Los quiero para mí…
Porque sí.
A pesar de todos,
Los quiero para mí…

Letras

Hay letras de canciones que pasan, que poco dicen, que ante la agonía de su propia pobreza, son salvadas por una buena melodía. También hay canciones con apenas buenas letras, que duran, que más allá de la comunión con los acordes, pueden respirar por sí solas.
Pero hay canciones, que antes de ser canciones, son poesía. Que al unirse a su música rozan la perfección al menos por unos minutos. Son esas canciones que quedan en alguna curva de la memoria para siempre. Esta es, para mí, una de ellas.


Y sin embargo (Joaquín Sabina)


De sobras sabes que eres la primera,
que no miento si juro que daría
por ti la vida entera,
por ti la vida entera;
y, sin embargo, un rato, cada día,
ya ves, te engañaría
con cualquiera,
te cambiaría por cualquiera.

Ni tan arrepentido ni encantado
de haberme conocido, lo confieso.
Tú que tanto has besado
tú que me has enseñado,
sabes mejor que yo que hasta los huesos
sólo calan los besos
que no has dado,
los labios del pecado.

Porque una casa sin ti es una emboscada,
el pasillo de un tren de madrugada,
un laberinto
sin luz ni vino tinto,
un velo de alquitrán en la mirada.

Y me envenenan los besos que voy dando
y, sin embargo, cuando
duermo sin ti contigo sueño,
y con todas si duermes a mi lado,
y si te vas me voy por los tejados
como un gato sin dueño
perdido en el pañuelo de amargura
que empaña sin mancharla tu hermosura.

No debería contarlo y, sin embargo,
cuando pido la llave de un hotel
y a media noche encargo
un buen champán francés
y cena con velitas para dos,
siempre es con otra, amor,
nunca contigo,
bien sabes lo que digo.

Porque una casa sin ti es una oficina,
un teléfono ardiendo en la cabina,
una palmera
en el museo de cera,
un éxodo de oscuras golondrinas.

Y cuando vuelves hay fiesta
en la cocina
y bailes sin orquesta
y ramos de rosas con espinas,
pero dos no es igual que uno más uno
y el lunes al café del desayuno
vuelve la guerra fría
y al cielo de tu boca el purgatorio
y al dormitorio
el pan de cada día.