miércoles, 28 de noviembre de 2007

Da la impresión


¿Anybody hear me?


Heart for darkness


viernes, 23 de noviembre de 2007

Fuego en la noche


lunes, 19 de noviembre de 2007

Relativo


domingo, 18 de noviembre de 2007

¿Qué es?

¿Qué es el amor? Me preguntó.
¿Cómo puedo yo saber? Respondí.
¿Acaso no me amas? Se enfadó.
Si amar es sufrir por tu amor, sí.
¿Sufres por mí? Me preguntó.
No sé amar de otra manera, ¿la hay?
Amar y sufrir no es lo mismo. Contestó.
Quien ama bien, sufre, querida.
¿Acaso tú no sufres por mí? Repliqué.
Sólo a veces, dijo luego de pensar.
Será que a veces me amas y otras no.
Pero, ¿Qué es el amor en verdad querido?
El amor es el mar, es tu boca, tu dolor,
Tus palabras, el cielo, cada despertar,
La muerte es amor, lo es el pan,
La rabia, la locura, la indiferencia.
Nada puede no ser amor, querida.
Si todo es amor, nadie puede no amar, contestó.
Quizás. El amor es absoluto o no es,
Pero, ¿Cómo puedo yo saber?

Pregunto

¿Me has visto alguna vez de verdad mujer?
¿Qué guardan tus pupilas de mi luna?

De mis calles, mis faroles, mis vasos…
¿Qué puedes decir mujer?
De mis miedos, mis catarsis, mis penas…

¿Pudiste verme sin la luz de miradas ajenas?
¿Sin las cadenas idiotas, paredes, ni hierros…?
¿Qué huellas ajenas te han marcado?
¿Qué dice tu espejo de mí?

Lamento, llanto, súplica, desmayo,
Desvarío aturdido, cabeza abombada,
Pecho hundido, pulmón ahogado,
Soy.

¿Cuánto de mentira hay en la verdad?
¿O no hay verdad en verdad?
Si de verdad fue tu amor…
¿Cómo se mató una verdad?

¿Qué tiempo me dedica tu lado izquierdo?
¿Qué susurra tu alma de mí en la oscuridad
De tu cama, antes de rendirte a soñar?
Acaso una sonrisa se deje ver al pensar en mí…
¿Acaso mujer piensas en mí?

ADN


The milanga´s truth


Malditos vuelos del `76


viernes, 16 de noviembre de 2007

Pasará

¿De qué están hechos los días?
De minutos, horas y mentiras…
El tiempo es la luz de una vela
Que un suave viento puede apagar.
La constante rutina que duele,
Que empaña, que suele ser mortal,
Que no pide permiso para entrar.
¿Qué es lo que me inspira
En cada despertar?
La suerte parece ser amiga del destino,
A veces mala suerte, a veces no sé.
Los ojos de la gente pidiendo
Un poco de amor, de verdad.
Suspiro cada noche pensando
Hasta cuándo podremos soportar.
La piel que se muere como flor,
Abrazos que son solo recuerdos,
Los soles que ya no brillan tanto.
Cuánta inocencia perdida,
Cuántas ausencias que nos llenan
De tristeza el corazón.
La muerte carece de sentido
Si después es sólo oscuridad.
Colgados de un sueño a la deriva
En el ancho mar navegamos sin cesar.
¿Y qué más nos hunde?
El peso de la moralidad quizás.
Ser, no ser, poder o no poder
Mejor sigamos, mañana lloverá…
Mis días, esos que se han ido,
Los quiero mañana al despertar.
Las penas no pueden ser eternas
Pues nada para siempre ha de durar.
Y quiero volver al vientre vivo
Para no nacer jamás.
Mis días son arena sin mar,
Grises sueños, pesados seguirán.
Ya todo pasará, ya nada quedará.
Mis días y noches dejarán de calentar,
Como la tenue luz de la vela
Que una brisa perdida apagará…

Pastel


Animales


martes, 13 de noviembre de 2007

El viaje

Llevaba ya unas cuatro horas en ese tren. El campo se extendía a ambos lados hasta unirse nuevamente a mis espaldas. El cafetero (vestido completamente de blanco) había pasado unas cien veces ofreciendo lo suyo, y yo le había aceptado otras tantas. A mi lado viajaba una señora de unos cincuenta años, de pelo blanco, que desde que el tren salió de La Estación sólo se limitó a leer un libro de Alquimia o Química, no pude ver bien, (es más probable que haya sido un libro de Alquimia, ya que está probado científicamente que no hay mortal que resista leer un libro de Química por más de hora y media continua).
Mis piernas empezaban a manifestar un dolor casi constante, mi espalda estaba más o menos tranquila. Faltaban aún unas horas de viaje. El sol había empezado a irse hacía rato y sus rayos suaves le daban al verde del campo un tono que mis pupilas nunca antes habían experimentado. La calefacción de ese vagón al parecer no funcionaba, y el frío de esa tarde de agosto penetraba los vidrios hasta mojarlos por completo. Tomé mi saco del bolso que tenía debajo del asiento y traté de dormir. Ya estaba más abrigado y había logrado encontrar un espacio para estirar las piernas y estar más cómodo. Solo restaba darle un tiempo prudencial a mis párpados para que se rindieran ante la monotonía de aquel paisaje. Y como no es posible mirar al cielo o al campo sin pensar y reflexionar, las alas de mis ideas me llevaron lejos de ese tren, lejos de ese campo, lejos de ese viaje.
Y pensando, recordando, uno va asociando experiencias guardadas en esos “cajones” que la mente tiene. Cajones que creemos cerrados bajo llave, pero que en momentos de soledad los abrimos casi como un acto reflejo, y encontramos papeles viejísimos, papeles escritos por gente desconocida pero que a la fuerza nos han hecho guardar sin saber ellos tampoco para qué servían, encontramos también papeles muy nuestros y que a nadie mostraríamos, y papeles aún sin escribir.
Mis alas (prestadas por un rato), me llevaban donde el viento quería y muchas veces sentía la emoción de volar tan alto que nadie podría alcanzarme. Nadie. Mi cuerpo se hacía cada vez más liviano y sentía la libertad de poder tocar el cielo con las manos de mis pensamientos, poder conocer La Verdad.
Ya rendido por el inexorable sueño, y el simétrico ruido de las ruedas del tren, creo que me quedé dormido. La noche ya era ostensible, se veían luces a lo lejos, luces que puedo asegurar eran inalcanzables. La señora del libro preparaba su equipaje para bajar en el próximo pueblo, que quedaba una hora antes de mi destino final. Se escuchó el murmullo de unos niños que habían subido en la estación anterior y que viajaban solos. Hablaban de cómo lloraban sus madres al despedirlos. No se veía en esos rostros la cachetada del tiempo, pero sí la caricia del amor. No tenían más de siete años cada uno. Los dos niños finalmente se rindieron a la partida del tren y descansaron en esos asientos reservados para ellos.
El tren seguía su paso firme, demostrándose seguro de sí mismo y de su destino. Sin embargo, y esto me llamó la atención hasta el límite, la mayoría de la gente que viajaba no se mostraba tan segura del tren al cual habían subido.
En ese instante un relámpago nos encandiló a todos y la lluvia no se hizo esperar. No estaba seguro de estar despertando o si en realidad no había dormido en ningún momento. Bebí casi por completo y de un solo trago un vaso de café hirviendo que aún no entiendo cómo no me lastimó la lengua o la garganta. Un viento enfurecido sacudía el tren, que a pesar de todo no detenía su marcha. En una curva pronunciada y dada la velocidad de la máquina, derramé café sobre mi pantalón. Saqué de mi bolsillo un pañuelo celeste que mi abuela me había regalado junto con otros cinco iguales para mi cumpleaños veintiocho. Limpié mi pantalón como pude, pero la mancha era notable. Cuando ya guardaba el pañuelo, otro sacudón más fuerte me sorprendió, pero en el vaso ya no quedaba café, todo se había derramado. La oscuridad era casi total. Los niños empezaron a llorar. Dos señores, que mostraban cierto tipo de resignación se miraban entre sí buscando una respuesta en la mirada del otro. El tren desaceleró. Muy de a poco iba dejando esa rabia continua que sus ruedas de hierro habían demostrado, hasta quedar detenido. La señora de pelo se alejaba entre algunas personas que también finalizaban el trayecto. Pude distinguirla a través del vidrio alejándose del tren, mirando hacia los costados, como buscando a alguien que no llegaba, como desconociendo “su” Estación, mezclándose entre la oscuridad y los otros pasajeros y las nubes que el mismo tren despedía. No se porqué, pero supe que nunca más volvería a ver a esa gente.
Finalmente, mi tren llegó a destino. Cuando me preparaba para bajar noté que el libro que leía aquella señora aún estaba en su asiento. Lo tomé sin pensarlo y lo puse en mi bolso. Salí del tren. Estaba confundido, no recordaba absolutamente nada. No recordaba de donde venía, porqué había yo tomado ese tren, adónde iba o dónde estaba. Cuando me di vuelta el tren ya no estaba, ni la gente, ni La Estación, era la nada y yo. Quise llorar, pero era ya demasiado tarde. Creí comprender el llanto de esas madres, y de sus chicos más tarde. Busqué algo, alguien, entre esa oscuridad que iba aclareciendo frente a mi. Pero, ¿ no había anochecido hacía sólo unas horas? ¿Qué era entonces esa luz? Tuve miedo. No pude correr. En ese instante de indecisión, de intriga, de sensaciones nunca antes vividas, alguien me tocó, me acarició el hombro como con una caricia de madre. Y con una voz paciente, tranquila, como de alguien que me había esperado toda la vida me dijo: -“Bienvenido, no tienes más que ver la tapa de ese libro para saber de donde vienes, sólo con observar tus vestimenta límpida y ya sin manchas al igual que tu alma entenderás donde estás , y por último, no tienes más que ver tu bolso ya casi vacío para saber a donde irás”.
Mi cuerpo estaba petrificado, una fuerza sobrehumana hizo que mi brazo derecho abriera el bolso de un solo movimiento. Dentro del mismo ya no estaban mis ropas, ni nada, sólo el libro. Y la tapa decía: “Química”. Fue cuando comprendí de qué se trataba todo y qué hacía yo allí.
-“Vamos, hijo, tu viaje recién comienza.” Me dijo el hombre aquel.
Y ya cansado de ese largo viaje, me perdí entre la oscuridad ajena y mi propia luz. Luz que nunca antes mis pupilas habían experimentado.

En punto

A mi derecha el baño de caballeros, con su entrada simbolizada. A mi izquierda la puerta principal marrón. Frente a mí lo demás, no mucho. Fumo. Espero. Bebo. Las once y media. Me saco la campera y pido otro café. ¿Vendrá? Ella es alta y bella, muy bella.
“Hoy día nadie llega a horario”, pensé. Si llego diez minutos antes muestro el alma al desnudo, ansias por verla. Si llego diez minutos más tarde es que ella no me importa demasiado. Por eso es mejor llegar en punto. Pero acá surge algo extraño: ¿Serán mis once y media las mismas que para ella? Esta idea me angustió por un rato, sabía de un modo casi conciente que la respuesta era muy dura. Trago café y miro el reloj, ya es tarde. ¿Habrá entendido once y media, o doce y media? ¿Y si me voy y viene doce y media?
No sería demasiado esperarla una hora más, igualmente sabía que cualquiera fuera el horario yo iba a llegar antes. Y al llegar trataría de disimular mi “error” diciendo cosas como “Hace frío afuera” o “Cómo tarda el mozo en atender”. Entonces le pedí al de bordó que sacara las dos tazas urgentemente. Me miró con cara de pocos amigos, casi con ganas de tirarme la cuenta en la cara. Y esperé.
Las doce. Está bien, entendió doce y media. ¡Es que ponen tan alta la música en esos lugares! El espejo de enfrente iba mostrando cierta transformación en mi cara, y en los demás, que me parece ya no eran los mismos de cuando me senté hacía un rato largo. Pero el presente de ella no lo notaría, a las doce y media llegaría a través de la gente como una reina, Mi reina. Entrará en mi pequeño mundo de cosas nuevas y aterciopeladas. Nada sabrá de mi espera, jamás le diría nada. Tuve ganas de algo un poco más fuerte, pero no hubiera quedado bien si al llegar ella yo mezclaba mi ron con su suave perfume. Una canción me daba vueltas en la cabeza, decía algo como “...When you’re feeling down and your resistance is low, light another cigarette ´n let yourself go…” Las doce y media. En cualquier momento llega, es que los trenes andan cada vez peor, (no se adonde vamos a ir a parar...) El mozo me cambia el cenicero y me mira, como esperando una respuesta. Mi cara lo echó a las patadas limpias. Si me paro para ir al baño sería una jugada peligrosa, si bien está cerca traería dos complicaciones. Por un lado el mozo sospecharía que me estoy retirando y como acto reflejo me traería el papel con el total de siete con cuarenta. Por otro lado, y lo que es peor, podría llegar ella y no verme, irse, y no volver a fijarse en mí nunca más. Casi tiemblo al pensar en esto. “Nadie se murió por no ir al baño una vez.” El mozo me pasa por al lado y llega a la entrada, a mi izquierda. Se queda hablando con un fulano, sosteniendo la puerta con el pié. Entraba una brisa que me congelaba. Y él, con su pelo aceitoso y la yugular hinchada, me miraba de reojo, como diciendo “Nunca vendrá, es demasiado para usted. Reconozca que es un perdedor, pidiendo la cuenta y marchándose por esta puerta, su puerta, su única puerta.” Pero un cualquiera no iba a torcer mi corazón así nomás. Mucho menos alguien a quien no conocía, alguien que me odiaba transitoriamente. Al otro día despertaría pensando en otra cosa, en alguna boleta por vencer o algo así. Sólo lo irritaba el hecho de mi larga estadía, hecho que lo perjudicaba notablemente si tenemos en cuenta que mi mesa era para cuatro. Es verdad, entraba mucho frío y lo del baño ya se transformaba en algo imperativo. Pero no hubiera servido de mucho si me arrimaba a este personaje y le decía “Si ve entrar una señorita alta, rubia, de mirada seductora y cree que busca a alguien, por favor dígale que estoy en el escusado”.
Uno puede confundir las once y media con las doce y media, pero con la una y media creo que no. Quise ir al baño, no me animé. El tema se estaba poniendo difícil. Lo soporté, no iba a dejar pasar el amor de mi vida por un simple capricho fisiológico.
“¡¡¡Mozo!!! ¡¡¡Un cortado!!!”
La una. Trajo el café con poca leche y mucha bronca. La gente se renovaba, yo seguía ahí. No quería mirar el baño, que empezaba a torturarme. Me impuse la heroica tarea de no mirar a los que entraban, mucho menos cuando salían con esa cara de “Ahora sí”. Y bueno, ya que estoy acá espero un poco más. A veces para algunas cosas es tarde y para otras es demasiado temprano. ¿Adónde podría ya ir? Pensaba mientras me cruzaba de piernas y contaba las lamparitas quemadas de la araña por vigésima vez.
La una y cuarto pasaditas, “...creo que no va a venir”. Me aferré a la esperanza de los que se saben sin remedio. Le iba a pedir la cuenta, pero tenía algo de fe que me quedaba en el bolsillo. Entonces me tomé un ron. Si a ella le perturbaba mi olor no hubiera sido digno de su parte hacérmelo saber. Justo en el momento del último sorbo alguien distrajo a mis ángeles con algo más importante porque fue exactamente allí cuando sentí húmedo el costado izquierdo del pantalón, humedad que fue transformándose en mojadura completa y caliente. Durante ese fluir de cafés y otros líquidos no pude más que quedarme absolutamente quieto, hasta la última gota de amor y esperanza que corrió desde mi ser más profundo hasta el piso de algarrobo pulido. Tuve el consuelo de que era muy difícil que alguien notara mi vergonzoso evento, hecho trabajoso teniendo en cuenta lo tenue de la luz de aquel bar. Pero hubo alguien que lo notó. El mozo. Quizás no me vio, pero sí pisó. Es lo mismo. Y apadrinado por un grupo de iguales empezó a hacerlo saber por todos lados, hasta que la risa de cuanta alma se encontraba en el bar se fundió en una sola. Me paré, y desde el fondo de mi vergüenza les grité “¡¡¡Grandísimos hijos de puta!!!” Hecho contraproducente si tenemos en cuenta que el efecto casi inmediato fue el de avivar el fuego de sus risotadas y comentarios. Y allí parado, mientras secaba mi pierna con servilletas de papel “valet” y el mozo se jactaba de su crimen perfecto, pude sentir una mano fría en el hombro. Y escucho, percibo y siento una voz, la inconfundible voz, que me dice “Perdón por la demora”.

Hoy y ayer, mañana

Busco en los bolsillos y nada...
Busco en mis cajones...
Las manos heladas y solas,
La boca rota por vasos ajenos.
Mi cuerpo y mi alma una sola cosa,
Soy corazón enfermo y amor.
Respiro y eso parece ser bueno,
(mientras no lo piense).
Y la largada esta cerca del final,
Demasiado para mi gusto,
Igual uno corre ciego.
...Vivir sin retrovisores,
(sin ayer, sin camino pisado).
Puedo fumar tu vida y morir,
Embriagarme con tu mar desierto,
Colgarme de los pies hasta la sangre.
Apuesto todo a amar
Pero siempre gana el cobre
Que nunca tuve.
Vuelvo a jugar un rato,
Y se me cae una sonrisa prestada
(por un rato).
Tiran piedras de odio,
Ya nadie ha pecado por primera vez.
Y pedir perdón es perder,
El cielo se queda sólo y oscurece.
Mi libertad levanta su propia reja
Con su acero vencido.
Y guarda en el bolsillo de atrás
La llave para escapar un domingo.
Pero te recuerdo un poco más
Y parece que encuentro respiro
(mientras no lo piense).
Casi sale el sol en mi noche,
Casi corto la soga de tu cuello.
Pero la madera se hunde
Y con ella mi verdad de cristal.
Cruzo el puente de mentira
Y empiezo a sobrevivir otra vez.
Y vuelvo después descalzo,
Porque regalé los zapatos
(nunca me importó mi ropa).
Y quiero tu cintura atada a mí
Para decirte cómo soy.
Quiero quererte a mi modo
Y que me quieras a tu modo.
Sueño con verte feliz sin oro.
(¡que tu oro sea yo!)
El tiempo dirá si puedo
Sostener mi locura con un dedo.
Se trata de no esforzarse para ser,
Se trata de no pisar el escenario
Y después quedar vacío.
Sin equipaje de más,
(¡pero tampoco de menos!).
Y la luz se va apagando,
Muy de a poco por el viento
Asesino de aquellas piedras.
Pero puedo encenderlo
Con mi músculo más vivo.
Y me río de los bolsillos
Con monedas que nunca se llevarán.
Y respiro y eso parece ser bueno,
(mientras no lo piense).
Y bajo los brazos
Para levantar la voz
Y va mi puñal de papel
Directo a la costilla del tiempo,
Pero vuelve seco y limpio.
Y la esperanza sigue en la clepsidra
-Ciega, sorda-.
¡Muero tantas veces en el día!
Y gano otras tantas carreras secretas.
Con espejos es muy difícil saber quién soy
Prefiero tu palabra que refleja mejor.
Y dibujo tu cara en la arena
Con la libertad en tu ojo derecho,
Y el mar, y el cigarrillo...
Te pido paciencia
Ya voy a estar bien te lo juro.
Soy corazón enfermo y amor
Prefiero así, si esto es morir.
Llueve con sol y quema el hielo,
¿Acaso importa por qué?
La brújula miente a cada paso,
(mientras no lo piense).
No existe corazón blindado
Quien no amó no vive, espera.
Las veredas de siempre se doblan
Por las caretas pesadas
Que compramos y tiramos.
Corro a mi sillón de pana verde,
Y con un vaso ajeno
Me quedo viéndote más vivo que nunca.
Y la largada está muy cerca del final,
Demasiado para mi gusto.
Igual todos corren ciegos.

No palabras

Palabras, palabras nada más.
Como regalos para armar,
Son madera sin lustrar,
No palabras nada más.

Las busco desde siempre,
Las busco y se me van.
Pero vuelven hasta mí,
No palabras nada más.

Dar la vida por palabras,
Dar la vida con palabras.
Cualquier palabra es mía,
No palabras nada más.

Me asustan, me abrazan,
Todas buscan su lugar.
El viento me las trae,
No palabras nada más.

Ojos cerrados

En mi libertad prohibida
Encuentro tus ojos cerrados
Que han nacido para mirarme.
Puedo jurar que he de amarte
Y eso no será suficiente jamás.
Un niño hay en mi alma
Y no entiende la razón
Para abdicar su esperanza
De brazos abiertos al amor.
Puedo dormir, morir también
Antes de empezar a quererte,
Con mi bandera valiente,
Enfrentando la tormenta gris.
Soy el espejo roto de palabras
Que nunca pude decirte.
Ya no espero nada del tiempo.
Aunque sólo se pierde lo ganado,
No se gana sin haber perdido.
Y es allí donde encuentro aire.
El cuero gastado de mis días
Se vuelve aún más viejo,
Se deshace como barro mojado.
Las manos suicidas, muy mías
Tiemblan con la soga espesa.
Y dejo de ser en un instante
Para colgarme de la oscuridad.
Mi sangre se detiene, se congela,
Mis ojos se cierran de a poco.
En mi soledad encuentro paz,
En mi muerte encuentro paz,
En mi libertad prohibida
Encuentro mis ojos cerrados
Que han muerto para mirarte.

Un día

Un día seré libre de mí.
De mi llanto, de mi peso.
Ese día llegará,
Lo siento y lo respiro.
Todo será blanco y puro.
Las cadenas se fundirán
Bajo mis pies cansados.
Un día seré mi testigo
Y sabré reír.
Nada pesará en mis hombros,
Ni el miedo, ni el recuerdo.
La arena de mi tiempo
Será infinita.
Un día aprenderé a volar
Con alas que sabré parir.
Nadie me esperará
Del otro lado y ya
No me importará.
Un día seré corazón
Alma, amor, reposo.
La oscuridad alumbrará
Mis huesos fríos, acostados.
Un día mi cuerpo no será mío
Y el dolor será pasado.
Mis ojos se hundirán,
Mis manos abiertas se irán,
Lo visible polvo será.
Y volaré entre los cielos,
Entre viejos amigos
Que me cuidarán.
Un día será despertar
Siendo agua, aire y tierra.
Los llantos no perturbarán
Mi vuelo eterno jamás.
No habrá ropas ni testigos,
Sólo viento y algún mar.
Un día seré todos y uno solo,
Seré flor viva, amanecer.
No habrá tiempo atrás
Que empuje mis días.
Tendré en mis puños celestes
Un mapa sin caminos.
Ese día llegará
Y con mi pecho abierto
La vida comenzará.

En la noche

Las sombras borran arrugas
Los tejados despiertan
Las brazos buscan abrazos
Las bocas desean bocas
Las palomas vuelan más alto
La viuda sueña en presente
El ron sabe a mate
La claridad es azabache
El amor es la flor del día
El sol anda perdido
El mar levanta su voz
Los miedos se desnudan
Los faroles resucitan
Los colores se embriagan
El reloj corre y camina
La fiebre quema sus manos
La mentira es más piadosa
La calma desespera
El corazón es aljibe seco
El papel ruega por tinta
La ausencia juega sin piedad
Mi Calamaro humea mejor
La incoherencia gesta ideas
El viento silba canciones sublimes
Dios oculta la verdad
La soledad se hace muralla

Hoy

En la soledad del Titanic
Vive mi alma esperando.
Hundido en su inmenso mar
Mi corazón late arena y sal.
Por mis venas heladas y oscuras
El canto mudo de mi pasado gris.
Con las sienes hinchadas de odio
Tras hierro y cemento duermo.
El pájaro y la libertad se han ido
En busca de horizontes ajenos.
Aunque viva mi alma esperando
Y mis ojos rojos no puedan mirar,
La soledad acompaña en silencio
Con lágrimas que se acaban.
La tumba abre sus brazos
Y prende las velas para mi.
La música, las palabras, el aire
Me asesinan con sus gotas.
Hundido en el Titanic
¡Qué sólo me siento hoy!

Dime tú, mujer

¿Qué quieres que sea hoy?
¿Tu esclavo? ¿Tu sombra?
¿Agua? ¿Aire? ¿Mar?
¿Qué me pedirás hoy mujer?
¿Que me aleje? ¿Que me acerque?
¿Que te abrace? ¿Que te bese?
¿Que vaya? ¿Que venga?
¿Que esperas de mí mujer?
¿Que llore? ¿Que ría? ¿Que calle?
Dime tu, mujer
Lo que quieras seré.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Perder y ganar

Hubo un día en el que perder fue ganar. La paradoja que les cuento se dio internamente como una complementariedad de sus dos caras. Ganar era lo que buscaba, perder fue lo que ocurrió. Sin embargo, al fin de cuentas, lo que perdí de ganar fue lo que hubiera resultado perder verdaderamente. Para ser honesto, la posibilidad de la derrota no la había considerado en un principio, porque ganando o perdiendo, de alguna forma algo ganaba. Entonces me conformé con probarme que podía ganar.
Pero perdí. Y gané.
No es contradictorio si pensamos que lo que yo creía que hubiera sido ganar era realmente perder redondamente. Por eso creo que haber perdido significó ganar en algún sentido.
Ganar es una forma de entender la vida, de pararse frente al mundo. Perder es la decepción ante el fracaso de situaciones probatorias en el sentido de la competencia social. Precisamente es esta puesta a prueba en relación a los demás lo que nos hace perder, pero perder verdaderamente. Y acá la pérdida es doble: por un lado perdemos para los demás (primera condena hacia el perdedor); y por otro lado perdemos para nosotros mismos.
La competencia actual es constante, es una batalla que no descansa, no permite rendición sin considerarla en sí misma un verdadero acto de “antisociabilidad”. Porque vivir en sociedad hoy es competir en sociedad, vivimos probándonos, perdiendo y ganando. Y aquí y ahora podría introducir otro factor inalienable y fundamental dentro de la competencia actual: el dinero. El dinero ha sido endiosado de tal forma que hasta sangre cuesta, es el fetiche por excelencia. La batalla social gira en torno al papel legal, como si nos sumara minutos de vida, de verdadera vida. No me interesa describir la exagerada y estúpida importancia del papel moneda en lo más mínimo, doy por supuesto que quien lee estas líneas sabe lo que el dinero significa hoy día. Quien se rinde, quien abandona la competencia por el papel legal para dedicarse al verdadero arte, a pensar, a sentir la vida verdadera de la única forma posible, es considerado un ser humano que eligió el camino de la derrota y por ende el de la condena como si fuera ésta un sistema de autoflagelación asistida. Ser “antisocial”, ser perdedor para los demás, pararse fuera del tablero tiene su precio, su guillotina en estado de alerta. Almas listas para propinarnos el peor de los castigos hay a montones, hasta nuestros seres más amados, y quienes jamás nos harían un daño conciente son capaces de cortarnos el cuello de nuestra esperanza simplemente por mear fuera del tarro capitalista, inhumano, animal, salvaje.
Este sistema ha invertido los valores y sentidos y los ha llevado a un punto en donde el regreso a viejas tradiciones, a antiguas formas de interpretar la realidad, de simbolizar el mundo objetivo, es casi utópico. Las transformaciones lentas y no tan lentas, impuestas y luego internalizadas por todos que se han dado a lo largo de la historia humana nos han arrastrado hasta nuestro propio estiércol. Ya no se tratará, lamentablemente, de revoluciones que busquen un cambio sólo en el modo de producción, o de quién detenta el poder. Ganar y resignificar la vida misma hoy en día sería factible sólo a partir de la destrucción total de la vida misma. Extraña paradoja, si se quiere. Un verdadero punto de partida sólo sería posible pensarlo desde la destrucción física del planeta con todos los preceptos lamentables que él conlleva. ¿Deberíamos esperar que Dios reparta las cartas de nuevo, con nuevas reglas de juego, sin manzanas del pecado, sin luchas por el poder, sin religiones, sin el deseo natural del sexo, sin armas, ni factores psicológicos que simpaticen con la tentación? No, no creo que eso sea suficiente. Dios no lo había pensado así. Y sin embargo acá estamos, de esta forma. Perdón: ¿Dios sabía lo que vendría? ¿Y si lo sabía, por qué nos creó, para qué?

Como les decía, perder fue ganar. Esa tarde, cuando ya exhausto de idas y venidas, de filas y colas interminables, me dijeron que mi perfil “no era el requerido por la empresa”, entendí que había ganado. Hoy, gracias a mi perfil poco solicitado soy completamente libre, sin cadenas hechas con corbatas de acero ni barrotes oficinísticos, sin sueldo, salario ni remuneración. La selva gris siempre guarda restos para mí, he aprendido a apreciar el arte, el amor, la dicha de sentirme diferente. Aprendí a entender la Muerte como un pasaje Divino y del cual nadie debe escapar o temer. Mi barba blanca, mis pies sucios, mis manos ajadas, mi mirada firme me acompañan y me dan fe.
Ese día gané. Ese día fue el día más importante de mi vida. No fue patear el tablero, fue mucho más que eso, fue quemarlo y construir uno nuevo, pensado por y para mí. El costo fue muy alto, lo sé, pero nada importante se logra sin pagar cierto precio. El destino no está escrito, y si lo está uno tiene la posibilidad, quizás la obligación, de transformarlo desde una resignificación puramente propia.
Hoy paso mis días de vagabundo riéndome de la gente y sus sueños hechos con el cartón más barato.
Usted, lector accidental de mi camino, ¿de qué juega en su tablero social? ¿De peón o de Rey?

Conducta humana


viernes, 2 de noviembre de 2007

During dreams


jueves, 1 de noviembre de 2007

Fogata


Refutación de la refutación del Regreso

“El Regreso no es posible”, declara Ricardo Poullet, un gran filósofo y pensador. Y cuando habla de Regreso, se refiere a ese Regreso al que todos anhelamos, al de volver a tiempos pasados. Su argumentación es muy sólida, porque además de detallar unas cuantas incongruencias con respecto al Regreso, asegura que aún volviendo no se vuelve.
Citemos a Poullet: “¿ De qué nos sirve volver a tener diecisiete años sabiendo lo que nos espera? Para ser más puntuales: ¿Declararíamos nuestro amor con tanta emoción a esa rubia adolescente que luego nos rechazaría redondamente?... Seguro que no.” Y fue aún más lejos: “Toda situación que protagonizáramos no sería para nada igual a la primera vez, seríamos un testigo de lujo de nuestros propios olvidos...”
El hombre tiene los pies sobre la tierra. De todas maneras yo creo que hay una forma de Regresar verdaderamente. Una forma que nos permite ser protagonistas, un Regreso en el cual nada es previsible.
Mi Regreso es a través de los sueños.
Los sueños son considerados como algo estéril, que mueren al despertar. Pero a caso ¿no muere la vida cuando apenas uno despierta? ¿No es soñar la manera de vivir situaciones que durante la vigilia nos acosan inconscientemente?
No hace mucho tiempo soñé con el pibe que era hace unos cuantos años. Tenía aquel pantalón azul oscuro que me había traído una tía ya fallecida de un viaje a España, las zapatillas Flecha blancas y la camisa celeste con bolsillo en el lado izquierdo. Estaba en la puerta de mi casa en el barrio de La Paternal, y estábamos todos: el turco Amín, el rulito, el gordo, Juan Cruz, el zurdo y yo. Estábamos jugando a las escondidas. El zurdo “la estaba contando”; “... y el que no se escondió se embroma”, gritó. Yo me había refugiado atrás del pilar de la casa de don Roque (escondite peligroso teniendo en cuenta el carácter de aquel viejo). Desde allí, agazapado, podía ver al turco y al gordo peleando por ver quién subía más alto al nogal de doña Lita. En ese instante lo vi al zurdo casi a mi lado. Quise entonces saltar de un sólo movimiento el pilar para ir a “la piedra” y salvarme de una casi inexorable próxima ronda contando. Fue allí cuando tropecé y caí de boca al suelo. Me había partido un diente, y no pude (a pesar de la presencia de mis amigos) contener el inevitable llanto. Lloraba mucho. Gritaba. Cuando vi a mi madre salir de mi casa con cara de desesperación desperté. Al separarme de la almohada por la exaltación noté que ésta estaba completamente mojada, al igual que mi rostro. Ya despierto, continuaba mi llanto. Podía aún sentir el dolor de ese diente quebrado. Todo ese día recordé los rostros de aquellos vagos mejor que nunca.
Había Regresado.
Me levanté de la cama con una mezcla de alegría y de tristeza. Abrí la ventana y aquel pilar ya no estaba, ni el nogal, ni el zurdo, ni nadie. Tuve la certeza de que los volvería a ver otra vez. Me sentí perdido, sin una edad determinada. Me consolé con la eperanza de que ellos también regresaban. Tuve la sensación además de que en ese momento estaba pateando un penal en la almohada de algún viejo amigo.
Regresar es posible. Sólo el que olvida no regresará jamás y ese nunca podrá ser nuestro amigo.






*Ricardo Poullet es un personaje ficticio.