domingo, 15 de junio de 2008

Secuencia

Qué bien ese pasto, fue una caricia más que humo lo que dejó. Pocas palpitaciones, cero paranoia, cero culpa. Las plantas le hablan, lo llaman por su nombre, cantan con felicidad y brindan a su salud con vasos imaginarios y sus manos de tallo. El mar del cuadro tiene olas de dos metros y a lo lejos, en el fondo de la secuencia, se ve cómo los pescadores de barba plateada juntan parsimoniosamente la red vacía. Cosquilleo en los brazos, temblor en el labio superior, costado derecho semirígido. Las agujas del reloj se abrazan a las seis y media. Su alma en bajada y con viento a favor. Se ríe y se busca en el espejo. Enciende la luz, la diferencia de tiempo entre la presión de su pulgar sobre la tecla y la aparición lumínica desde los sesenta watts fue de ocho segundos. No fue falla de la tecla. Parado frente al cuadrado marco especular se refleja con los ojos sangre. Una mano aparece en el espejo, se ríe aún más porque en el rincón más oscuro de su subconsciente sabe que todo esto es producto de la naturaleza. El espejo le devuelve su imagen detrás de una nube. La superficie del vidrio es un río que se mueve, y él se ve ahí danzando en el agua marrón, con una sonrisa que no es propia de él normalmente. El hambre espera. Miles de imágenes se superponen, es un collage de recuerdos vivos. Sin el efecto de la planta estas imágenes no serían tan nítidas. El subconsciente aflora, se muestra sin vergüenza, se manifiesta cuando se rasca la entrepierna sin importarle que alguien pueda verlo . Se ríe satánicamente, quiere encender otro y no tiene. Se angustia una milésima de segundo y luego se vuelve a reír. La música se termina, pone repeat. La escucha a lo lejos, como si viniera de la casa de al lado, con retrazo ¡pero el parlante está frente a él! El olorcito a pastel de papas del otro día lo envuelve. Las voces de ausentes susurran como abrazos presentes. Pelea de gatos o carrera de kartings en la bachicha, heladera vacía. Pan duro, manteca. Qué rico. Sprite sin gas, qué rica. En bolas frente a la pantalla. Se imagina que si le da un infarto y se muere lo van a encontrar en pelotas con el cenicero repleto de pasto quemado y se asusta. “¿Si me muero cómo le voy a explicar al mundo desde el hueco oscuro de mi tumba que esto no era mío, que estaba ahí cuando llegué?” Se pone el calzoncillo al revés. Se ríe. Ni loco se lo saca para ponérselo bien. Le mentiría al mundo desde la tumba, cuando le fueran a poner flores de vez en cuando, para algún doce de octubre o alguna Navidad. Todo se opaca por sus pensamientos grises. Se tira en el piso helado. La lámpara, cementerio de moscas, hace círculos cada vez más grandes. Va a chocar. ¿Va a chocar? Se prende la televisión. Se apaga. Algo se prende fuego. ¿Es afuera o adentro? La cero paranoia de antes ahora es cero coma uno. Una serpiente recorre sus tripas, le agrada la sensación de su piel escamosa por dentro de las achuras. Se para. Se tira en el sillón. El geranio lo mira espantado, sabe lo que piensa, nunca le gustó esa planta. Algo personal tiene con él, seguro. Una araña le recorre el brazo. No intenta detenerla, se siente acompañado. Trepa con sus extensas y flacas patas hasta el cuello, luego por un costado trepa hasta su oreja, parece sentarse de rodillas y le pide una moneda. “No tengo má” le contesta. El bicho se va refunfuñando. Desde la puerta de su cueva hace un gesto "tipo fuck you" pero en su idioma. La corre con la chancleta para hacer justicia pero la muy veloz se escapa aprovechando su diminuto tamaño. Vuelve al sillón un poco mareado. Alguien se lo corrió, terminó en el suelo. Eso dolió carajo. Como el Conde de Montecristo se siente bien contra lo duro y liso del piso. Fría sudoración. Sueño lejano. Ojos como platos. El corazón cumple. Mueve las piernas, los dedos. Se sienta luego en una silla de madera. El mar del cuadro se serena, los marineros ya juntaron sus redes. Sale la luna y se refleja en el agua calma. Las agujas del reloj siguen abrazadas a las seis y media. Ve una foto sobre la mesa que tiene vida, los que posan dicen güisqui, por detrás de los que posan un perro ladra. De pronto el flash que los enceguece, el grupo se desarma y cada uno va en busca de su vaso. Brindan por un año mejor. Comen nueces y beben sidra. Quita la mirada de la foto y la ubica como puede en un almohadón verde manzana. Noble invento el almohadón. Vuelve los ojos a la foto. El tiempo allí regresó y están todos posando, inmóviles. Rompe la foto. Intenta pararse, las piernas no son suyas. Se niegan a su orden a través de su quietud. Se ríe de sí mismo. Apoya los brazos cruzados sobre la mesa y la cabeza sobre los brazos. Escupe. La saliva rumbea hacia el borde de la mesa ayudada por Newton. Se duerme. Se para horas después y es de día. Se viste. Marineros estáticos, recuerdo de la araña, almohadón inanimado, lámpara gris. El timbre suena y lo devuelve a la otra realidad.

miércoles, 11 de junio de 2008

La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver*

(segunda edición en este blog)


El uso de los alucinógenos puede equipararse a las prácticas ascéticas: son medios predominantemente físicos y fisiológicos para provocar la iluminación espiritual. En la esfera de la imaginación son el equivalente de lo que son el ascetismo para los sentidos y los ejercicios de meditación para el entendimiento. Para ser eficaz el empleo de las sustancias alucinógenas ha de insertarse en una visión del mundo y del trasmundo, una escatología, una teología y un ritual. Las drogas son parte de una disciplina física y espiritual, como las prácticas ascéticas.
Las drogas no son fines sino medios. Si el medio se vuelve fin, se convierte en agente de destrucción. El resultado no es la liberación interior sino la esclavitud, la locura y no la sabiduría, la degradación y no la visión. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años. Las drogas alucinógenas se han vuelto potencias destructivas porque han sido arrancadas de su contexto teológico y ritual. Lo primero les daba sentido, trascendencia; lo segundo, al introducir períodos de abstinencia y de uso, minimizaba los trastornos psíquicos y fisiológicos. El uso moderno de los alucinógenos es la profanación de un antiguo sacramento, como la promiscuidad contemporánea es la profanación del cuerpo.
La acción de los alucinógenos es doble: son una crítica de la realidad y nos proponen otra realidad. El mundo que vemos, pensamos y sentimos aparece desfigurado y distorsionado; sobre sus ruinas se eleva otro mundo, horrible o hermoso, según el caso, pero siempre maravilloso. (La droga otorga paraísos e infiernos conforme a una justicia que no es de este mundo, pero que, indudablemente, se parece a la del otro según lo han descrito los místicos de todas las religiones.) La visión de la otra realidad reposa sobre las ruinas de esta realidad. La destrucción de la realidad cotidiana es el resultado de lo que podría llamarse la crítica sensible del mundo. Es el equivalente, en la esfera de los sentidos, de la crítica racional de la realidad. La visión se apoya en un escepticismo radical que nos hace dudar de la coherencia, consistencia y aun existencia de este mundo que vemos, oímos, olemos y tocamos. Para ver la otra realidad hay que dudar de la realidad que vemos con los ojos.
David Hume decía: “Nada cierto podemos afirmar del mundo objetivo y del sujeto que lo mira, salvo que uno y otro son haces de percepciones instantáneas e inconexas ligadas por la memoria y la imaginación. El mundo es imaginario, aunque no lo sean las percepciones en que, alternativamente, se manifiesta y se disipa”. Agrega: “When I view this table and that chimney, nothing is present to me but particular perceptions, which are made with all other perceptions”.
Lo que llamamos realidad no son sino “descripciones del mundo, pinturas”. Estas descripciones no son más sino menos consistentes e intensas que las visiones del efecto de la alucinación en momentos privilegiados. El mundo y yo: un haz de percepciones percibidas (¿emitidas?) por otro haz de percepciones.
La consecuencia son los escépticos. Como tal, usan la razón para mostrar las insuficiencias de la razón, su sinrazón secreta. La sinrazón de la razón, la incoherencia, aparecen también en la crítica de la razón. Para no contradecirse el escéptico tiene que cruzarse de brazos, resignarse al silencio y a la inmovilidad. Si quiere seguir viviendo y hablando debe afirmar, con una sonrisa desesperada, la validez no-racional de las creencias.
La función del humor no es distinta de la de las drogas, el escepticismo racional y los prodigios: Los brujos del humor se proponen a través de estas manipulaciones romper la visión cotidiana de la realidad, trastornar nuestras percepciones y sensaciones, aniquilar nuestros endebles razonamientos, arrasar nuestras certidumbres, para que aparezca la otra realidad.
El mundo de todos los días es el mundo de todos los días. Pero la otra vida está aquí. Sí, allá está aquí, la otra realidad es el mundo de todos los días. En el centro del mundo de todos los días centellea, como el vidrio roto entre el polvo y la basura del patio trasero de la casa, la revelación del mundo de allá. ¿Qué revelación? No hay nada que ver, nada que decir: todo es alusión, seña secreta, estamos en una de las esquinas del cuarto de los ecos, todo nos hace signos y todo se calla y se oculta. No, no hay nada que decir.






*Título original: La mirada anterior. Este collage de párrafos seleccionados caprichosamente de la pre-introducción al libro “Las enseñanzas de Don Juan” de Carlos Castaneda, fue escrito por Octavio Paz el 15 de septiembre de 1973.

Worker


Hopes


Quizás

Maldita fijación. Es inevitable. Piensa en la vida y la asociación con la muerte es instantánea. Como si dentro de su cabeza las autopistas alternativas de sinapsis estuvieran derrumbadas. Se mira y mira a su alrededor, la gente que quiere, que comparte momentos junto a ella, que la quiere y cree que la quiere, y se transporta a un tiempo en el que ya no estarán. Ve su tumba y las de ellos, desparramadas, solas. Y entonces se angustia, ve oscuro. La esperanza del reencuentro sin cuerpos la reconforta por segundos. Luego lo real, lo palpable. Una tumba, un nombre y quizás una flor. Y nada más. Dos días en la tierra que duran dos horas. Y entonces teje un monólogo mental argumentando y enumerando todas las rengas razones para ser feliz, para ser menos humano y más animal. Y se rescata de la cuerda o de alguna bala. Y después sirve café. Alguna tarea distrae su parte subconsciente. Esconde su Schoppenhauer latente y la vida sigue.

Quizás más tarde ría o llore. Quizás algún día sepa contentarse con la simpleza de un sol tibio o la lluvia mojando la tierra.

Quizás.