sábado, 29 de agosto de 2009

Perder y ganar

Hubo un día en el que perder fue ganar. La paradoja que les cuento se dio internamente como una complementariedad de sus dos caras. Ganar era lo que buscaba, perder fue lo que ocurrió. Sin embargo, al fin de cuentas, lo que perdí de ganar fue lo que hubiera resultado perder verdaderamente. Para ser honesto, la posibilidad de la derrota no la había considerado en un principio, porque ganando o perdiendo, de alguna forma algo ganaba. Entonces me conformé con probarme que podía ganar.Pero perdí. Y gané.No es contradictorio si pensamos que lo que yo creía que hubiera sido ganar era realmente perder redondamente. Por eso creo que haber perdido significó ganar en algún sentido. Ganar es una forma de entender la vida, de pararse frente al mundo. Perder es la decepción ante el fracaso de situaciones probatorias en el sentido de la competencia social. Precisamente es esta puesta a prueba en relación a los demás lo que nos hace perder, pero perder verdaderamente. Y acá la pérdida es doble: por un lado perdemos para los demás (primera condena hacia el perdedor); y por otro lado perdemos para nosotros mismos.La competencia actual es constante, es una batalla que no descansa, no permite rendición sin considerarla en sí misma un verdadero acto de “antisociabilidad”. Porque vivir en sociedad hoy es competir en sociedad, vivimos probándonos, perdiendo y ganando. Y aquí y ahora podría introducir otro factor inalienable y fundamental dentro de la competencia actual: el dinero. El dinero ha sido endiosado de tal forma que hasta sangre cuesta, es el fetiche por excelencia. La batalla social gira en torno al papel legal, como si nos sumara minutos de vida, de verdadera vida. No me interesa describir la exagerada y estúpida importancia del papel moneda en lo más mínimo, doy por supuesto que quien lee estas líneas sabe lo que el dinero significa hoy día. Quien se rinde, quien abandona la competencia por el papel legal para dedicarse al verdadero arte, a pensar, a sentir la vida verdadera de la única forma posible, es considerado un ser humano que eligió el camino de la derrota y por ende el de la condena como si fuera ésta un sistema de autoflagelación asistida. Ser “antisocial”, ser perdedor para los demás, pararse fuera del tablero tiene su precio, su guillotina en estado de alerta. Almas listas para propinarnos el peor de los castigos hay a montones, hasta nuestros seres más amados, y quienes jamás nos harían un daño conciente son capaces de cortarnos el cuello de nuestra esperanza simplemente por mear fuera del tarro capitalista, inhumano, animal, salvaje.Este sistema ha invertido los valores y sentidos y los ha llevado a un punto en donde el regreso a viejas tradiciones, a antiguas formas de interpretar la realidad, de simbolizar el mundo objetivo, es casi utópico. Las transformaciones lentas y no tan lentas, impuestas y luego internalizadas por todos que se han dado a lo largo de la historia humana nos han arrastrado hasta nuestro propio estiércol. Ya no se tratará, lamentablemente, de revoluciones que busquen un cambio sólo en el modo de producción, o de quién detenta el poder. Ganar y resignificar la vida misma hoy en día sería factible sólo a partir de la destrucción total de la vida misma. Extraña paradoja, si se quiere. Un verdadero punto de partida sólo sería posible pensarlo desde la destrucción física del planeta con todos los preceptos lamentables que él conlleva. ¿Deberíamos esperar que Dios reparta las cartas de nuevo, con nuevas reglas de juego, sin manzanas del pecado, sin luchas por el poder, sin religiones, sin el deseo natural del sexo, sin armas, ni factores psicológicos que simpaticen con la tentación? No, no creo que eso sea suficiente. Dios no lo había pensado así. Y sin embargo acá estamos, de esta forma. Perdón: ¿Dios sabía lo que vendría? ¿Y si lo sabía, por qué nos creó, para qué?Como les decía, perder fue ganar. Esa tarde, cuando ya exhausto de idas y venidas, de filas y colas interminables, me dijeron que mi perfil “no era el requerido por la empresa”, entendí que había ganado. Hoy, gracias a mi perfil poco solicitado soy completamente libre, sin cadenas hechas con corbatas de acero ni barrotes oficinísticos, sin sueldo, salario ni remuneración. La selva gris siempre guarda restos para mí, he aprendido a apreciar el arte, el amor, la dicha de sentirme diferente. Aprendí a entender la Muerte como un pasaje Divino y del cual nadie debe escapar o temer. Mi barba blanca, mis pies sucios, mis manos ajadas, mi mirada firme me acompañan y me dan fe.Ese día gané. Ese día fue el día más importante de mi vida. No fue patear el tablero, fue mucho más que eso, fue quemarlo y construir uno nuevo, pensado por y para mí. El costo fue muy alto, lo sé, pero nada importante se logra sin pagar cierto precio. El destino no está escrito, y si lo está uno tiene la posibilidad, quizás la obligación, de transformarlo desde una resignificación puramente propia.Hoy paso mis días de vagabundo riéndome de la gente y sus sueños hechos con el cartón más barato.Usted, lector accidental de mi camino, ¿de qué juega en su tablero social? ¿De peón o de Rey?

martes, 25 de agosto de 2009

De cada uno

Todo depende de cada uno.

¿Cuánto hay de cierto en esta afirmación? Para no embarcarnos en la tediosa tarea de hablar del destino, prefijado o no, optaremos por pensar que uno nace animal, lo socializan, se auto-socializa también -¡cuántas veces a la fuerza!-, se arma, aprehende el mundo a lo largo del camino, y en el camino termina por hacerse sujeto, humano social.

Podríamos aceptar y fundamentar que muy pocas cosas dependen de cada uno. Que en la ruleta de todas las escalas a uno le toca su lugar y, salvo contadas excepciones, desde la cuna hasta el hueco final, el camino se mantiene único e inalterable. Es importante resaltar que para esta postura, las excepciones no son más que eso: excepciones (contemos los maradonas del mundo y serán golondrinas sin veranos). Y que para poder hablar en términos generales, no es posible tenerlas en cuenta para pensar cuánto depende de cada uno torcer un camino bravo o mantener uno de rosas sin espinas.

Por otro lado podríamos afirmar lo contrario: con esfuerzo se llega, o que el punto de partida es el mismo para todos y lo que a uno le toque en el camino dependerá de sus elecciones y decisiones, y que las consecuencias serán el resultado de los errores y aciertos.

Aquí aparece una tercera postura: Hay un poco de ambas, la fortuna también tiene su peso.

Hablando de lo material, la primera postura dirá lo siguiente: “Se nos plantea que el esfuerzo de cada uno dará sus frutos en algún momento, sin embargo esta pseudo-verdad, que compramos casi ciegamente, no hace más que ocultar el verdadero meollo de la cuestión”. Entiéndase: Por mucho esfuerzo que le ponga uno a ascender en la escala social, los lugares están ya repartidos, las cartas están ya en la mesa, y quien tenga las mejores barajas luchará por mantenerlas de manera conciente e inconsciente haciendo sentir su peso sobre las demás. Es más, aceptamos quienes tenemos los cuatro de copas no tener un lugar mejor en esa escala, culpándonos de no ser mejores personas, mereciéndonos lo que tenemos y endiosando al que tiene más por ser supuestamente “más competitivo”.

Los que creen que el esfuerzo empecinado a la larga los llevará al éxito que cada uno de ellos se proponga, podrán decir: “Nada de lugares inaccesibles, de metas inalcanzables, si usted se propone algo y se prepara mejor que los demás para obtenerlo, será casi imposible que las piedras del camino sean lo suficientemente grandes como para derribar sus sueños”.

El mundo de hoy, es cierto, está así planteado, los que tienen y los que no tienen, los que están adentro y los que están afuera. Replantearnos los sueños es un punto de partida obligatorio para al menos intentar explorar porqué tanta insatisfacción y fracasos en la sociedad actual.

Pero retomemos la idea primera: ¿Todo depende de cada uno?

Desnudemos la pregunta. ¿Qué es todo? ¿Qué es cada uno? Y el lazo que une el todo y cada uno: ¿Qué debemos hacer si es que hay que hacer algo? Pareciera fácil afirmar que hoy ese todo se refiere a bienes materiales, que la apropiación por la apropiación en sí configura un motor sangriento que sólo conduce a una vida vacía de sentido real. ¿Y qué es cada uno? Cada uno es ese pequeño lugar que ocupa en el mundo, su puesto en la cadena de producción, su fuerza práctica más allá de sus pensamientos críticos. Todo esto viene a darle una explicación actual de lo que cada uno es, con las consecuencias nefastas que esto supone. ¿Qué hay de lo que uno debe hacer? Poco queda por decir respecto a esto. El espacio que el sistema deja para torcer verdades aceptadas por todos es casi nulo, el margen que queda para llevar a la práctica lo que en el fondo cada uno piensa de sí y para sí es molido a palos –en hechos o potencialmente-por quienes ven en este margen un peligro de liberación de oprimidos. Oprimidos que además llevan al opresor bien adentro, como inteligentemente afirma el pensador brasileño Paulo Freire.

Entonces, ¿cuál es el debate? ¿Cuál debería ser el debate? Yo veo que los debates se quedan a mitad de camino, la mayoría por teorizar demasiado y no poder bajar a tierra ideas que se quedan en una nebulosa de palabritas lindas, otros no sólo por lo anterior, sino por alimentar lo que critican creyendo que las críticas de manual dan herramientas para la superación personal. Porque no está mal la crítica al fetichismo material, siempre y cuando eso no se convierta en una vía de escape para la imposibilidad de la mayoría de acumular materia. O lo que es igual o peor, utilizarlo como excusa para la destrucción de lo ajeno. Criadero de resentidos.

No.

El debate debería ser anterior, y aquí me paro: Deberíamos darle a lo material el lugar que merece, el de lo que llamo lo “simple-material”. El debate debería estar planteado en un nivel superior y anterior. Es decir, ¿Cómo logramos que la sociedad entera encuentre satisfacción y sentido a su vida sin que lo material juegue un papel determinante dentro de ella? ¿De qué manera el consumo a ciegas puede ser reemplazado por una concepción del mismo como algo funcional y temporal de simples necesidades físicas? ¿Cómo logramos que esas escalas de las que hablábamos al comienzo no sean definidas por el “estar adentro o afuera”, “tener o no tener”? ¿Son el egoísmo, la ambición y el poder, cualidades naturales de la raza humana? ¿Cuánto contribuye la educación familiar y escolar entre otras a allanarle el camino a este círculo vicioso y pernicioso? ¿Cómo convencemos al mundo de que otra realidad es posible? ¿Con qué argumentos convencemos al opresor de que no necesita oprimir para realizarse como ser humano? ¿Cómo hacemos para que los oprimidos dejen de luchar por lo que nunca serán y tendrán creyendo que es posible el salto a un lugar que creen mejor?

Entonces ¿depende todo de cada uno? Creo que sí, en la medida en que las metas sean alteradas; que si uno respeta y ve a los demás como “iguales diferentes” y el porvenir de algunos no signifique la pena de otros, es perfectamente lícito pensar que todo depende de cada uno. Mientras la lucha cotidiana sea por obtener algo que de por sí es escaso, estaremos hablando de opresores y oprimidos, adentros y afueras. Tomar conciencia de cuán perdidos nos encontramos en el laberinto que creamos y alimentamos, ocupemos el lugar que ocupemos en la sociedad, es el primer paso para asomar la cabeza y encontrar la salida por sobre los gigantescos muros de hierro.

sábado, 8 de agosto de 2009

El ojo del culo

El mundo se nos presenta ante los sentidos y de él percibimos lo palpable, aquello que vemos, olemos, saboreamos, etcétera. La vida misma “es” los sentidos, si se me permite por ahora una postura a priori materialista. No hablaré por el momento de ideología o religión, lo cual no tiene que ver con ninguna postura personal, sino con un recorte necesario –caprichoso si se quiere- para limitar el tema.
Los sentidos son medium, como una ventana a lo concreto, son estímulos, recuerdos, percepciones, son comunicación.
Veo un perro, lo registro en la mente con un imagen y lo expreso como p-e-r-r-o, sin ligazón natural entre los fonemas y el perro material (animal de cuatro patas, ladra, peludo, etcétera). Sólo une estas cinco letras al can la convención lingüística para nombrar a las cosas de alguna manera. Pura arbitrariedad, puro contrato tácito, puro lenguaje materno, pura cultura. Es extenso el tema, y no viene al caso. Será suficiente con que quede claro que por un lado se encuentra lo material (el perro vivito y coleando) y por otro lado lo abstracto (la idea que me permite definir a un perro cada vez que se me aparece uno, o cuando lo recuerdo, o simplemente cuando oigo un ladrido o huelo el característico olor a perro mojado).
Huelo budín en mi casa de la infancia, es domingo, llueve, jugamos con témperas. Veinte años más tarde caminando por la calle cruzo una casa y por la ventana se huele aquél aroma a budín que no había vuelto a percibir desde niño. Automáticamente el cerebro activa alguna cisura que me recuerda aquel domingo, aquella lluvia, aquellas témperas, y por supuesto personas, paredes, etcétera. Un momento pasado que parecía completamente borrado se hace presente a causa del aroma actual. El cerebro lo asocia al primero que pasó hace décadas.
Objetos, sabores, olores, texturas. Todo simbolizado por el cerebro, por distintas reacciones químicas, hormonales, de sinapsis, de jugos que se combinan, asociaciones velocísimas, reacciones implacables, biológicas. Otros podrán relativizar esta postura biologicista y condimentarla con explicaciones –si se me permite el término- más “románticas”. Pero esa es otra historia.


Parto de la siguiente pregunta inicial para pasar luego al meollo del tema: ¿Cómo reaccionamos y cómo simbolizamos aquello que no podemos poner en palabras? ¿Qué nos dice el cuerpo cuando nos quedamos sin expresión inmediata? ¿Qué puerta de escape le damos a los traumas, a lo no decible? ¿Cómo hacemos visible lo invisible? ¿Cómo nombramos lo que para la cultura es innombrable? ¿Qué pasa con toda aquella experiencia que aún encontrando su lugar en el cerebro, no logra ubicarse en la potencialidad de los futuros recuerdos?
En fin: ¿Cómo representamos el fantasma que nos causa la ausencia de palabras?

Hasta aquí al menos dos cuestiones: Por un lado la percepción a través de los sentidos del mundo material y su simbolización no solo en palabras sino en expresiones no decibles.
Y a partir de lo anterior: Asumiendo que determinados eventos escapan a la posibilidad de la simbolización en palabras, debemos desafiar ese fantasma que nos causa la ausencia de palabras.
Un tema que se desprendería de los anteriores sería qué sucede con ciertas experiencias que no se convierten en potenciales recuerdos. ¿Acaso hay una selección de recuerdos? –hecho que descarto-. En cuyo caso, ¿cuál es el criterio de selección? ¿el del subconsciente? No lo creo. Más bien lo atribuyo a la ausencia de un “signo vinculante” fuerte. Con signo vinculante quiero decir, en el caso del budín, el aroma, y no el sabor, por ejemplo.


“Vamos por la calle, distraídos. Cruzamos la calle sin mirar. Un auto nos pasa a centímetros a alta velocidad. Nos quedamos paralizados, mudos, temblando.”

“Terminamos de dar medio giro a la llave de arranque del auto. De repente un desconocido nos pone un arma en la cabeza, nos da órdenes, nos golpea. Se nos nubla la vista, nos tiemblan las piernas. El ladrón nos gatilla el arma, la bala nunca sale. Nada puede explicar ni transmitir ese sentimiento de sentirse fusilado.”

Sólo dos ejemplos. Entonces repito la pregunta a la que quiero llegar: ¿Cómo representamos el fantasma que nos causa la ausencia de palabras?

Y aquí lo paradójico del caso: Sólo podremos ver al fantasma cubriéndolo con un manto. Ese manto, que también resulta invisible, solo es palpable para ciertos privilegiados que poseen un sexto sentido, al cual he decidido llamar “el ojo del culo”.

Continuará

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