domingo, 27 de octubre de 2013

Viajar en foto


     Me contaron el sábado en el bar Mac Perro de la Paternal que en el barrio de Mataderos vivía un anciano con ciertos poderes sobrenaturales. Uno de ellos, el más admirado por los vecinos, era el de conceder a cualquier fulano que le diera veinte guita el deseo de meterse literalmente en una foto vieja. Y cuando digo “meterse” es meterse de verdad, viajando a ese lugar y momento sin ser percibido por los presentes en la foto. El único requisito para llevar a cabo el experimento es que el viajante interesado no haya estado allí en el momento del click.
     Nunca se supo bien cómo lo lograba. Lo cierto es que alguien iba con una foto, el “mago” –como se hacía llamar- la revisaba durante unos minutos y luego de unas preguntas puntuales referidas a la situación retratada, le daba al visitante un brebaje del color del Fernet que tenía que ingerir de un solo trago. Dicen los que probaron este preparado que tenía un gusto espantoso y que la fórmula era tan secreta como la de la Coca Cola. Cuentan también que a los pocos minutos de haber bebido a fondo blanco esa especie de vascolet, se entraba en transe y casi inmediatamente se caía uno redondo al suelo. Allí empezaba todo el periplo. De repente, estabas en la cancha de Almagro gritando un gol de Frondizi o caminando por Florida, rodeado de hombres con sombreros y traje, o subido al zamba del Italpark. Algunos maridos celosos han sabido viajar en foto para confirmar lo que todos en el barrio ya sabían. Eso sí, los viajes más solicitados eran los de quienes buscaban meterse en fotos familiares: observaban padres y abuelos sentados a la mesa de algún cumpleaños, ravioladas de domingo al mediodía, otros les conocían la voz a tíos segundos y vivían en vivo y en directo hechos que posteriormente se convertirían en anécdotas entrañables. En fin, los ejemplos son de lo más variados.
     El mago siempre advertía a quienes se le acercaban: “Sepa que si usted viaja en foto, allí no tendrá la posibilidad de expresarse, de tocar nada o hablar. Solamente estará ahí, como un fantasma, contemplándolo todo como un cuerpo de humo imperceptible, que atravesará las cosas y su voz será muda. Y algo importante: Nunca intente abrazar a nadie, puede provocarle a esa persona el mal de ojos por siete años”.
     Capítulo aparte merecería la capacidad de algunos perros de percibir estas presencias venidas del futuro. Automáticamente cuando el pichicho detectaba la presencia fantasmagórica, empezaba a ladrar y hacer círculos sobre sí mismo, tratando de morderse la cola. O se tiraba en el pasto, dando vueltas, refregando el lomo al suelo mientras el fantasma estaba allí.
     En los viajes hacia reuniones familiares, una clara señal de la presencia del viajante era que siempre se volcaba un vaso con vino. Los presentes exclamaban “alegría, alegría” mojando la yema de los dedos con el vino derramado y haciendo una cruz en la frente de los más pequeños.
     El aparecido en la situación, cabe aclararlo, era completamente inofensivo y nada que hubiera sucedido en el pasado se podía cambiar. En definitiva, el viajante  se convertía en testigo de lujo de situaciones que no había vivido. Era como si todo quedara grabado en una cinta secreta, y quien ponía “rew” y “play” de un acto de antaño, era el viejo brujo, haciendo que sus visitantes bebieran el brebaje mágico.
     Para volver a la realidad luego de la travesía, no había ningún secreto: a los veinte minutos de iniciado el ritual, el efecto de la poción simplemente comenzaba a menguar hasta desaparecer completamente. Entonces el desmayado despertaba ahí en la casa del viejo, con un fuerte dolor de cabeza que podía durar hasta tres semanas. Algunos recordaban poco y nada del viaje, y lo único que se llevaban a la casa era flor de chichón por el golpe de la caída. Otros lloraban de alegría y se iban a buscar miles de fotos para regresar. Pero el mago siempre les advertía que su bebida mágica no se podía ingerir más de una vez al año porque “tenía yerbas muy dañinas para el corazón”. De hecho, con cada preparado - podía llevarle meses elaborar unas pocas dosis- obtenía un máximo de cinco viajes, y aunque a ciencia cierta nadie sabe exactamente qué contenía aquél brebaje, algunos aseguran haber visto al viejo cazando sapos que luego hervía en vino patero, todos los 25 de Diciembre a la sombra de una higuera.
     Cuentan otras lenguas de la calle Andalgalá que un día nuestro hechicero le concedió a un viejo del barrio de Villa Crespo el deseo de regresar a un cumpleaños del año 1967 en el que supuestamente no estaba presente. El mago, además de revisar la foto y las caras, le hizo antes las preguntas de rigor para descartar su presencia en la foto. Nada hacía pensar entonces que este solicitante malintencionado podía estar allí presente. Pero en verdad, le había mentido, y el mago no lo descubrió. Lamentablemente no había notado que en el ángulo inferior derecho de la fotografía, un dedo de la mano izquierda del viejo se dejaba ver. La consecuencia fue nefasta: El engañador nunca más pudo volver de su viaje en foto, y es hasta el día de hoy que lo andan buscando por la calle Bragado, donde lo vieron por última vez. Los familiares del viejo saben pararse en la puerta del brujo a gritarle “hijo de puta, devolvenos al abuelo”, pero desde adentro de la morada nunca hay respuesta. Durante años la policía revisó la casa del mago al menos una docena de veces, pero tampoco han encontrado nada.
     Otra vez, se cuenta que el viejo estaba preparando la pócima y, un poco distraído, falló en uno de los ingredientes. Parece que estaba medio borracho y omitió incomprensiblemente el componente que  lo hacía a uno invisible en el viaje. Este componente no debía faltar, porque ser percibido de alguna manera por las personas de la foto era algo extremadamente peligroso. Imagínese usted haciéndose presente en un casamiento de antes de haber nacido para advertir a todos que el novio en realidad estaba enamorado de su cuñada. Algo que solo habría de saberse treinta años más tarde. Eso, sin aclarar que usted en verdad es hijo del novio y la cuñada. Además, el maestro que le reveló esta fórmula le había advertido que si alguna vez modificaba intencionalmente el brebaje y no lo utilizaba tal como se lo estaba describiendo, la peor de las maldiciones caería sobre él y toda su descendencia.
     Lo cierto es que el viejo una vez falló involuntariamente en el componente de la invisibilidad y le dio el brebaje a una mujer que le llevó la última foto de sus padres con vida. La foto era en una fiesta de quince del año 1985. La pareja había dejado a esa niña, hoy una mujer, al cuidado de su abuela para tener una salida solos. El hecho es que su padre en la fiesta bebió demasiado y ambos terminaron muertos en la curva de Turdera, con su Taunus rojo debajo de un camión cisterna. En este viaje en foto de la mujer, el brebaje accidentalmente estaba incompleto, la mujer lo bebió y a los minutos se hizo  presente en la fiesta con su rostro actual. Al pararse frente a ellos, sus padres la miraron, como viendo en ella una cara conocida -en ese entonces Susana tenía 3 años y ahora casi 30-. La mujer se abalanzó encima de su padre, que estaba completamente borracho y le suplicó que por favor se tomara el 165, que no manejara hasta su casa en ese estado. Personal de seguridad la sacó casi a patadas del lugar y por el escándalo terminó encerrada en una celda de comisaría. A la mañana siguiente cuando los policías la fueron a buscar, había desaparecido.
     Sorpresivamente de un día para el otro al mago nunca más se lo vio. Si uno anda por el barrio y pregunta a los más viejos, todos juran haberlo visto en la cancha de Nueva Chicago. Eso sí, no están seguros si ese recuerdo es de algún viaje en foto o del sábado pasado.Si me apuran, para mí se subió a la foto que más quería y se quedó ahí para siempre.