sábado, 20 de diciembre de 2008

Walls alive


Growing up so fast


Mangarca

Ahí se levanta Mangarca y te dice que no
Dale un faso y te dice que sí
Bien argentino pero le dicen Paragua
¿Será el corte de coté de Arnaldo?
Contactos, llamados, fernet,
Tiene la VIP de cada cabaré
Los lameculos lo conocen bien
“prestáme diez, te devuelvo cien”
No es más que un pelagatos
Bolsillos vacíos, billetera también
Sabe tirar la manga y a quién
Mangarca es un rey, tiene peones
Pero son de cartón y boludones
Ese es Mangarca, el duro de caer
No hay alcohol que lo tumbe
Pero al amor no sabe huir
Cada tanto desaparece con una
Y se casa antes del amanecer
Perfumito atrás, camisita jamás
Fuiste al nocturno pa´no laburar
Ése es Mangarca el que llora y mama
El que te da la vacuna sin dolor
“prestáme diez, te devuelvo cien”
Dale fobal, birra, puchos,
Dale pizza, paja, joder,
Mangarca es el gran rey
Nadie puede contra él
Dale paragua llamáme para joder
Dale Mangarca, no me lo quiero perder
Ohhhhh, Mangarca
Ohhhhh, Mangarca es
Ohhhhh, de mi no te olvidés
Dale Mangarca, no me bajes del tren
Dale paragua llamáme para joder.

Dedicado a D.C.


Miss U so much


Quizás

Maldita fijación. Es inevitable. Pienso en la vida y la asociación con la muerte es instantánea. Como si dentro de mi cabeza las autopistas alternativas de sinapsis estuvieran derrumbadas. Me miro y miro a mi alrededor, la gente que quiero, que comparte momentos junto a mi, que me quiere y creo que me quiere, y me transporto a un tiempo en el que ya no estaremos. Veo mi tumba y las de ellos, desparramadas, solas. Y entonces me angustio, veo oscuro. La esperanza del reencuentro sin cuerpos me reconforta por segundos. Luego lo real, lo palpable. Una tumba, un nombre y quizás una flor. Y nada más. Dos días en la tierra que duran dos horas. Y entonces tejo un monólogo mental argumentando y enumerando todas las rengas razones para ser feliz, para ser menos humano y más animal. Y me rescato de la cuerda o de alguna bala. Y después sirvo café. Alguna tarea que distrae la parte consciente. Escondo mi Schoppenhauer latente y la vida sigue. Quizás más tarde ría o llore. Quizás algún día sepa contentarme con la simpleza de un sol tibio o la lluvia mojando la tierra. Quizás.

Time time time


Miradas

Todo es relativo, partamos de esa base. No logro entender a esa gente que cuando habla le impone un tono de verdad irrefutable a sus palabras. La no negociación ante posturas de aparente verdad de piedra me irrita. Nada es verdad en todo sentido, y estoy dispuesto a demostrarlo ante cualquier compadrito.
Debo aclarar que no critico ni condeno a quienes defienden su verdad relativa, su postura ante determinado asunto. Pero deberán entender que sus ojos son sólo de ellos, que un mismo espejo puede devolver imágenes diferentes. Es perfectamente lícito que todos queramos demostrar que nuestros ojos son los más cercanos a la Verdad. Lo que no está bien es buscar imponer una idea sobre algo inasible.
No siempre dos más dos es cuatro. No siempre un perro es solo un perro. No siempre amar es amar. No siempre un beso es solo un beso. Es más, puedo asegurar que casi nunca las cosas son lo que son. No sólo porque la materialidad de cualquier objeto es inaprensible sino porque cualquier objeto cobra vida siempre en relación a alguien.

Blanca fisura

Hay noches de fisura total
Con la mente en blanco
Sentís la guadaña tan cerca
Que no imaginas no morir
Botellas vacías, vasos también
¿Los pies están ahí?
La garganta se hace fuego
La paranoia del psicópata
Te acorrala y te resta dormir
Quizás para siempre…
Ya en la cama que es una zamba
La luz que no se filtra por la persiana
¿Las manos están ahí?
Temblando como una hoja
Tragás fea saliva etílica
La almohada con la boca pastosa
Te chamuya sin parar, sin perdonar
a tus oídos moribundos
Las sábanas negras de arañas venenosas
Los pies helados por el veneno muy tuyo
¿Los pies están ahí?
¿El corazón hasta cuando latirá?
Miles de voces, miles de manos
Interminables visiones
La vida en un minuto pasa
Como un deja vú al revés.
Te dormís, te olvidás.
Sos feliz muerto sin morir.
Es la fisura de la desmesura
Del no-límite, del no-morir jamás.
Todo es blanco al final, blanca tu verdad.

Voces al final:
El caño roto de tu mente
El pulmón enfermo sin aire
El árbol condenado a otoño eterno
El pez que nació en la arena
El sol que se apaga ya
El picaflor sin flor
El infierno más helado
La lengua atada de tu conciencia

Los brazos sin cuerpo del esclavo
Los ojos frente a la negrura
La hermosa máscara de la mentira
La bomba interior de la verdad
El último trago del último vaso
El desterrado de los recuerdos

Corazón de sangre azul helada serás
En el final de tu final



miércoles, 3 de diciembre de 2008

Recuerdo borroso


sábado, 25 de octubre de 2008

Según quién lo mire


Carta de mi madre a mi padre



29-1-90


Negro querido:

Hace un rato llegamos de Gualeguaychú, nos fuimos el viernes. Estaba muy lindo y por supuesto fuimos al corzo a ver las comparsas. La verdad como siempre muy alegre, aunque te aclaro que se nota la crisis. Ya no tienen el esplendor de otros años y fue notable la poca concurrencia de la gente, pero nosotros la pasamos muy bien. Mi cría está como siempre en el túnel del tiempo. A Edmundo no lo vi pues andaba de vacaciones con la familia.
Acá en Buenos Aires se ve que ha llovido torrencialmente, te aseguro que acá adelante en casa estaba lleno de hojas y la calle con agua. Te digo que el día que yo viajé, en la Capital hacía cuarenta y dos grados de calor y en Gualeguaychú era insoportable, calor como jamás se ha sentido. Todos mandan saludos.
¿Cómo andan las cosas ahí? ¿Has logrado afianzarte en algo? Los chicos están preocupados pues nosotros no recibimos cartas de ahí, sólo dos. Y Luciano se preocupa, vos sabés cómo es él. Siempre te hemos enviado los martes. Negro, nosotros estamos muy bien pero a decir verdad te extrañamos muchísimo, yo especialmente. Por eso te pido que trates y hagas lo posible para poder estar pronto juntos. Ésta la deposito mañana y espero que nos hagas saber alguna novedad de tu parte, pero pronto…


Un beso grande

Noni
Cariños para vos y todos ahí. Te quiero mucho. Noni.

El viejo Paraíso

Me habían comentado de aquel viejo. Según recordaba la versión, era alto, muy delgado, cara huesuda, cadavérica. Era canoso me habían dicho. Vestía casi siempre igual, zapatos negros, pantalones grises y camisa negra. Un día me decidí a visitarlo. Tenía una noción demasiado vaga de dónde vivía, pero eso no me detenía a buscarlo. En todo caso, algún vecino habría de conocerlo sin dudas.
- ... ¿Pero lo conoce señora?
- Le digo que sí, joven. El viejo está loco, en estos últimos años rara vez se deja ver, dicen que anda de noche, a escondidas. ¿Cómo se atreve a acercarse a el? Acaso usted también...
- Pues nada, dígame por favor dónde encontrarlo.
- Camine hasta la plaza, allí gire a su derecha y a mitad de cuadra, pasando el almacén de Vitorio verá un pasillo muy largo. En el fondo vive el viejo. Tenga cuidado, se comenta que...nada.
La vieja se persignó, sacó unas monedas del monedero ajado y se esfumó entre los árboles.
Caminé acelerado siguiendo las indicaciones. La plaza, el almacén y finalmente el pasillo. Al final de cuentas encontrarlo fue tarea fácil.
Ya en la entrada del pasillo, desde la vereda, se escuchaban martillazos, como quien trata de alisar una chapa o doblar un fierro duro. Me detuve unos minutos a pensar. Prendí un cigarrillo y me apoyé en un paraíso pelado. Recordé que en la puerta de la casa de mi niñez también había un paraíso. Pero este era mucho más alto, su tronco era fuerte y ancho. Me pregunté por primera vez porqué lo habrían llamado paraíso.
No pasaban autos, la tarde clara se iba haciendo noche gris. Era ese momento tan horrible del día, espantosamente indefinido, dudoso, agónico. Realmente quería saber. Si mi impulso me había llevado hasta allí, debía juntar coraje y entrar. Para hacer tiempo y para organizar mi cabeza, caminé hasta la esquina, hice círculos, esquivaba las líneas del suelo, jugaba, me distraía. Un olor a tostadas me hizo retroceder veinte años en el tiempo. Me vi en un recuerdo patente frente al televisor, tazón de plástico repleto de café con leche, útiles escolares. Fue un segundo en el reloj mundial, fueron más en mi cabeza, sin dudas. Volví. ¿Realmente quería saber? ¿Me abriría la puerta aquel viejo aparentemente demente? Algo me hacía tenerle fe. O esperanza más que fe. Era cerrar un asunto perpetuo, darle una condena final a este juicio elástico. Voy a entrar, me dije, acariciando el paraíso de la puerta como quien da un saludo.
Caminé ese pasillo oscuro sin mirar a mis costados, ubicando la mirada en un punto fijo, al final de todo. Los martillazos habían cesado. La casa del viejo estaba separada del pasillo por una reja desencajada, oxidada. No había timbre. Golpeé las manos, con la cabeza gacha, agudizando los oídos como preparándome para salir corriendo si era necesario. No salía el viejo. Me imaginé que me estaba apuntando con un rifle desde algún hueco de la casa. Quise escapar mas no pude. La fuerza interior me hizo quedar. No era intriga, no era curiosidad, era una necesidad existencial, algo fuerte, inevitable. Necesitaba saber.
Luego del tercer intento su voz grave pero gastada se escuchó:
-¿Qué busca?
-Realmente necesito hablar con usted. Me han comentado que usted sabe acerca de cuestiones que para mí son cruciales. Por favor...
Mi súplica se hizo notar en cada palabra, en cada letra. Estaba pálido, temblando de una manera eléctrica, como nunca antes. Hubiera debido comenzar por “disculpe la molestia” o algo similar, pero en ese momento fui al grano, no pensé.
La puerta se abrió. Sin embargo el viejo no se dejó ver. Hizo como si la puerta lo obedeciera. Como si se hubiera abierto sola.
-Pase. Me dijo.
Corrí la reja, la apoyé en un costado. Esquivé unas latas con agua. Recordé en ese momento que el viejo era reconocido también por verse rodeado de muchos perros. Sin embargo en la casa no vi ninguno.
Entré. El lugar era oscuro y parecía muy sucio. Me quedé ahí parado, a centímetros de la puerta. El viejo no aparecía, ni hablaba, ni se hacía notar. Pasados unos minutos, su voz se volvió a hacer presente.
-¿Usted quiere saber?
-Sí, señor. Usted sabe algo que yo necesito saber.
-Es usted muy joven para andar buscando estas respuestas. El tiempo lo irá llevando hasta saber sin que yo le diga. Puede ser eso hoy, mañana o en años...
-Puede ser, el tiempo es sabio y muchas veces se distrae y enseña. Pero en verdad su sabiduría es bastante dañina, implacable. No quiero esperar, no puedo. Cada día sin saber para mí es una tortura. Quiero terminar con esto. ¿Sabe usted lo que la gente dice? Que usted está loco. En el fondo yo no lo creo. Pareciera que en cada ámbito debe haber un loco, un diferente, alguien a quien tenerle lástima y miedo a la vez, alguien a quien subestimar, y a quien debemos ponerle nombre y apellido. En verdad creo que eso es una gran muestra de inseguridad, de creerse dueños de la razón, no razón en el sentido de verdad mentira, sino en un sentido cerebral, de cordura social. Imbéciles. ¿Me entiende?
-Perfectamente.
-Entonces...
El viejo suspiró. Seguía sin aparecer, sin mostrarse. Su voz me llegaba desde arriba. Al levantar la cabeza divisé que el lugar era de un solo ambiente y que las habitaciones eran biombos improvisados. Estaba muy cerca de mí entonces aquel veterano. Se hizo un silencio largo, como de diez minutos creo yo. Me animé a sentarme en un banco que estaba a mi derecha. La madera crujió como quejándose por el peso de mi cuerpo. Me quedé hipnotizado con el árbol que se dejaba ver detrás de una ventana. Habría un farol cerca, que quedaba fuera de mi vista, pues la luz de afuera era mezcla de una casi imperceptible luz natural y artificialidad. Los vidrios de la ventana estaban rotos, y daban una sensación de rompecabezas armado de aquel tronco centenario. Narcotizado por la imagen, completamente ido, empecé a volar. Me imaginé que todas las partes asimétricas del árbol traslucidas en los pedazos de vidrio roto, eran una metáfora perfecta del alma. El árbol afuera, duro y móvil, mortal, era el cuerpo. La imagen que dejaba ver el vidrio en su totalidad recortada, diferente, desprolija, profundamente indescifrable era el alma. Yo era Dios mirando.
-¿En qué piensa usted? Me dijo el viejo.
Yo estaba como soñando, transportado por las alas de la mente. Sin embargo lo escuché con claridad. Sabía qué hacía allí y no quería irme sin saber.
-En nada, señor. Sólo miraba por la ventana. A veces uno debe escaparse, siempre que haya adónde volver. Nadie escapa sin tener adonde regresar. Las rejas sirven para separarnos de algo, sino no tendrían sentido. Y no hablo solo de las rejas de hierro, hablo de...
-Comprendo, es suficiente.
-¿Va usted a decirme? Dije casi gritando. Mi tono no fue de su agrado, pues su voz se agravó, se aceleró sin perder la calma.
-Tranquilo, no se apure. Dijo.
-Cuando yo era niño, me encerraba bastante, sabe. Disfrutaba los momentos con lo básico de la visión infantil. Había colores, olores, sabores que hoy son solo recuerdos. Si se quiere, y si me permite, era feliz. No obstante, en el final del trago cotidiano, me quedaba ese gusto dudoso de quejas existenciales, de preguntas mal hechas. Como si en la superficie se me dejara ver como un humano normal, distraído, ciego al destino. Pero en lo profundo, en la oscuridad de mi cerebro apoyado en la almohada, había temores que se fueron convirtiendo en terror. Los momentos de felicidad se iban desdibujando hasta desaparecer. El tiempo no solo trae la barba...
-Acaso usted cree que sabiendo...
Lo interrumpí. Me sentí humillado por su duda. ¿No valoraba mi coraje? ¿Acaso cuánta gente había osado entrar a esa pocilga?
-No tengo dudas. Dígame por favor.
-Usted se da cuenta de lo que quiere saber entonces...
-Señor, siéntese frente a mí. No es una orden, desde ya -me retracté tratando de no despertar su ira-, es que verle el rostro le daría otro valor a sus palabras.
-Tranquilo, no se apure. Repitió.
-¿Sintió temor alguna vez? Le pregunté como para no perder el tren.
-Hace muchos años...Ya no recuerdo ese sentimiento. Pero esté tranquilo, usted no debe desesperar.
-¿Y libertad? ¿Se sintió realmente libre alguna vez? Yo creo que la libertad es un imposible. Es la madre de todas las utopías. Quizás su respuesta me libere, o me acerque a ese sentimiento tan inaprensible. No estoy seguro.
Otra vez el silencio. La noche ya era madura.
De repente un ruido. Como un paso sobre piso de madera. Luego otro ruido que reconocí. Era un martillazo sobre hierro, como los que escuchaba desde la vereda, casi apoyado en el grueso paraíso. La voz grave nuevamente:
-Joven, sirva dos vasos de vino. Sobre la mesada hay una botella abierta. En la segunda puerta encontrará un vaso y una lata. Sírvase en el vaso si gusta.
Obedecí sin pensar. Me disparé hacia esa botella verdosa, enana y llené hasta el borde los dos recipientes. Los coloqué sobre la mesa cuadrada y le acomodé una silla frente a mí. Nuevamente comencé a temblar. El viejo salió, lento, pensativo. Estaba impecablemente vestido, tal como me lo habían pintado. Me lo imaginaba más alto tal vez, por lo demás era como lo esperaba. Sus ojos eran de un color celeste espeso, opacos. Me miró fijo a los ojos y bebió de la lata. Luego la golpeó dos veces, signo de que quería más tinto.
-Usted quiere saber el día de su muerte, y yo se lo voy a decir.
Mi cuerpo se endureció, mis manos eran líquidas al igual que mi espalda y mi frente. Quise interrumpirlo. Me dio tiempo para eso adrede pero mi lengua fue de cemento. Bebí hasta el final el vaso aquel. Lo volví a llenar y como agua lo vacié nuevamente.
-Ese día es hoy joven. Nada podrá hacer para impedirlo. Solo le queda esperar. Lo siento.
Me quedé mirándolo, esperando una palabra más, un pero que no llegaba. Quise creer que ese viejo de mierda estaba loco de verdad, que yo estaba loco también por estar en ese lugar. No pude, le creí. Seguí bebiendo descontroladamente. Nos quedamos en silencio. El me miraba, como disculpándose. Abrí otra botella, y otra y otra. Estaba sordo ya, el árbol de la ventana no paraba de reír. Y yo ahí, muriéndome sin luchar, rendido a los pies del viejo y su verdad. Una verdad que busqué siempre y que luego de encontrarla no la pude soportar. A fin de cuentas, lo que me empujaba a buscar esa respuesta era que –no se porqué- me imaginaba mi muerte muchos años más adelante, de viejo. Bebí esa noche sin parar, por horas, dando crédito a las palabras del anciano. Antes de marcharme, el viejo me dio algo envuelto en papel que tomé entre mis manos. Era pesado el paquete. Atravesé ese pasillo oscuro sin rozar las paredes. Una vez en la vereda abrí el paquete, era una cruz de hierro con mis iniciales recién grabadas. Lloré. Levanté la cabeza buscando ver el paraíso. Y vaya si lo encontré.

Periplo

Periplo era una ciudad donde la gente vivía feliz.
El amor era absoluto, la amistad interminable.
No había reyes, presidentes o representantes.
No existían leyes escritas, tribunales o jueces.

Nadie sabe bien dónde estaba esta ciudad.
Algunos la ubican en una isla, hoy hundida,
entre las islas Pitcaim y Gambier.
Otros niegan rotundamente su existencia.

En Periplo, cuentan, el sol brillaba cada día,
La luna salía llena todas las noches.
Las nubes, con su lluvia tranquila,
venían sólo cuando era necesario,
un poco después de la cena o a la tardecita.

Algunas palabras no existían:
“obligación”, “culpa”, “engaño”.
Y también había palabras desconocidas:
“krühme” que significaba “amar sin compromiso”,
“re-krühme” era “sólo por esta noche”.

Los ancianos eran respetados, escuchados.
Los jóvenes libres, muy libres.
Las mujeres hermosas, los hombres valientes.
Tenían varios Dioses, el más venerado
era “Olvidus”, Dios del vino.

La simpleza en los actos era bien vista,
tanto como dormir poco, fumar, usar harapos,
alejarse de vez en cuando, ayunar, no hablar.
Pero lo contrario no era condenable.

Por las noches, si no llovía, había música;
y si bien las melodías eran únicas,
para cada uno tenían un significado diferente.
Si llovía, la gente salía a ver las gotas besando el suelo.

Nadie vivía menos de mil quinientos años.
Las muertes se festejaban tanto como los nacimientos.
No había cumpleaños, aniversarios, horas o meses.
Todo era “en un rato”, “más adelante”, o “tiempo atrás”.

No había apellidos, ni nombres repetidos.
El llanto era considerado un regalo del Dios “Soul”.
La poesía era natural y la rima no era necesaria.
La perfección era la no-perfección.

En Periplo no había ciencia.
En Periplo el remedio era la palabra de un ser querido.
En Periplo la gente tenía alas y tres ojos.
En Periplo antes de dormir se elegía qué soñar.

Pero un día de sol Periplo desapareció,
como si sólo hubiera sido una ilusión.
Y aunque no hay rastros de nuestra ciudad olvidada,
algunos ancianos amigos aseguran ser sobrevivientes de Periplo.

jueves, 9 de octubre de 2008

Vouyeur


Burbuja ja ja


Veneno


Mitín


lunes, 6 de octubre de 2008

Sobre las nubes

Sobre las nubes cuando llueva quiero volar,

de tu boca cuando rías una flor he de colgar.

Con la luz de los recuerdos mataré la oscuridad;

seré uno y todos una y mil veces más...

Si mi cuerpo es de arena el tuyo es como el mar,

te dejaré partir si me juras nunca olvidar.

La soledad no estará sola si a mi lado va

y cuando llueva sobre las nubes mis alas volarán...

Sentido

"No existe nada muerto de manera absoluta. Cada sentido tendrá su fiesta de resurrección: problema del Gran Tiempo."

Bajtin

jueves, 2 de octubre de 2008

Feed back, feed me

A vos, que estás leyendo esto, aprovechando o perdiendo este tiempo, tu tiempo, el único tiempo, me gustaría saber cómo llegaste hasta acá. No como si fuera este "no-espacio" una especie de meta de llegada crucial, sino simplemente como una hojita de afeitar que se usa y se tira. Quiero saber qué buscás acá, si es que buscás algo. Quiero saber qué esperás de estas palabras, que no son más que letras acomodadas. Quiero saber qué querés. Quiero saber.

martes, 5 de agosto de 2008

Automático

Cada día, cada mañana, como una máquina automática se despierta. Corre al inodoro, medio giro a la canilla, lava su cara, la seca después. Camina hacia la silla donde cuelga un pantalón arrugado. Luego los zapatos, las monedas, dos mates tibios. Y sale. No piensa en nada. Transporte a las siete cero cinco, ni un minuto después. Ochenta. Adentro las mismas caras de nada. Afuera igual. Dormita. Se balancea colgado. Pide permiso, pide perdón. Ya afuera camina, casi trotando. No mira, cruza automáticamente Avenida Córdoba. Llega y saluda con un gesto. Toma la caja. Cobra, da vueltos. Recibe órdenes, las cumple. Almuerza. Vuelve a cobrar, vuelve a dar vueltos. Cumple. Sale. Ochenta. Adentro las mismas caras de nada. Afuera igual. Dormita. Se balancea colgado. Pide permiso, pide perdón. Ya afuera camina, lento. Televisión apagada. Saluda con un gesto. Da órdenes, son cumplidas. Cena. Vuelve a dar órdenes, vuelven a ser cumplidas. Dormita. Se balancea sentado. Pide permiso, se levanta. En la cama la misma cara de nada. Se duerme como cada día. Y como cada día, cada mañana, como una máquina automática se despierta. Corre al inodoro, medio giro a la canilla, lava su cara, la seca. El pantalón. Los zapatos. Las monedas. El mate. Transporte. Trabajo. Cumple. Permiso. Perdón. Ordena. Dormita. Reza. Agradece. Duerme.

lunes, 4 de agosto de 2008

Ser

Como ustedes ya saben, La Muerte ha representado en mi vida uno de los temas (sino El Tema) que más ha llevado mis manos al papel. Luego de muchas idas y venidas, de estériles búsquedas de La Verdad entre lo comprensible y lo inalcanzable de la materia, creo haber dado con una explicación certera de lo que es la vida en realidad y su complemento con la muerte.
Debo antes aclarar que el tema no se agota en estas líneas, ya que durante mi argumentación irán surgiendo ideas imposible de abarcar en su totalidad. Más aún, cada vez que usted lea estas palabras surgirán en su mente otras nuevas que servirán de soporte a las anteriores, y así hasta siempre. Pero no caeré en el pecado de la soberbia creyéndome yo dueño de una verdad que en realidad no le pertenece a ningún mortal. No. Sólo me gustaría compartir algunas semillas de pensamientos con lectores atentos. Ese lector que siempre ha sabido darle tierra fértil a mis ideas y que juntos, a pesar de la distancia, hemos sabido regar.

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Podría yo comenzar diciendo que la vida termina cuando la muerte comienza. Eso es cierto, pero en nada nos ayuda para entender la complejidad –o no- del proceso. Podría también decir que la muerte nos es desconocida y que esa es una de las razones por la cual nos atemoriza. Pero, ¿hay en esta afirmación algún valor analizable que pueda llevarnos a un entendimiento sobre lo que es en realidad la muerte? La respuesta es muy simple: No. Agreguemos un ejemplo sencillo: No puedo explicar lo que es el teorema de Pitágoras diciendo que sus fórmulas me atemorizan, que su fin me es desconocido.
Pero para no desviarnos de lo nuestro comencemos diciendo que la Muerte es el verdadero nacimiento.
Siempre he creído que nacemos llorando porque creemos estar muriendo, porque sentimos que nos arrancan de nuestra “primera vida” sin saber que otra está comenzando. ¿Puede usted asegurarme que esta vida no sea el embarazo de una próxima vida que ya no necesite del cuerpo? No, no puede y no podrá jamás, salvo en la Verdadera vida, en la vida del Alma. Pero la respuesta ya no importará. Es más, no sabrá usted que hubo una vida anterior y ya estará sintiendo pánico por su próxima muerte. Muerte que no habrá de venir.
Es necesario hacer una aclaración en este momento. Debemos entender que el cuerpo y el alma son dos cosas completamente distintas y que nada tienen que ver entre sí. El alma está encerrada en el cuerpo, pero nada más. Es el cuerpo el tormento más grande para el alma y ésta última buscará librarse de él hasta conseguirlo. El alma nunca pierde porque el cuerpo tiene un enemigo imbatible: El Tiempo. Y tarde o temprano cae a sus pies. El Alma y el Tiempo siempre han sido grandes amigos y, sabios como son, han rechazado cualquier oferta de Dioses del Mal para vender su Secreto. Secreto que ningún hombre podrá conocer jamás por su condición de mortal. Hecha la aclaración podemos citar al gran pensador Jorge Polhanuer quien nos dice: “...El alma del hombre es semejante a los dioses y ha compartido con ellos la inmortalidad, en un ámbito amigo al tiempo, deleitándose en contemplar la verdad, única y eterna. Sin embargo no es tan perfecta como aquellos y ha venido a caer en este mundo, donde todo cambia y nada es permanente. El alma, inmortal, es prisionera de un cuerpo que nace y muere, y se halla sujeta a los deseos de ese cuerpo, pues ha olvidado su origen divino...” Su pensamiento, categórico, es muy claro y no necesita de aclaración alguna. Quiero agregar que nuestro mundo, ese mundo que nos ha hecho depender siempre de nuestros sentidos, es un mundo engañoso, y que en la medida en que dejemos de depender sin esfuerzo alguno de ellos, es ahí cuando estaremos listos para el definitivo desprendimiento del Alma con su prisión: el cuerpo. Esa alma es, queridos amigos, la luz a la oscuridad cambiante de los sentidos.
¿Cuántas veces hemos sentido el profundo deseo de cerrar los ojos y remitirnos a lo más primitivo de nuestro propio ser y no sentir absolutamente nada? ¿No hemos de notar que los momentos de más “felicidad” (por llamarlos de alguna manera) son cuando más inconscientes estamos de la vida en sí? ¿Por qué pensamos la vida como algo finito si en realidad no sabemos aún el porqué de la existencia? Preguntas, y más preguntas...
Es hora de detenerse. Tiempo, Alma, Muerte, cuerpo. Palabras vírgenes que nos esperan. Verdaderamente creo en la Eternidad, en que el Saber de lo inmaterial prevalecerá. Alguien podrá decir que soy demasiado optimista, a lo cual podré contestar que el hecho de que haya una vida eterna no significa que sea una vida de placeres. Además, creo que en determinado momento ya no será apropiado hablar de placeres, puesto que esa palabra lleva consigo la carga del cuerpo. Y el cuerpo, como ya he dicho, no es más que algo transitorio y contraproducente al verdadero sentido de la vida. Es cierto, el cuerpo se nos ha presentado como el medio de manifestación en esta vida. Es el Ser que nos representa, que nos pide alimento, que observa limitadamente, que entiende lo entendible, es el cuerpo de esta vida. Y esta vida nos da señales de un Alma que nos espera. Yo les aseguro que cuando lloramos por amor es el Alma que llora, pero ese tema, apasionante e inabordable, lo dejaré para otro día.
Hoy puedo decirles, y para ir cerrando el primer verso de una eterna poesía, que la Muerte es el comienzo de la Vida, que los colores son colores no porque las convenciones los impongan y los sentidos los perciban, sino porque el Alma así los ha querido inventándolos. Y que este cuerpo que nos da la posibilidad de pensar y hablar de todo esto, es sólo el médium primero de nuestra inmortal existencia. Ya el cuerpo se cansará de los sentidos y de un Alma que golpea sus puertas a rabiar. Y en ese momento daremos paso a la Verdad, sabremos prescindir entonces de los sentidos, confiando ahora en el Alma y en ninguna otra cosa, en lo que ella por sí misma capte de lo real como lo que es indiscutiblemente.

domingo, 3 de agosto de 2008

Secuencia

Qué bien ese pasto, fue una caricia más que humo lo que dejó. Pocas palpitaciones, cero paranoia, cero culpa. Las plantas le hablan, lo llaman por su nombre, cantan con felicidad y brindan a su salud con vasos imaginarios y sus manos de tallo. El mar del cuadro tiene olas de dos metros y a lo lejos, en el fondo de la secuencia, se ve cómo los pescadores de barba plateada juntan parsimoniosamente la red vacía. Cosquilleo en los brazos, temblor en el labio superior, costado derecho semirígido. Las agujas del reloj se abrazan a las seis y media. Su alma en bajada y con viento a favor. Se ríe y se busca en el espejo. Enciende la luz, la diferencia de tiempo entre la presión de su pulgar sobre la tecla y la aparición lumínica desde los sesenta watts fue de ocho segundos. No fue falla de la tecla. Parado frente al cuadrado marco especular se refleja con los ojos sangre. Una mano aparece en el espejo, se ríe aún más porque en el rincón más oscuro de su subconsciente sabe que todo esto es producto de la naturaleza. El espejo le devuelve su imagen detrás de una nube. La superficie del vidrio es un río que se mueve, y él se ve ahí danzando en el agua marrón, con una sonrisa que no es propia de él normalmente. El hambre espera. Miles de imágenes se superponen, es un collage de recuerdos vivos. Sin el efecto de la planta estas imágenes no serían tan nítidas. El subconsciente aflora, se muestra sin vergüenza, se manifiesta cuando se rasca la entrepierna sin importarle que alguien pueda verlo . Se ríe satánicamente, quiere encender otro y no tiene. Se angustia una milésima de segundo y luego se vuelve a reír. La música se termina, pone repeat. La escucha a lo lejos, como si viniera de la casa de al lado, con retrazo ¡pero el parlante está frente a él! El olorcito a pastel de papas del otro día lo envuelve. Las voces de ausentes susurran como abrazos presentes. Pelea de gatos o carrera de kartings en la bachicha, heladera vacía. Pan duro, manteca. Qué rico. Sprite sin gas, qué rica. En bolas frente a la pantalla. Se imagina que si le da un infarto y se muere lo van a encontrar en pelotas con el cenicero repleto de pasto quemado y se asusta. “¿Si me muero cómo le voy a explicar al mundo desde el hueco oscuro de mi tumba que esto no era mío, que estaba ahí cuando llegué?” Se pone el calzoncillo al revés. Se ríe. Ni loco se lo saca para ponérselo bien. Le mentiría al mundo desde la tumba, cuando le fueran a poner flores de vez en cuando, para algún doce de octubre o alguna Navidad. Todo se opaca por sus pensamientos grises. Se tira en el piso helado. La lámpara, cementerio de moscas, hace círculos cada vez más grandes. Va a chocar. ¿Va a chocar? Se prende la televisión. Se apaga. Algo se prende fuego. ¿Es afuera o adentro? La cero paranoia de antes ahora es cero coma uno. Una serpiente recorre sus tripas, le agrada la sensación de su piel escamosa por dentro de las achuras. Se para. Se tira en el sillón. El geranio lo mira espantado, sabe lo que piensa, nunca le gustó esa planta. Algo personal tiene con él, seguro. Una araña le recorre el brazo. No intenta detenerla, se siente acompañado. Trepa con sus extensas y flacas patas hasta el cuello, luego por un costado trepa hasta su oreja, parece sentarse de rodillas y le pide una moneda. “No tengo má” le contesta. El bicho se va refunfuñando. Desde la puerta de su cueva hace un gesto "tipo fuck you" pero en su idioma. La corre con la chancleta para hacer justicia pero la muy veloz se escapa aprovechando su diminuto tamaño. Vuelve al sillón un poco mareado. Alguien se lo corrió, terminó en el suelo. Eso dolió carajo. Como el Conde de Montecristo se siente bien contra lo duro y liso del piso. Fría sudoración. Sueño lejano. Ojos como platos. El corazón cumple. Mueve las piernas, los dedos. Se sienta luego en una silla de madera. El mar del cuadro se serena, los marineros ya juntaron sus redes. Sale la luna y se refleja en el agua calma. Las agujas del reloj siguen abrazadas a las seis y media. Ve una foto sobre la mesa que tiene vida, los que posan dicen güisqui, por detrás de los que posan un perro ladra. De pronto el flash que los enceguece, el grupo se desarma y cada uno va en busca de su vaso. Brindan por un año mejor. Comen nueces y beben sidra. Quita la mirada de la foto y la ubica como puede en un almohadón verde manzana. Noble invento el almohadón. Vuelve los ojos a la foto. El tiempo allí regresó y están todos posando, inmóviles. Rompe la foto. Intenta pararse, las piernas no son suyas. Se niegan a su orden a través de su quietud. Se ríe de sí mismo. Apoya los brazos cruzados sobre la mesa y la cabeza sobre los brazos. Escupe. La saliva rumbea hacia el borde de la mesa ayudada por Newton. Se duerme. Se para horas después y es de día. Se viste. Marineros estáticos, recuerdo de la araña, almohadón inanimado, lámpara gris. El timbre suena y lo devuelve a la otra realidad.

viernes, 1 de agosto de 2008

Realidad

Mi postura respecto a la realidad es la siguiente: Se habla de una realidad “objetiva” y de una “copia de la realidad”. Por ejemplo el lenguaje o la imagen serían una copia de la realidad que buscan representarla. Las representaciones mentales que nos hacemos de lo“exterior” nos permiten relacionarnos, pactar,entendernos limitadamente, registrar, recordar. Como si existiera un mundo que se nos enfrenta y al que interpretamos “copiándolo” a través de herramientas truncas.Mi pensamiento es que la realidad objetiva no existe.Al menos planteada de esa manera, como una piedra quieta y viva independientemente de nuestros sentidos,con la que nos tropezamos y cambiamos de lugar. Si tal realidad existiera, sería inabordable, como lo es Dios. ¿No será que la realidad considerada como copia es en verdad la realidad si se quiere “de tiempo cero”y la aparentemente objetiva no sea más que la devolución especular de lo esperable, lo posible? Una cruz es una cruz, pero antes de serlo fue madera o hierro. Antes de lograr su identidad – más importante que su materialidad- debe alguien estar delante de ella, viendo una cruz y no hierro o madera.Una cruz en el medio de la oscuridad de un campo, sola, no es nada por no ser nada para nadie. Los ojos la hacen cruz, como el pie hace una piedra, como los labios hacen besos.

Vamos caminando de noche, distraídos, mirando lostechos de las casas, de repente una rama que estaba en el camino nos hace caer. Nos dirán: La rama es la realidad objetiva que se hizo presente a través del tropezón. Error. La rama está allí para nosotros desde el tropezón y no antes. De no haberla pateado, esa rama jamás hubiera estado allí en el camino.
Es invierno y la temperatura es bajísima. Ordenamos café en un bar. Una vez servido lo tomamos apurados.Nos quemamos. Nos dirán: El café estaba caliente desde antes del sorbo. Error. El calor del café nació en lalengua y no antes.
Estoy frente a una mujer hermosa. Me imagino cómo sería besarla. De pronto se acerca y me dice que ha encontrado el amor a primera vista en mis ojos. Me besa. Me dirán: el amor a primera vista existía antesde mi encuentro. Error: El amor a primera vista se concretó en sus palabras y en sus labios que me besaron y no antes.

Ese encuentro es la realidad, es allí donde nace lo real. En las apariciones, en los olores, en las sensaciones de piel. Nunca antes. Una lágrima como reacción física a cierta emoción sólo cobra vida al mojarnos la cara, al hacerse presente sobre la piel.Lo que se entiende como realidad objetiva termina siendo un hecho sostenible solo desde la fe, desde el creer u opinar que antes de la percepción algo ya tenía vida sin la presencia de alguien. Es, endefinitiva, conformarse con el estado de las cosas antes de la presencia de uno. En verdad las cosas son a partir de uno y no frente a uno.Es perfectamente entendible que en general no se perciba de esta manera la realidad. Es conveniente y cómodo. Pensar que el escenario es anterior a nosotros, que es estático, mudo, es un buen consuelo ante la impotencia de lograr ciertos cambios. Debemos asumir que la realidad palpable es exterior, pero sepamos que su génesis es interior. La pereza mental y física no tienen un origen natural,sino personal y social, de elección conciente. Lamentablemente ambas predominan en la mayoría de la gente.
Resignificar la realidad desde mi punto de vista es comprometerse, cargarse en las espaldas la mochila de la responsabilidad sobre los actos, es moverse por caminos propiamente elegidos, creando una realidad única. Que la experiencia entendida como un hacer continuo sea la guía. Que nuestra visión sobre cualquier cosa en la vida se confirme o se refute en los hechos vividos y no en ideas ajenas es revolucionar el mundo. Deberían enseñarnos a mirar la luna de una vez por todas en lugar de mostrarnos el dedo que la apunta.

Licenciado Balán

La mujer, de unos cincuenta años tenía pasos cortitos, pero firmes. No superaba el metro sesenta, y tenía unas tetas grandes como sandías. El resto del cuerpo estaba bien disimulado detrás del color negro.
-Así que cien la media hora. ¿No puede ser ochenta? Le preguntó, con clara actitud histérica.
-Mi vida –dijo la señora deteniéndose justo en la esquina de Suipacha y Viamonte- no me hagas perder el tiempo. Son cien o arreglate con la derecha.
-Está bien...¡Qué carácter de mierda! Vamos a mi departamento. Balbuceó rezongando.
Una vez allí, le ofreció bebidas. Ella se sacó la ropa como para irse a dormir, estaba cansada. Se recostó en la cama deshecha y miró a su alrededor. Libros, vasos, discos. Le agradeció un vaso de licor que él le acercó. Le preguntó si no le molestaba, mostrándole un papel con la mano. Y con una sonrisa apenas visible peinó una línea de cocaína que compartió con él.
El seguía vestido. Ella le dijo que le quedaban veinte minutos, pero que si le daba para el taxi se quedaba un poco más. “Vamos a ver”, le contestó él.
El se recostó a su lado y le ordenó que empezara de una vez. La luz era tenue, y venía desde afuera. Mientras ella se disponía a colocarle el preservativo con la boca, él sacó una cuchilla de unos treinta centímetros de entre el colchón y la madera de la cama. Por la posición ella no se imaginaba lo que vendría. Él estaba recostado boca arriba, ella se había inclinado sobre su miembro, quedando su nuca a la vista de los ojos de él. Con la mano izquierda él le acariciaba la cabeza. Estaba esperando el momento justo. Ella estaba a punto de montarlo cuando le hundió casi por completo el filo de ese enorme cuchillo a la altura de la última costilla, desde atrás. Inmediatamente, antes de que ella se incorporara, tomó el cuchillo con fuerza y sosteniéndola de los sucios pelos le abrió la garganta de lado a lado. Luego la dio vuelta sobre la cama y la tendió como una marioneta. Mientras ella balbuceaba liberando brotes descontrolados de sangre por la boca, la nariz y el cuello abierto como una vagina en pleno parto, él la miraba fijamente a los ojos, mordiéndose la lengua. Tomó sin interrumpir sus movimientos otro cuchillo que había sobre la mesita de luz de algarrobo, y se lo clavó una y mil veces en la entrepierna. Después en el estómago. En un instante ella dejó de moverse, de toser, de pedalear en el aire. Los brazos de él no paraban de hacer semicírculos, cuyas puntas iban desde el respaldo de la cama hasta el torso de la muerta.
Fue a buscar un serrucho.
Le amputó un pié, cortando por arriba del tobillo.
El agua de la olla estaba a punto de hervir cuando colocó el trozo de cuerpo. Esperó una hora mientras el vapor humedecía los azulejos verdes. enseguida tomó el pié y le quitó las uñas con una tenaza, silbando. Lo dejó reposar en la heladera unos quince minutos. Luego comió dos o tres bocados, separando la piel previamente. Sus ojos estaban rojos. Por su rostro y su masticación parecía que el talón era la parte más sabrosa.
Durmió un poco en la cama, al lado de la puta muerta. Al despertar espantó las moscas y tomó nuevamente el serrucho y la seccionó en unas seis o siete partes, que luego colocó en una inmensa doble bolsa negra. También colocó dentro de la bolsa la ropa de cama, su ropa y los trapos que usó para limpiar la habitación.
Eran las tres de la mañana. Cargó al hombro la bolsa, la puso en el baúl de su auto y se marchó hacia la ruta 6. Luego de manejar hora y media se detuvo a un costado, en el pasto.
La noche era perfectamente oscura. Se alejó barranca abajo unos cuarenta metros con la bolsa asida fuertemente con ambas manos. Roció la bolsa con un líquido y desde lejos le arrojó un papel encendido.
Desde el retrovisor del auto contempló cómo las llamas se iban apagando.
La suerte estaba de su lado, ni un solo auto pasó.
Arrancó y manejó hasta Palermo. Estacionó el auto en el garage de la empresa y durmió hasta las 8 menos cuarto. En sueños vio aquel rostro terrorífico de su madrastra abusando de él junto a su padre.
-¿Café Licenciado? Le diría más tarde su secretaria.
- Por favor Elena, con dos de azúcar.
Y luego de un largo suspiro agregó:
-Elena, ¿tiene planes para este sábado?

viernes, 25 de julio de 2008

Yo desde mí

Puedo pasar de la desesperación a la total tranquilidad en un segundo. También de la más infantil alegría a la total oscuridad del pesimismo realista en un abrir y cerrar de ojos. Tengo la intolerable desdicha de la ultra sensibilidad. Puedo crear un mundo a partir de una piedra en el zapato. Puedo criticar cada canción que escucho sin ser capaz de crear media melodía. Puede un gesto casi invisible transformar mi destino y la valoración que tengo del mundo entero. Llevo con alegría desmesurada mi ropa psicópata. Escucho lo que dicen de mí pero sigo siendo igual aunque me cueste la vida. Aunque trato de disfrutar lo simple, mi elevado grado de crítica sobre todo me hace entristecer muchas veces al día. Puedo amar y odiar a la vez y justificar con argumentos sólidos que eso no es una contradicción. Me permito vicios secretos aunque con alto grado de culpa inmanejable. Hablando de culpa, siento culpa hasta por estornudar. Hasta hace poco creía una idiotez eso de “la gente común” cuando cierta celebridad se refería a gente desconocida, hoy lo estoy reconsiderando. Todo lo que hago es pensando en hoy, mañana puedo hacer lo contrario y creo que eso está bien. Puedo ser tan callado como locuaz. No creo en el destino escrito de antemano, aunque algo inexplicable hay en los caminos de todas las vidas. No creo en la vida después de la muerte, aunque no creo que la muerte sea sólo apagar la luz. Muchas veces siento que me pesa vivir, otras que el peso solo lo pongo al plantear estas cuestiones. Podrán decir lo que quieran, sexualmente hablando no hay como un buen beso. Cada vez que miro a mi alrededor veo menos gente querida. Nadie puede medir mis alas, ni siquiera yo, mucho menos cortarlas. El humo que libera este pasto cultivado quizás en Bolivia trota por mi sangre y limpia con Odex los rincones del cerebro, liberando alguna que otra buena idea: la naturaleza es sabia. Puedo jurar que amo con la misma cara que compro un Camel diez, o no. Casi nunca me fijo en el cuerpo, a veces sí. El teléfono celular atenta contra la comunicación verdadera; hace poco una amiga me decía cuánto le perturbaba estar compartiendo una mesa con alguien y que la conversación se interrumpa abruptamente por la campanilla del mensaje de texto. Si eso no es deteriorar la comunicación, díganme qué es. Puedo ser ahora el hombre más demostrativo de afecto y en diez minutos una pared de acero inerte. Seamos honestos, nada bueno puede durar por mucho tiempo. Dios existe. En la puerta del cielo dice “enseguida vuelvo”. El mucho ruido es al silencio lo que la mucha luz es a la oscuridad. Todo tiene su costado inasible, Charles Peirce lo explicó bien. Los verdaderos artistas no pueden ser sino seres desdichados; aunque brillen por fuera la almohada amanece siempre mojada. Tengo la capacidad de escuchar a los demás de tal manera que parece que su discurso me es muy interesante, a esto lo llamo “siesta diurna”. No sé diferenciar lo que pienso de lo que siento, porque de hecho no hay diferencia. La buena suerte me esquivó mucho tiempo, pero el vino y piernas al lado nunca faltaron. Considero valiente al que se ridiculiza concientemente. No me busquen en las calles, de día, búsquenme en los bares, de noche. Siento cierto fiero miedo ciego, cielo quiero, niego quieto y riendo pienso. El papel en blanco es una tortura, como la guitarra enfundada, como el pincel duro de pintura, como la vida de los cagones meticulosos. La llave de mi corazón ha sido arrojada en algún lugar del océano Pacífico y no tiene copia. De verdad, me hubiera gustado ser árbol, pero de esos que se ven desde cualquier ruta argentina, un álamo quizás, y tener muchos pájaros en mis ramas, sentir el agua por dentro, mis raíces moverse, mi cielo y mi sol, poder silbar y disfrutar de mi desnudez otoñal sin vergüenza alguna. Cuidado con la gente simpática, algo está tramando. Definitivamente la mujer debería tomar el toro por las astas y asumir su rol protagónico en cada suceso de la historia. No me culpen, para eso estoy yo. Quien se libera de las culpas tiene media batalla ganada. Mi muerte será por una falla cardíaca, igual no pienso apagar el faso ni un segundo antes. “Puedo escribir los versos más tristes esta noche” (pero igual no llegarán ni al tobillo de lo que mi corazón siente). Puedo dejar a una mujer simplemente para reconquistarla: no hay mejor estado de enamoramiento que el que uno siente cuando busca recuperar un amor perdido. Puede seguir amando uno una vez cumplido el objetivo, pero ya no será igual.

Refutación de la refutación del regreso

“El Regreso no es posible”. Dice Ricardo Poullet, un gran filósofo y pensador. Y cuando habla de Regreso, se refiere a ese regreso que todos anhelamos, al de volver a tiempos pasados. Su argumentación es muy sólida, porque además de detallar unas cuantas incongruencias con respecto al Regreso, asegura que aún volviendo no se vuelve.
Citemos a Poullet: “¿ De qué nos sirve volver a tener diecisiete años sabiendo lo que nos espera? Para ser más puntuales: ¿Declararíamos nuestro amor con tanta emoción a esa rubia adolescente que luego nos rechazaría redondamente?... Seguro que no.” Y fue aún más lejos: “Toda situación que protagonizáramos no sería para nada igual a la primera vez, seríamos un testigo de lujo de nuestros propios olvidos...”
El hombre tiene los pies sobre la tierra. De todas maneras yo creo que hay una forma de Regresar verdaderamente. Una forma que nos permite ser protagonistas, un Regreso en el cual nada es previsible.
Mi Regreso es a través de los sueños.
Los sueños son considerados como algo estéril, que mueren al despertar. Pero a caso no muere la vida cuando apenas uno despierta? ¿No es soñar la manera de vivir situaciones que durante la vigilia nos acosan inconscientemente?
No hace mucho tiempo soñé con el pibe que era hace unos cuantos años. Tenía aquel pantalón azul oscuro que me había traído una tía ya fallecida de un viaje a España, las zapatillas Flecha blancas y la camisa celeste con bolsillo en el lado izquierdo. Estaba en la puerta de mi casa en el barrio de La Paternal, y estábamos todos: el turco Amín, el rulito, el gordo, Juan Cruz, el zurdo y yo. Estábamos jugando a las escondidas. El zurdo “la estaba contando”; “... y el que no se escondió se embroma.”Gritó. Yo me había refugiado atrás del pilar de la casa de don Roque (escondite peligroso teniendo en cuenta el carácter de aquel viejo). Desde allí, agazapado, podía ver al turco y al gordo peleando por ver quién subía más alto al nogal de doña Lita. En ese instante lo vi al zurdo casi a mi lado. Quise entonces saltar de un sólo movimiento el pilar para ir a “la piedra” y salvarme de una casi inexorable próxima ronda contando. Fue allí cuando tropecé y caí de boca al suelo. Me había partido un diente, y no pude (a pesar de la presencia de mis amigos) contener el inevitable llanto. Lloraba mucho. Gritaba. Cuando vi a mi madre salir de mi casa con cara de desesperación desperté. Al separarme de la almohada por la exaltación noté que ésta estaba completamente mojada, al igual que mi rostro. Estaba llorando. Podía aún sentir el dolor de ese diente quebrado. Todo ese día recordé los rostros de aquellos vagos mejor que nunca. Había Regresado.
Me levanté entre una mezcla de alegría y de tristeza. Abrí la ventana y aquel pilar ya no estaba, ni el nogal, ni el zurdo, ni nadie. Tuve la certeza de que los volvería a ver otra vez. Me sentí perdido, sin una edad determinada. Me consolé con La Esperanza de que ellos también Regresaban. Tuve la sensación además de que en ese momento estaba pateando un penal en la almohada de algún viejo amigo.
Regresar es posible. Sólo el que olvida no Regresará jamás y ese nunca podrá ser nuestro amigo.






*Ricardo Poullet es un personaje ficticio.

domingo, 15 de junio de 2008

Secuencia

Qué bien ese pasto, fue una caricia más que humo lo que dejó. Pocas palpitaciones, cero paranoia, cero culpa. Las plantas le hablan, lo llaman por su nombre, cantan con felicidad y brindan a su salud con vasos imaginarios y sus manos de tallo. El mar del cuadro tiene olas de dos metros y a lo lejos, en el fondo de la secuencia, se ve cómo los pescadores de barba plateada juntan parsimoniosamente la red vacía. Cosquilleo en los brazos, temblor en el labio superior, costado derecho semirígido. Las agujas del reloj se abrazan a las seis y media. Su alma en bajada y con viento a favor. Se ríe y se busca en el espejo. Enciende la luz, la diferencia de tiempo entre la presión de su pulgar sobre la tecla y la aparición lumínica desde los sesenta watts fue de ocho segundos. No fue falla de la tecla. Parado frente al cuadrado marco especular se refleja con los ojos sangre. Una mano aparece en el espejo, se ríe aún más porque en el rincón más oscuro de su subconsciente sabe que todo esto es producto de la naturaleza. El espejo le devuelve su imagen detrás de una nube. La superficie del vidrio es un río que se mueve, y él se ve ahí danzando en el agua marrón, con una sonrisa que no es propia de él normalmente. El hambre espera. Miles de imágenes se superponen, es un collage de recuerdos vivos. Sin el efecto de la planta estas imágenes no serían tan nítidas. El subconsciente aflora, se muestra sin vergüenza, se manifiesta cuando se rasca la entrepierna sin importarle que alguien pueda verlo . Se ríe satánicamente, quiere encender otro y no tiene. Se angustia una milésima de segundo y luego se vuelve a reír. La música se termina, pone repeat. La escucha a lo lejos, como si viniera de la casa de al lado, con retrazo ¡pero el parlante está frente a él! El olorcito a pastel de papas del otro día lo envuelve. Las voces de ausentes susurran como abrazos presentes. Pelea de gatos o carrera de kartings en la bachicha, heladera vacía. Pan duro, manteca. Qué rico. Sprite sin gas, qué rica. En bolas frente a la pantalla. Se imagina que si le da un infarto y se muere lo van a encontrar en pelotas con el cenicero repleto de pasto quemado y se asusta. “¿Si me muero cómo le voy a explicar al mundo desde el hueco oscuro de mi tumba que esto no era mío, que estaba ahí cuando llegué?” Se pone el calzoncillo al revés. Se ríe. Ni loco se lo saca para ponérselo bien. Le mentiría al mundo desde la tumba, cuando le fueran a poner flores de vez en cuando, para algún doce de octubre o alguna Navidad. Todo se opaca por sus pensamientos grises. Se tira en el piso helado. La lámpara, cementerio de moscas, hace círculos cada vez más grandes. Va a chocar. ¿Va a chocar? Se prende la televisión. Se apaga. Algo se prende fuego. ¿Es afuera o adentro? La cero paranoia de antes ahora es cero coma uno. Una serpiente recorre sus tripas, le agrada la sensación de su piel escamosa por dentro de las achuras. Se para. Se tira en el sillón. El geranio lo mira espantado, sabe lo que piensa, nunca le gustó esa planta. Algo personal tiene con él, seguro. Una araña le recorre el brazo. No intenta detenerla, se siente acompañado. Trepa con sus extensas y flacas patas hasta el cuello, luego por un costado trepa hasta su oreja, parece sentarse de rodillas y le pide una moneda. “No tengo má” le contesta. El bicho se va refunfuñando. Desde la puerta de su cueva hace un gesto "tipo fuck you" pero en su idioma. La corre con la chancleta para hacer justicia pero la muy veloz se escapa aprovechando su diminuto tamaño. Vuelve al sillón un poco mareado. Alguien se lo corrió, terminó en el suelo. Eso dolió carajo. Como el Conde de Montecristo se siente bien contra lo duro y liso del piso. Fría sudoración. Sueño lejano. Ojos como platos. El corazón cumple. Mueve las piernas, los dedos. Se sienta luego en una silla de madera. El mar del cuadro se serena, los marineros ya juntaron sus redes. Sale la luna y se refleja en el agua calma. Las agujas del reloj siguen abrazadas a las seis y media. Ve una foto sobre la mesa que tiene vida, los que posan dicen güisqui, por detrás de los que posan un perro ladra. De pronto el flash que los enceguece, el grupo se desarma y cada uno va en busca de su vaso. Brindan por un año mejor. Comen nueces y beben sidra. Quita la mirada de la foto y la ubica como puede en un almohadón verde manzana. Noble invento el almohadón. Vuelve los ojos a la foto. El tiempo allí regresó y están todos posando, inmóviles. Rompe la foto. Intenta pararse, las piernas no son suyas. Se niegan a su orden a través de su quietud. Se ríe de sí mismo. Apoya los brazos cruzados sobre la mesa y la cabeza sobre los brazos. Escupe. La saliva rumbea hacia el borde de la mesa ayudada por Newton. Se duerme. Se para horas después y es de día. Se viste. Marineros estáticos, recuerdo de la araña, almohadón inanimado, lámpara gris. El timbre suena y lo devuelve a la otra realidad.

miércoles, 11 de junio de 2008

La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver*

(segunda edición en este blog)


El uso de los alucinógenos puede equipararse a las prácticas ascéticas: son medios predominantemente físicos y fisiológicos para provocar la iluminación espiritual. En la esfera de la imaginación son el equivalente de lo que son el ascetismo para los sentidos y los ejercicios de meditación para el entendimiento. Para ser eficaz el empleo de las sustancias alucinógenas ha de insertarse en una visión del mundo y del trasmundo, una escatología, una teología y un ritual. Las drogas son parte de una disciplina física y espiritual, como las prácticas ascéticas.
Las drogas no son fines sino medios. Si el medio se vuelve fin, se convierte en agente de destrucción. El resultado no es la liberación interior sino la esclavitud, la locura y no la sabiduría, la degradación y no la visión. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años. Las drogas alucinógenas se han vuelto potencias destructivas porque han sido arrancadas de su contexto teológico y ritual. Lo primero les daba sentido, trascendencia; lo segundo, al introducir períodos de abstinencia y de uso, minimizaba los trastornos psíquicos y fisiológicos. El uso moderno de los alucinógenos es la profanación de un antiguo sacramento, como la promiscuidad contemporánea es la profanación del cuerpo.
La acción de los alucinógenos es doble: son una crítica de la realidad y nos proponen otra realidad. El mundo que vemos, pensamos y sentimos aparece desfigurado y distorsionado; sobre sus ruinas se eleva otro mundo, horrible o hermoso, según el caso, pero siempre maravilloso. (La droga otorga paraísos e infiernos conforme a una justicia que no es de este mundo, pero que, indudablemente, se parece a la del otro según lo han descrito los místicos de todas las religiones.) La visión de la otra realidad reposa sobre las ruinas de esta realidad. La destrucción de la realidad cotidiana es el resultado de lo que podría llamarse la crítica sensible del mundo. Es el equivalente, en la esfera de los sentidos, de la crítica racional de la realidad. La visión se apoya en un escepticismo radical que nos hace dudar de la coherencia, consistencia y aun existencia de este mundo que vemos, oímos, olemos y tocamos. Para ver la otra realidad hay que dudar de la realidad que vemos con los ojos.
David Hume decía: “Nada cierto podemos afirmar del mundo objetivo y del sujeto que lo mira, salvo que uno y otro son haces de percepciones instantáneas e inconexas ligadas por la memoria y la imaginación. El mundo es imaginario, aunque no lo sean las percepciones en que, alternativamente, se manifiesta y se disipa”. Agrega: “When I view this table and that chimney, nothing is present to me but particular perceptions, which are made with all other perceptions”.
Lo que llamamos realidad no son sino “descripciones del mundo, pinturas”. Estas descripciones no son más sino menos consistentes e intensas que las visiones del efecto de la alucinación en momentos privilegiados. El mundo y yo: un haz de percepciones percibidas (¿emitidas?) por otro haz de percepciones.
La consecuencia son los escépticos. Como tal, usan la razón para mostrar las insuficiencias de la razón, su sinrazón secreta. La sinrazón de la razón, la incoherencia, aparecen también en la crítica de la razón. Para no contradecirse el escéptico tiene que cruzarse de brazos, resignarse al silencio y a la inmovilidad. Si quiere seguir viviendo y hablando debe afirmar, con una sonrisa desesperada, la validez no-racional de las creencias.
La función del humor no es distinta de la de las drogas, el escepticismo racional y los prodigios: Los brujos del humor se proponen a través de estas manipulaciones romper la visión cotidiana de la realidad, trastornar nuestras percepciones y sensaciones, aniquilar nuestros endebles razonamientos, arrasar nuestras certidumbres, para que aparezca la otra realidad.
El mundo de todos los días es el mundo de todos los días. Pero la otra vida está aquí. Sí, allá está aquí, la otra realidad es el mundo de todos los días. En el centro del mundo de todos los días centellea, como el vidrio roto entre el polvo y la basura del patio trasero de la casa, la revelación del mundo de allá. ¿Qué revelación? No hay nada que ver, nada que decir: todo es alusión, seña secreta, estamos en una de las esquinas del cuarto de los ecos, todo nos hace signos y todo se calla y se oculta. No, no hay nada que decir.






*Título original: La mirada anterior. Este collage de párrafos seleccionados caprichosamente de la pre-introducción al libro “Las enseñanzas de Don Juan” de Carlos Castaneda, fue escrito por Octavio Paz el 15 de septiembre de 1973.

Worker


Hopes


Quizás

Maldita fijación. Es inevitable. Piensa en la vida y la asociación con la muerte es instantánea. Como si dentro de su cabeza las autopistas alternativas de sinapsis estuvieran derrumbadas. Se mira y mira a su alrededor, la gente que quiere, que comparte momentos junto a ella, que la quiere y cree que la quiere, y se transporta a un tiempo en el que ya no estarán. Ve su tumba y las de ellos, desparramadas, solas. Y entonces se angustia, ve oscuro. La esperanza del reencuentro sin cuerpos la reconforta por segundos. Luego lo real, lo palpable. Una tumba, un nombre y quizás una flor. Y nada más. Dos días en la tierra que duran dos horas. Y entonces teje un monólogo mental argumentando y enumerando todas las rengas razones para ser feliz, para ser menos humano y más animal. Y se rescata de la cuerda o de alguna bala. Y después sirve café. Alguna tarea distrae su parte subconsciente. Esconde su Schoppenhauer latente y la vida sigue.

Quizás más tarde ría o llore. Quizás algún día sepa contentarse con la simpleza de un sol tibio o la lluvia mojando la tierra.

Quizás.

martes, 22 de abril de 2008

Road to anywhere


Sin embargo


lunes, 21 de abril de 2008

Lenguaje y realidad


¡Ey! (Respuesta a mail revelador)

¡Ey, gracias por el mail! Me alegra sinceramente saber que tus cosas han mejorado y que tus afectos se encuentran con buena salud.

El párrafo del prólogo que me mandaste es muy interesante. Podría hacerte algunos comentarios sobre este minitexto, pero -honestamente- no me parece que pueda escribir todo lo que se me ocurre. Cuestión de tiempo nomás.
¡Ya sé lo que puedo hacer! ¿Quién mejor que F. Nietzsche para hablar de lo que este tal Grüner dijo de él? Con lo que transcribo, quizás entendamos mejor las reflexiones primeras. Al menos intentémoslo. Es Nietzsche cien por ciento, es TEXTUAL, (sacado de "Introducción teorética sobre la verdad y la mentira en el sentido extramoral", 1873).

Que lo disfrutes. O no.

Nietzsche (1): "El arte del disimulo alcanza su punto culminante en el Hombre, donde la ilusión, la lisonja, la mentira, el engaño, el cotilleo, los aires de suficiencia, la vida del brillo falso, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, teatralería ante los demás y ante uno mismo, hasta tan punto se han convertido en ley y en norma que prácticamente no existe nada más incomprensible que la aparición entre los hombres de un instinto noble y puro de verdad. El Hombre se encuentra profundamente inmerso en ilusiones e imágenes oníricas, su ojo se limita a resbalar sobre la superficie de las cosas para ver `formas`".

Grüner (2): "¿No le oculta al Hombre la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso las relativas a su cuerpo, en el fin de desterrarlo y encerrarlo en una conciencia altiva y quimérica, aislado de los repliegues de sus intestinos, de la rápida corriente de su sangre, de las complejas vibraciones de sus fibras? ¿De dónde habría de venir, entonces, en todo el mundo, el instinto de verdad?"

Nietzsche (3): "En este momento se fija lo que en adelante debe ser "verdad", es decir se ha encontrado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria y las leyes del `lenguaje` facilitan las primeras leyes de verdad. Pero... ¿Coinciden las designaciones de las cosas con las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de las realidades? Sólo en virtud de su capacidad de olvido puede el Hombre llegar a creer que está en posesión de una "verdad" en el grado en que acabamos de señalar.""Con la palabra no se llega nunca a la cosa en sí. El creador del lenguaje se limita a denominar las relaciones de las cosas para con los hombres y para expresarlas acude a las metáforas más audaces. No tenemos más que metáforas de las cosas. Entonces ¿qué es la verdad? Una multitud en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos: en una palabra, un conjunto de relaciones humanas que, elevadas, traspuestas y adornadas poética y retóricamente, tras largo uso el pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas ya utilizadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales monedas".

Grüner (4): "Al Hombre le cuesta darse cuenta que el insecto o el ave perciben un mundo totalmente distinto al que él percibe, y que carece totalmente de sentido cuál de las dos percepciones del mundo es más correcta. O las dos son correctas, o ninguna."

Nietzsche (5): "El Hombre, al establecer nuevas metáforas, nuevas transposiciones, etc. confunde constantemente las rúbricas y las celdas de los conceptos. Este instinto es fundamental y no se puede prescindir de él.""El Hombre tiene una tendencia coercible a dejarse engañar y se siente como arrebatado de felicidad cuando el rapsoda le relata cuentos épicos como si fueran verdaderos o cuando el acto representa en la escena al Rey con rasgos más regios que en la realidad. Todo lo que hace actualmente comporta el disimulo."

Me gustaría decirte que esta especie de diálogo como círculo discursivo Nietzsche (1)-Grüner (2 y 4) –Nietzsche (3) (no hace falta que te aclare que Grüner leyó primero las palabras de FN y después pudo pensar su prólogo, esa sería la etapa (2); la (1) es la semilla puesta por F.N.; y la (5), la respuesta que yo le ofrezco a Grüner) –recortando y recontextualizando- a través de las palabras de FN. (Eliseo Verón sin colar: Condiciones de producción / reconocimiento / producción). Las conclusiones del prólogo de Grüner son verdaderamente reveladoras para quien no ha leído Nietzsche, Marx o Freud (de éste último debo admitir que he leído muy poco). Pero ¿no es un poco obvio lo que dice Grüner? Te pregunto nomás... Siempre interpretamos interpretaciones, siempre. El sociólogo que estudia la sociedad no tiene más armas que lo que esa sociedad piensa (interpreta) de sí misma. A Freud no le quedaba otra que decir "…a ver señor, que soñó anoche?" A Marx no lo quedaba otra que entender lo que la burguesía entendía de la sociedad misma. ¿Como podía hacer Nietzsche para interpretar la Moral en Occidente? No podían "agarrar" un sueño, no podían poner en una cajita al capitalismo, no podían enjaular la Moral de Occidente, no podían, en fin, poner el mundo dentro de un laboratorio.
¡Les quedaba interpretar! Y ese "interpretar" es siempre interpretar lo interpretado ¡Peirce se hizo presente! ¿¡Cuándo no..!? ¿Algo escapa a Peirce?Grüner dice en este sentido: "Se trata, siempre, de una interpretación que hace ver que esos discursos que examina son, justamente, interpretaciones -"producciones" de sentido- y no meros objetos complicados de descifrar…” (cosificación de lo inherentemente humano), “…con un sentido dado desde siempre que sólo se trata de re-descubrir." ¡Perfecto! Pero obvio. ¿Cómo aprehendería el "objeto" la “cosa”, señor Grüner? Su pensamiento como respuesta a mi pregunta es correcto (opino yo): “interpretando”, demoliendo cualquier mirada Positivista de la Ciencias Humanas, profundizando la Hermenéutica, lo que he llamado la “Interpretación Infinita”.
Y termina Grüner: "Se trata, en fin, de quebrar esa armonía y ese bienestar, de transformar al sujeto, mediante la interpretación, en algo insoportable para su propio discurso y quizás dejarlo, momentáneamente, sin palabras." Al menos en Marx y en Nietzsche eso es así.
Me gustó mucho leer el prólogo. Aunque parezca que lo critico (sé que pensarás… “¿quién es este muchacho para criticar a alguien?”. A lo que sólo puedo contestar, “¿quién puede ser tan idiota como para pararse sobre una verdad que nunca existirá en todo sentido y que por lo tanto podrá ser criticada?” I mean It’s good to have an opinion, but not all of them worth the same).

Quizás en esa última frase de Grüner esté el sentido, el carozo, el corazón de porqué amas a tu carrera. Quizás ese "quiebre de armonía" no sea otra cosa que "la revolución del proletariado" a través de la toma de conciencia de esa clase "en sí" (Marx was speaking to us). Quizás esa "transformación del sujeto" no sea otra cosa que la elaboración de nuevas metáforas de la realidad, eliminando y reemplazando ciertos engaños (asumidos por otros y nos-otros) por lo que podemos llamar una aproximación mas justa hacia la verdad . (Nietzsche was speaking to me). Digamos, las caras de la luna son –al menos- dos.
"Dejar a alguien sin palabras" en el sentido que creo que lo dice el tipo éste, es nada más y nada menos que encontrar el hueco, el momento para recargarlo con palabras nuevas, y ¿porqué no? más justas. Ojalá que exista esa oportunidad algún día. De nosotros depende. Asumiendo nuestra obligación de rellenar con nuevas ideas lo material-perceptible. Cambiando, resignificando y desconfiando de retinas ajenas. Por eso VOS sos importante, por eso hay que
escapar para adelante. Siempre.

Un abrazo.

Luciano

viernes, 28 de marzo de 2008

Dios estás


Tu tumba

El agua que moja tu tierra
El sol que entibia tu amor,
La luna testigo de tu paciencia
Y del aire que ya no faltará

Y

Las flores que adornan tus pies
La Cruz que corona tu sien
El bronce que luce tu nombre
La carne que ya no será necesaria

Y

Me arrodillo ante tu cuerpo
Que no se borrará jamás,
Mi último grito abrirá tus ojos
Para yo parirte a ti.

Enigma


Waitin` the parca


Como tarados (o mi clase media querida)





Pretenden hacernos creer que el dinero es escaso. Nos enseñan y nos preparan en la familia y en la escuela para el trabajo, para vender nuestra fuerza de brazos y nuestra fuerza creativa a cambio de una remuneración. Estamos destinados desde el primer día a ocupar un lugar en la sociedad. A grandes rasgos, existen los de arriba, los de abajo y los del medio. Según la época habrá más en el medio o más abajo, pero los de arriba son siempre los mismos. Lo que está bien de lo que está mal está bien diferenciado por quienes detentan el poder, ya sea el Estado, los ricachones o los pobretones que quieren ser como los ricachones. Uno crece con los ojos casi cerrados, sin ver cómo los adultos de la familia se pelan el culo para subsistir. Y uno no sabe que ese será el destino de cada uno. Sueño de casa propia, los chicos bien comidos, útiles nuevos en cada marzo, autito bien parado, si es posible renovarlo cada dos años, vacaciones en la Feliz y así por generaciones.
Nos criaron como tarados. Nos enseñaron que el patrón es el patrón, y que hay que respetarlo. Nos enseñaron que uno debe aspirar a “tener más” y no a “ser más”. Extraña paradoja ya que lo que al trabajador le dan a cambio de su fuerza no es más que lo necesario para seguir dependiendo de un trabajo que –generalmente- odia (el ochenta por ciento de la gente según una encuesta hecha en Buenos Aires quiere cambiar su trabajo), lo que le pagan es una décima parte de lo que merece, de lo que podría ganar si el cuchillo de la torta fuera menos injusto. Esta enseñanza del deber, de la moral, de la ética, de la responsabilidad, de la culpa, es tan inconsciente que muy pocas veces la cuestionamos, la ponemos a prueba. Nos dijeron que la escuela es obligatoria, y al finalizarla la elección posible será la de seguir estudiando o buscar un trabajo en algún fast food. Porque para puestos jerárquicos hay mecanismos discriminatorios. Uno no tiene experiencia a los diecisiete pero cuando la tiene a los treinta ve que los puestos mejor remunerados son para otros que desde siempre estuvieron más arriba. Porque su posición económica fue mejor desde generaciones, porque sus relaciones son entre gente de la clase alta.
Nos definen la violencia de una manera –al menos- arbitraria y extraña. Es violento cortar Corrientes y Nueve de Julio, demorar a los automovilistas. Es violento apedrear una fábrica cuyos dueños cesantean cientos de empleados argumentando quiebras y usando raras movidas pseudolegales. Es violento sólo el que roba, el que putea. Sólo es violento el que sale con un palo a la calle, el que mata.
Nos enseñaron que toda esa violencia está mal. Pero nos estaban mostrando la mitad de la película, lo que a ellos les convenía que viéramos. ¡Nos engañaron! Pero, ¿quiénes?

(continuará)

Como tarados (o mi clase media querida)

Pretenden hacernos creer que el dinero es escaso. Nos enseñan y nos preparan en la familia y en la escuela para el trabajo, para vender nuestra fuerza de brazos y nuestra fuerza creativa a cambio de una remuneración. Estamos destinados desde el primer día a ocupar un lugar en la sociedad. A grandes rasgos, existen los de arriba, los de abajo y los del medio. Según la época habrá más en el medio o más abajo, pero los de arriba son siempre los mismos. Lo que está bien de lo que está mal está bien diferenciado por quienes detentan el poder, ya sea el Estado, los ricachones o los pobretones que quieren ser como los ricachones. Uno crece con los ojos casi cerrados, sin ver cómo los adultos de la familia se pelan el culo para subsistir. Y uno no sabe que ese será el destino de cada uno. Sueño de casa propia, los chicos bien comidos, útiles nuevos en cada marzo, autito bien parado, si es posible renovarlo cada dos años, vacaciones en la Feliz y así por generaciones.
Nos criaron como tarados. Nos enseñaron que el patrón es el patrón, y que hay que respetarlo. Nos enseñaron que uno debe aspirar a “tener más” y no a “ser más”. Extraña paradoja ya que lo que al trabajador le dan a cambio de su fuerza no es más que lo necesario para seguir dependiendo de un trabajo que –generalmente- odia (el ochenta por ciento de la gente según una encuesta hecha en Buenos Aires quiere cambiar su trabajo), lo que le pagan es una décima parte de lo que merece, de lo que podría ganar si el cuchillo de la torta fuera menos injusto. Esta enseñanza del deber, de la moral, de la ética, de la responsabilidad, de la culpa, es tan inconsciente que muy pocas veces la cuestionamos, la ponemos a prueba. Nos dijeron que la escuela es obligatoria, y al finalizarla la elección posible será la de seguir estudiando o buscar un trabajo en algún fast food. Porque para puestos jerárquicos hay mecanismos discriminatorios. Uno no tiene experiencia a los diecisiete pero cuando la tiene a los treinta ve que los puestos mejor remunerados son para otros que desde siempre estuvieron más arriba. Porque su posición económica fue mejor desde generaciones, porque sus relaciones son entre gente de la clase alta.
Nos definen la violencia de una manera –al menos- arbitraria y extraña. Es violento cortar Corrientes y Nueve de Julio, demorar a los automovilistas. Es violento apedrear una fábrica cuyos dueños cesantean cientos de empleados argumentando quiebras y usando raras movidas pseudolegales. Es violento sólo el que roba, el que putea. Sólo es violento el que sale con un palo a la calle, el que mata.
Nos enseñaron que toda esa violencia está mal. Pero nos estaban mostrando la mitad de la película, lo que a ellos les convenía que viéramos. ¡Nos engañaron! Pero, ¿quiénes?

(continuará)

jueves, 27 de marzo de 2008

Ángel y demonio

Hubo una vez un ángel que lo acompañó sobre su hombro derecho. Supo haber al mismo tiempo un demonio que le acosó el oído izquierdo. Muchas veces, a pesar del claro susurro izquierdo, creyó que quien lo aconsejaba era el ángel. Su confusión rara vez se dio al revés. Cuando quien le hablaba era el ángel casi nunca dudaba de sus palabras, tomándolas como aciertos que debía atender. Pero muchas veces el demonio lo engañaba, endulzándolo con juegos de palabras que lo llevaban al error inexorable, creyendo que las argumentaciones provenían del angelito celeste.
Así vivía Abel, consultando con el ángel a veces, oyendo al demonio otras. Casi siempre ángel y demonio terminaban a los gritos. Su cabeza, aturdida, finalmente trataba de aceptar los consejos del lado derecho. Abel siempre se preguntó porqué el ángel se situaba a la derecha, como sinónimo de que lo derecho fuera lo esperadamente correcto y lo proveniente de su lado izquierdo fuera lo impulsivo, condenable e impuro. Se preguntaba también si era paradójico que el corazón estuviera del lado izquierdo o si esto confirmaba que el corazón atenta contra lo derecho y por lo tanto debe ser reprimido.
Más de una vez el ángel se quedaba dormido, y alcanzaba sueños tan profundos que podía dormir por semanas. Al despertar, el ángel se encontraba con situaciones que reprochaba a Abel, dejándole la oreja del color de un tomate. El diablo, que no pegaba un ojo nunca, sabía imitar la voz del ángel, y se dedicaba a perjudicarlo en cuanta oportunidad se le presentara. Otras veces, al verlo dubitativo, simplemente le daba a Abel el empujón necesario para tomar coraje y decidir según sus impulsos. Si había una palabra que al diablo le provocaba satisfacción, era la palabra “impulso”. Su posición al respecto era tajante: “Uno debe seguir sus impulsos, es la única manera de sentirse completo. Nada de culpas posteriores o planteos de arrepentimiento. Uno es uno solo y la mirada de los demás no cuenta. Lo que uno quiere hacer debe hacerlo, más allá de las consecuencias. Lo contrario lo hace a uno desdichado, inferior.” En este sentido consideraba a los animales una raza superior al hombre, con sentidos más agudos, actuando por instintos, matando y muriendo sin preguntarse jamás “por qué”.
Abel confiesa que se ha engañado en no pocas oportunidades, sosteniendo que quien le hablaba era el ángel, pero sabiendo en el fondo de la cuestión que era la voz del de colorado la que lo guiaba. Acepta además haber amordazado alguna vez al ángel, vedando su lengua para no escuchar lo que no quería escuchar. Luego, cuando le soltaba la lengua sus sermones eran interminables, al punto que esperaba a que Abel se durmiera para despertarlo a los gritos. La palabra preferida del ángel era “culpa”. Muchas veces le repetía, luego de haber sido testigo de algún acto pecaminoso: “Debes repetir `Es mi culpa…es mi culpa…es mi culpa…´ unas cien veces, eso te aliviará”. Y él lo hacía, y muchas veces perdía la cuenta porque las carcajadas del diablo lo distraían. “Ya es tarde”, le decía el diablo entre risotadas, “lo hecho hecho está”. Y el ángel le contestaba por detrás de su nuca. Y el diablo, que siempre tenía respuesta, no se quedaba atrás.
Pobre Abel. Hubo un día sobre su mollera una gran discusión entre ángel y demonio que por poco y termina en un manicomio. Fue la primera vez que vio al ángel ponerse completamente rojo, furioso, a punto de blasfemar. El diablo, que sabía que iba ganando la contienda con comodidad, no hacía más que burlarse de él y apuñalarlo con ejemplos de porqué los ángeles eligen siempre el camino equivocado al momento de ayudar. A los gritos, el ángel le ordenaba silencio, le hablaba en una lengua extraña y provocaba en el diablo más serenidad, más ironías, sarcasmos, soberbia. En un momento de la disputa el diablo se puso a cantar y a bailar obscenamente, gesticulando, gritando barbaridades, como quien goza con carne y huesos de una victoria inminente. Los ojos de Abel iban de un lado al otro, dibujando en el aire una medialuna horizontal. Luego de horas, su cabeza estaba a punto de estallar. Siempre que las reyertas llegaban a este punto trataba de dormir, o se metía bajo la ducha, lo cual parecía molestarle a ambos, generando al menos una pausa en estas luchas intensas. Pero esta vez no había caso, se gritaban mutuamente, cada uno sosteniendo lo suyo. Y Abel ahí, en el medio, literalmente en el medio. Esa vez tenía que poner fin a la situación de cualquier manera. Trató de hablarles, darles la razón a ambos parcialmente. Pero lo obligaban a callar y obedecer. El ángel le reprochaba con rencor actitudes pasadas, acusándolo de no ver la verdad y el camino correcto. El diablo lo tentaba con propuestas concretas, aprovechando sus debilidades.
Entonces Abel explotó.
Por primera vez logró callarlos de un solo grito. Ahora iban a escucharlo. Al menos por un minuto, pero iban a tener que escucharlo. Y con lágrimas en los ojos les rogó que lo dejaran en paz. De rodillas se los suplicó. Al diablo este gesto no le agradó en lo más mínimo, pero al ver su rostro desencajado, optó por no emitir sonido. “Ya, aléjense de mí. Así no puedo vivir más, entre los impulsos y la culpa. Entre el instinto y el arrepentimiento posterior. Entre lo que debo y lo que quiero. Se los suplico, ya váyanse. ¿Acaso no se dan cuenta de lo infeliz que me hacen? Quiero que se vayan, no los quiero más en mi vida”. En ese instante el diablo le levanto el brazo izquierdo y colocó en su mano un revólver cargado. Le dijo con una sonrisa “¿quieres la solución a tu desdicha?, pues aquí la tienes”. El ángel, con cara de espanto, le suplicó a Abel que no lo hiciera, que si cometía la locura de quitarse la vida le estaría entregando su alma al diablo, pero reconoció a la vez que no había salida a esta encrucijada, que debía vivir hasta el final con ambos sobre su cabeza. El diablo, con voz tranquila, paciente, lo inducía a apretar el gatillo y Abel, para ver la reacción del ángel, se llevó el caño a la sien. “No lo hagas”, le suplicó al ángel, y agregó: “No puedo prometerte mi silencio a partir de hoy si no lo haces, lo siento, pero si lo haces…” y en ese instante, no sé si por error, por impulso o por qué Abel apretó el gatillo. Un ruido seco, que duró en su eco unos cuatro segundos, sacudió la habitación. Y mientras su cuerpo temblaba en el suelo, Abel veía cómo el ángel y el demonio se alejaban cada uno por su lado, dándole la espalda. Vio cómo el ángel atravesó el techo como si fuera éste una nube, ascendiendo entre lágrimas y sollozos. El diablo, en cambio, se posó sobre un retrato y desde allí se quedó mirándolo a los ojos, con una sonrisa casi invisible. El cuerpo de Abel ya no se movía. Sus ojos rojos, que de a poco se iban cerrando, empezaban a sentir un calor indescriptible que se iba extendiendo hasta sus pies. Se miraron hasta el final, mientras el corazón de Abel perdía fuerza y el diablo se hinchaba de satisfacción.
Una vez muerto Abel, el diablo saltó hasta el cuerpo, quedando ambos rostros frente a frente. Luego de unos instantes el diablo abrió sus elásticas y enormes fauces para lentamente tragarse el cuerpo entero de Abel. Al cabo de unos minutos los dos cuerpos fueron uno solo, y el diablo, orgulloso de su victoria, desapareció por un hueco que había en el suelo.
Y yo, que miraba todo desde una ventana, me persigné y pedí perdón por todos mis pecados.

Caballo


Stairs to hell


Soy

En mi pecho siento latir con fuerza la bravura de los mares dormidos.
Mis manos tiemblan y arden de esperar un signo que no ha de ser.
Sé que de los muertos es el reino de la oscuridad y la quietud.
Presiento horizontes grises y noches llenas de ausencia.

Mis pupilas vencidas por el sueño esperan claridad.
La sangre hiere mi cuerpo con mi propio veneno.
Soy el espejo de quienes niegan encontrarse.
Vencido por mis sueños espero esperar.

El cielo es testigo de mis caminos.
El canto se muere en los nidos.
La risa es un recuerdo feliz.
El llanto moja mi boca.

Mas puedo sentir.
Puedo amar.
Hoy vivo.
Soy.

Contemplación



Smoke


viernes, 29 de febrero de 2008

Madre


Puerto


Tropical


Opiniones


The beggining


Panic attack