miércoles, 18 de noviembre de 2009

Sol after men


sábado, 29 de agosto de 2009

Perder y ganar

Hubo un día en el que perder fue ganar. La paradoja que les cuento se dio internamente como una complementariedad de sus dos caras. Ganar era lo que buscaba, perder fue lo que ocurrió. Sin embargo, al fin de cuentas, lo que perdí de ganar fue lo que hubiera resultado perder verdaderamente. Para ser honesto, la posibilidad de la derrota no la había considerado en un principio, porque ganando o perdiendo, de alguna forma algo ganaba. Entonces me conformé con probarme que podía ganar.Pero perdí. Y gané.No es contradictorio si pensamos que lo que yo creía que hubiera sido ganar era realmente perder redondamente. Por eso creo que haber perdido significó ganar en algún sentido. Ganar es una forma de entender la vida, de pararse frente al mundo. Perder es la decepción ante el fracaso de situaciones probatorias en el sentido de la competencia social. Precisamente es esta puesta a prueba en relación a los demás lo que nos hace perder, pero perder verdaderamente. Y acá la pérdida es doble: por un lado perdemos para los demás (primera condena hacia el perdedor); y por otro lado perdemos para nosotros mismos.La competencia actual es constante, es una batalla que no descansa, no permite rendición sin considerarla en sí misma un verdadero acto de “antisociabilidad”. Porque vivir en sociedad hoy es competir en sociedad, vivimos probándonos, perdiendo y ganando. Y aquí y ahora podría introducir otro factor inalienable y fundamental dentro de la competencia actual: el dinero. El dinero ha sido endiosado de tal forma que hasta sangre cuesta, es el fetiche por excelencia. La batalla social gira en torno al papel legal, como si nos sumara minutos de vida, de verdadera vida. No me interesa describir la exagerada y estúpida importancia del papel moneda en lo más mínimo, doy por supuesto que quien lee estas líneas sabe lo que el dinero significa hoy día. Quien se rinde, quien abandona la competencia por el papel legal para dedicarse al verdadero arte, a pensar, a sentir la vida verdadera de la única forma posible, es considerado un ser humano que eligió el camino de la derrota y por ende el de la condena como si fuera ésta un sistema de autoflagelación asistida. Ser “antisocial”, ser perdedor para los demás, pararse fuera del tablero tiene su precio, su guillotina en estado de alerta. Almas listas para propinarnos el peor de los castigos hay a montones, hasta nuestros seres más amados, y quienes jamás nos harían un daño conciente son capaces de cortarnos el cuello de nuestra esperanza simplemente por mear fuera del tarro capitalista, inhumano, animal, salvaje.Este sistema ha invertido los valores y sentidos y los ha llevado a un punto en donde el regreso a viejas tradiciones, a antiguas formas de interpretar la realidad, de simbolizar el mundo objetivo, es casi utópico. Las transformaciones lentas y no tan lentas, impuestas y luego internalizadas por todos que se han dado a lo largo de la historia humana nos han arrastrado hasta nuestro propio estiércol. Ya no se tratará, lamentablemente, de revoluciones que busquen un cambio sólo en el modo de producción, o de quién detenta el poder. Ganar y resignificar la vida misma hoy en día sería factible sólo a partir de la destrucción total de la vida misma. Extraña paradoja, si se quiere. Un verdadero punto de partida sólo sería posible pensarlo desde la destrucción física del planeta con todos los preceptos lamentables que él conlleva. ¿Deberíamos esperar que Dios reparta las cartas de nuevo, con nuevas reglas de juego, sin manzanas del pecado, sin luchas por el poder, sin religiones, sin el deseo natural del sexo, sin armas, ni factores psicológicos que simpaticen con la tentación? No, no creo que eso sea suficiente. Dios no lo había pensado así. Y sin embargo acá estamos, de esta forma. Perdón: ¿Dios sabía lo que vendría? ¿Y si lo sabía, por qué nos creó, para qué?Como les decía, perder fue ganar. Esa tarde, cuando ya exhausto de idas y venidas, de filas y colas interminables, me dijeron que mi perfil “no era el requerido por la empresa”, entendí que había ganado. Hoy, gracias a mi perfil poco solicitado soy completamente libre, sin cadenas hechas con corbatas de acero ni barrotes oficinísticos, sin sueldo, salario ni remuneración. La selva gris siempre guarda restos para mí, he aprendido a apreciar el arte, el amor, la dicha de sentirme diferente. Aprendí a entender la Muerte como un pasaje Divino y del cual nadie debe escapar o temer. Mi barba blanca, mis pies sucios, mis manos ajadas, mi mirada firme me acompañan y me dan fe.Ese día gané. Ese día fue el día más importante de mi vida. No fue patear el tablero, fue mucho más que eso, fue quemarlo y construir uno nuevo, pensado por y para mí. El costo fue muy alto, lo sé, pero nada importante se logra sin pagar cierto precio. El destino no está escrito, y si lo está uno tiene la posibilidad, quizás la obligación, de transformarlo desde una resignificación puramente propia.Hoy paso mis días de vagabundo riéndome de la gente y sus sueños hechos con el cartón más barato.Usted, lector accidental de mi camino, ¿de qué juega en su tablero social? ¿De peón o de Rey?

martes, 25 de agosto de 2009

De cada uno

Todo depende de cada uno.

¿Cuánto hay de cierto en esta afirmación? Para no embarcarnos en la tediosa tarea de hablar del destino, prefijado o no, optaremos por pensar que uno nace animal, lo socializan, se auto-socializa también -¡cuántas veces a la fuerza!-, se arma, aprehende el mundo a lo largo del camino, y en el camino termina por hacerse sujeto, humano social.

Podríamos aceptar y fundamentar que muy pocas cosas dependen de cada uno. Que en la ruleta de todas las escalas a uno le toca su lugar y, salvo contadas excepciones, desde la cuna hasta el hueco final, el camino se mantiene único e inalterable. Es importante resaltar que para esta postura, las excepciones no son más que eso: excepciones (contemos los maradonas del mundo y serán golondrinas sin veranos). Y que para poder hablar en términos generales, no es posible tenerlas en cuenta para pensar cuánto depende de cada uno torcer un camino bravo o mantener uno de rosas sin espinas.

Por otro lado podríamos afirmar lo contrario: con esfuerzo se llega, o que el punto de partida es el mismo para todos y lo que a uno le toque en el camino dependerá de sus elecciones y decisiones, y que las consecuencias serán el resultado de los errores y aciertos.

Aquí aparece una tercera postura: Hay un poco de ambas, la fortuna también tiene su peso.

Hablando de lo material, la primera postura dirá lo siguiente: “Se nos plantea que el esfuerzo de cada uno dará sus frutos en algún momento, sin embargo esta pseudo-verdad, que compramos casi ciegamente, no hace más que ocultar el verdadero meollo de la cuestión”. Entiéndase: Por mucho esfuerzo que le ponga uno a ascender en la escala social, los lugares están ya repartidos, las cartas están ya en la mesa, y quien tenga las mejores barajas luchará por mantenerlas de manera conciente e inconsciente haciendo sentir su peso sobre las demás. Es más, aceptamos quienes tenemos los cuatro de copas no tener un lugar mejor en esa escala, culpándonos de no ser mejores personas, mereciéndonos lo que tenemos y endiosando al que tiene más por ser supuestamente “más competitivo”.

Los que creen que el esfuerzo empecinado a la larga los llevará al éxito que cada uno de ellos se proponga, podrán decir: “Nada de lugares inaccesibles, de metas inalcanzables, si usted se propone algo y se prepara mejor que los demás para obtenerlo, será casi imposible que las piedras del camino sean lo suficientemente grandes como para derribar sus sueños”.

El mundo de hoy, es cierto, está así planteado, los que tienen y los que no tienen, los que están adentro y los que están afuera. Replantearnos los sueños es un punto de partida obligatorio para al menos intentar explorar porqué tanta insatisfacción y fracasos en la sociedad actual.

Pero retomemos la idea primera: ¿Todo depende de cada uno?

Desnudemos la pregunta. ¿Qué es todo? ¿Qué es cada uno? Y el lazo que une el todo y cada uno: ¿Qué debemos hacer si es que hay que hacer algo? Pareciera fácil afirmar que hoy ese todo se refiere a bienes materiales, que la apropiación por la apropiación en sí configura un motor sangriento que sólo conduce a una vida vacía de sentido real. ¿Y qué es cada uno? Cada uno es ese pequeño lugar que ocupa en el mundo, su puesto en la cadena de producción, su fuerza práctica más allá de sus pensamientos críticos. Todo esto viene a darle una explicación actual de lo que cada uno es, con las consecuencias nefastas que esto supone. ¿Qué hay de lo que uno debe hacer? Poco queda por decir respecto a esto. El espacio que el sistema deja para torcer verdades aceptadas por todos es casi nulo, el margen que queda para llevar a la práctica lo que en el fondo cada uno piensa de sí y para sí es molido a palos –en hechos o potencialmente-por quienes ven en este margen un peligro de liberación de oprimidos. Oprimidos que además llevan al opresor bien adentro, como inteligentemente afirma el pensador brasileño Paulo Freire.

Entonces, ¿cuál es el debate? ¿Cuál debería ser el debate? Yo veo que los debates se quedan a mitad de camino, la mayoría por teorizar demasiado y no poder bajar a tierra ideas que se quedan en una nebulosa de palabritas lindas, otros no sólo por lo anterior, sino por alimentar lo que critican creyendo que las críticas de manual dan herramientas para la superación personal. Porque no está mal la crítica al fetichismo material, siempre y cuando eso no se convierta en una vía de escape para la imposibilidad de la mayoría de acumular materia. O lo que es igual o peor, utilizarlo como excusa para la destrucción de lo ajeno. Criadero de resentidos.

No.

El debate debería ser anterior, y aquí me paro: Deberíamos darle a lo material el lugar que merece, el de lo que llamo lo “simple-material”. El debate debería estar planteado en un nivel superior y anterior. Es decir, ¿Cómo logramos que la sociedad entera encuentre satisfacción y sentido a su vida sin que lo material juegue un papel determinante dentro de ella? ¿De qué manera el consumo a ciegas puede ser reemplazado por una concepción del mismo como algo funcional y temporal de simples necesidades físicas? ¿Cómo logramos que esas escalas de las que hablábamos al comienzo no sean definidas por el “estar adentro o afuera”, “tener o no tener”? ¿Son el egoísmo, la ambición y el poder, cualidades naturales de la raza humana? ¿Cuánto contribuye la educación familiar y escolar entre otras a allanarle el camino a este círculo vicioso y pernicioso? ¿Cómo convencemos al mundo de que otra realidad es posible? ¿Con qué argumentos convencemos al opresor de que no necesita oprimir para realizarse como ser humano? ¿Cómo hacemos para que los oprimidos dejen de luchar por lo que nunca serán y tendrán creyendo que es posible el salto a un lugar que creen mejor?

Entonces ¿depende todo de cada uno? Creo que sí, en la medida en que las metas sean alteradas; que si uno respeta y ve a los demás como “iguales diferentes” y el porvenir de algunos no signifique la pena de otros, es perfectamente lícito pensar que todo depende de cada uno. Mientras la lucha cotidiana sea por obtener algo que de por sí es escaso, estaremos hablando de opresores y oprimidos, adentros y afueras. Tomar conciencia de cuán perdidos nos encontramos en el laberinto que creamos y alimentamos, ocupemos el lugar que ocupemos en la sociedad, es el primer paso para asomar la cabeza y encontrar la salida por sobre los gigantescos muros de hierro.

sábado, 8 de agosto de 2009

El ojo del culo

El mundo se nos presenta ante los sentidos y de él percibimos lo palpable, aquello que vemos, olemos, saboreamos, etcétera. La vida misma “es” los sentidos, si se me permite por ahora una postura a priori materialista. No hablaré por el momento de ideología o religión, lo cual no tiene que ver con ninguna postura personal, sino con un recorte necesario –caprichoso si se quiere- para limitar el tema.
Los sentidos son medium, como una ventana a lo concreto, son estímulos, recuerdos, percepciones, son comunicación.
Veo un perro, lo registro en la mente con un imagen y lo expreso como p-e-r-r-o, sin ligazón natural entre los fonemas y el perro material (animal de cuatro patas, ladra, peludo, etcétera). Sólo une estas cinco letras al can la convención lingüística para nombrar a las cosas de alguna manera. Pura arbitrariedad, puro contrato tácito, puro lenguaje materno, pura cultura. Es extenso el tema, y no viene al caso. Será suficiente con que quede claro que por un lado se encuentra lo material (el perro vivito y coleando) y por otro lado lo abstracto (la idea que me permite definir a un perro cada vez que se me aparece uno, o cuando lo recuerdo, o simplemente cuando oigo un ladrido o huelo el característico olor a perro mojado).
Huelo budín en mi casa de la infancia, es domingo, llueve, jugamos con témperas. Veinte años más tarde caminando por la calle cruzo una casa y por la ventana se huele aquél aroma a budín que no había vuelto a percibir desde niño. Automáticamente el cerebro activa alguna cisura que me recuerda aquel domingo, aquella lluvia, aquellas témperas, y por supuesto personas, paredes, etcétera. Un momento pasado que parecía completamente borrado se hace presente a causa del aroma actual. El cerebro lo asocia al primero que pasó hace décadas.
Objetos, sabores, olores, texturas. Todo simbolizado por el cerebro, por distintas reacciones químicas, hormonales, de sinapsis, de jugos que se combinan, asociaciones velocísimas, reacciones implacables, biológicas. Otros podrán relativizar esta postura biologicista y condimentarla con explicaciones –si se me permite el término- más “románticas”. Pero esa es otra historia.


Parto de la siguiente pregunta inicial para pasar luego al meollo del tema: ¿Cómo reaccionamos y cómo simbolizamos aquello que no podemos poner en palabras? ¿Qué nos dice el cuerpo cuando nos quedamos sin expresión inmediata? ¿Qué puerta de escape le damos a los traumas, a lo no decible? ¿Cómo hacemos visible lo invisible? ¿Cómo nombramos lo que para la cultura es innombrable? ¿Qué pasa con toda aquella experiencia que aún encontrando su lugar en el cerebro, no logra ubicarse en la potencialidad de los futuros recuerdos?
En fin: ¿Cómo representamos el fantasma que nos causa la ausencia de palabras?

Hasta aquí al menos dos cuestiones: Por un lado la percepción a través de los sentidos del mundo material y su simbolización no solo en palabras sino en expresiones no decibles.
Y a partir de lo anterior: Asumiendo que determinados eventos escapan a la posibilidad de la simbolización en palabras, debemos desafiar ese fantasma que nos causa la ausencia de palabras.
Un tema que se desprendería de los anteriores sería qué sucede con ciertas experiencias que no se convierten en potenciales recuerdos. ¿Acaso hay una selección de recuerdos? –hecho que descarto-. En cuyo caso, ¿cuál es el criterio de selección? ¿el del subconsciente? No lo creo. Más bien lo atribuyo a la ausencia de un “signo vinculante” fuerte. Con signo vinculante quiero decir, en el caso del budín, el aroma, y no el sabor, por ejemplo.


“Vamos por la calle, distraídos. Cruzamos la calle sin mirar. Un auto nos pasa a centímetros a alta velocidad. Nos quedamos paralizados, mudos, temblando.”

“Terminamos de dar medio giro a la llave de arranque del auto. De repente un desconocido nos pone un arma en la cabeza, nos da órdenes, nos golpea. Se nos nubla la vista, nos tiemblan las piernas. El ladrón nos gatilla el arma, la bala nunca sale. Nada puede explicar ni transmitir ese sentimiento de sentirse fusilado.”

Sólo dos ejemplos. Entonces repito la pregunta a la que quiero llegar: ¿Cómo representamos el fantasma que nos causa la ausencia de palabras?

Y aquí lo paradójico del caso: Sólo podremos ver al fantasma cubriéndolo con un manto. Ese manto, que también resulta invisible, solo es palpable para ciertos privilegiados que poseen un sexto sentido, al cual he decidido llamar “el ojo del culo”.

Continuará

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miércoles, 29 de julio de 2009

Indios


¿Still begging for us?


Pescadores


Lines


sábado, 25 de julio de 2009

Definamos

Definamos verdad,
Definamos soledad,
Definamos libertad,
Definamos amor,
Definamos olvido,
Definamos muerte,
Definamos pasión,
Definamos amistad,
Definamos mentira,
Definamos felicidad,
Definamos engaño,
Definamos locura,
Definamos eternidad,
Definamos prohibido,
Definamos maldad,
Deinamos oscuridad,
Definamos nunca más,
Definamos dolor,
Definamos injusticia,
Definamos igualdad,
Definamos correcto,
Definamos infierno.
Corrijamos.

El debate anterior

Todo se resume en un ebate ético, sin partidos, sin ideologías, sin fanatismos. El debate, si me permiten, es anterior, filosófico. Toda opinión posterior se quedará a mitad de camino, inacabada, demasiado relativa. Definamos lo ético. Diferenciemos luego lo ético de lo que no lo es. Y a partir de allí decidamos el modelo de sociedad que queremos. No hay otra manera de conseguir una sociedad más justa.

Todo pasa

Todo pasa, todo pasa,
No sólo los trenes pasan,
La vida también pasa.
Pasa el dolor, pasa el amor.
¿Qué pasa en tu mirada hoy?
Todo pasa, corazón,
Mi piel y el tempo pasan.
Las ilusiones, los besos, las sonrisas,
La fuerza, el viento, el cielo,
La luna pasa...
Todo pasa, todo pasa.
Los aviones por afuera,
Las penas por dentro pasan.
Pasan los carteles, las estrellas.
¿Qué pasa hoy en tus ojos?
Todo pasa corazón, lo que queda pasa.
El humo del recuerdo.
Las ausencias pasan,
Los colores pasan,
Todo pasa, todo pasa...

jueves, 23 de julio de 2009

Sobre escritura y escritores

Por Roland Barthes, extraído de "El placer del texto" 1977.

"...Pero a nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, sólo nos resta, si puedo así decirlo, hacer tampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua. A esta fullería saludable, a esta esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi parte yo la llamo `literatura´."

"...La literatura es la práctica de escribir, y es dentro de la lengua donde la lengua debe ser combatida, descarriada. Las fuerzas de libertad que se hallan en la literatura no dependen de la persona civil, del compromiso político del escritor, que después de todo no es más que un "señor" entre otros, sino del trabajo de desplazamiento que ejerce sobre la lengua."

"...La literatura permite, por un lado, designar unos saberes posibles -insospechados, incumplidos-: la literatura trabaja en los itersticios de la ciencia, siempre retrasada o adelantada con respecto a ella, semejante a la piedra de Bolonia, que irradia por la noche lo que ha almacenado durante el día, y mediante este fulgor indirecto ilumina al nuevo día que llega. La ciencia es basta, la vida es sutil, y para corregir esta distancia es que nos interesa la literatura."

"...Curnoski decía que en materia de cocina es preciso que "las cosas tengan el sabor de lo que son". En el orden del saber, para que las cosas se conviertan en lo que son, lo que han sido, hace falta este ingrediente: la sal de las palabras."

"...A través de un libro que leí hace poco en el cual se trataba una enfermedad que conozco muy bien como es la tuberculosis, descubrí que si quiero vivir debo olvidar que mi cuerpo es histórico, debo arrojarme en la ilusión de que soy contemporáneo de los jóvenes cuerpos presentes y no de mi propio cuerpo, pasado. Tengo que renacer, hacerme más jóven de lo que soy. Hay momentos de la vida en los que entramos en nuevas vidas -vita nuova-: nueva obra, nuevo amor. Intento pues dejarme llevar por la fuerza de toda vida viviente: el olvido."

jueves, 28 de mayo de 2009

Naturaleza muerta


From father to son


Bad, mad, sad


domingo, 8 de febrero de 2009

La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver*

(segunda edición en este blog)




El uso de los alucinógenos puede equipararse a las prácticas ascéticas: son medios predominantemente físicos y fisiológicos para provocar la iluminación espiritual. En la esfera de la imaginación son el equivalente de lo que son el ascetismo para los sentidos y los ejercicios de meditación para el entendimiento. Para ser eficaz el empleo de las sustancias alucinógenas ha de insertarse en una visión del mundo y del trasmundo, una escatología, una teología y un ritual. Las drogas son parte de una disciplina física y espiritual, como las prácticas ascéticas.
Las drogas no son fines sino medios. Si el medio se vuelve fin, se convierte en agente de destrucción. El resultado no es la liberación interior sino la esclavitud, la locura y no la sabiduría, la degradación y no la visión. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años. Las drogas alucinógenas se han vuelto potencias destructivas porque han sido arrancadas de su contexto teológico y ritual. Lo primero les daba sentido, trascendencia; lo segundo, al introducir períodos de abstinencia y de uso, minimizaba los trastornos psíquicos y fisiológicos. El uso moderno de los alucinógenos es la profanación de un antiguo sacramento, como la promiscuidad contemporánea es la profanación del cuerpo.
La acción de los alucinógenos es doble: son una crítica de la realidad y nos proponen otra realidad. El mundo que vemos, pensamos y sentimos aparece desfigurado y distorsionado; sobre sus ruinas se eleva otro mundo, horrible o hermoso, según el caso, pero siempre maravilloso. (La droga otorga paraísos e infiernos conforme a una justicia que no es de este mundo, pero que, indudablemente, se parece a la del otro según lo han descrito los místicos de todas las religiones.) La visión de la otra realidad reposa sobre las ruinas de esta realidad. La destrucción de la realidad cotidiana es el resultado de lo que podría llamarse la crítica sensible del mundo. Es el equivalente, en la esfera de los sentidos, de la crítica racional de la realidad. La visión se apoya en un escepticismo radical que nos hace dudar de la coherencia, consistencia y aun existencia de este mundo que vemos, oímos, olemos y tocamos. Para ver la otra realidad hay que dudar de la realidad que vemos con los ojos.
David Hume decía: “Nada cierto podemos afirmar del mundo objetivo y del sujeto que lo mira, salvo que uno y otro son haces de percepciones instantáneas e inconexas ligadas por la memoria y la imaginación. El mundo es imaginario, aunque no lo sean las percepciones en que, alternativamente, se manifiesta y se disipa”. Agrega: “When I view this table and that chimney, nothing is present to me but particular perceptions, which are made with all other perceptions”.
Lo que llamamos realidad no son sino “descripciones del mundo, pinturas”. Estas descripciones no son más sino menos consistentes e intensas que las visiones del efecto de la alucinación en momentos privilegiados. El mundo y yo: un haz de percepciones percibidas (¿emitidas?) por otro haz de percepciones.
La consecuencia son los escépticos. Como tal, usan la razón para mostrar las insuficiencias de la razón, su sinrazón secreta. La sinrazón de la razón, la incoherencia, aparecen también en la crítica de la razón. Para no contradecirse el escéptico tiene que cruzarse de brazos, resignarse al silencio y a la inmovilidad. Si quiere seguir viviendo y hablando debe afirmar, con una sonrisa desesperada, la validez no-racional de las creencias.
La función del humor no es distinta de la de las drogas, el escepticismo racional y los prodigios: Los brujos del humor se proponen a través de estas manipulaciones romper la visión cotidiana de la realidad, trastornar nuestras percepciones y sensaciones, aniquilar nuestros endebles razonamientos, arrasar nuestras certidumbres, para que aparezca la otra realidad.
El mundo de todos los días es el mundo de todos los días. Pero la otra vida está aquí. Sí, allá está aquí, la otra realidad es el mundo de todos los días. En el centro del mundo de todos los días centellea, como el vidrio roto entre el polvo y la basura del patio trasero de la casa, la revelación del mundo de allá. ¿Qué revelación? No hay nada que ver, nada que decir: todo es alusión, seña secreta, estamos en una de las esquinas del cuarto de los ecos, todo nos hace signos y todo se calla y se oculta. No, no hay nada que decir.












*Título original: La mirada anterior. Este collage de párrafos seleccionados caprichosamente de la pre-introducción al libro “Las enseñanzas de Don Juan” de Carlos Castaneda, fue escrito por Octavio Paz el 15 de septiembre de 1973.