miércoles, 11 de junio de 2008

Quizás

Maldita fijación. Es inevitable. Piensa en la vida y la asociación con la muerte es instantánea. Como si dentro de su cabeza las autopistas alternativas de sinapsis estuvieran derrumbadas. Se mira y mira a su alrededor, la gente que quiere, que comparte momentos junto a ella, que la quiere y cree que la quiere, y se transporta a un tiempo en el que ya no estarán. Ve su tumba y las de ellos, desparramadas, solas. Y entonces se angustia, ve oscuro. La esperanza del reencuentro sin cuerpos la reconforta por segundos. Luego lo real, lo palpable. Una tumba, un nombre y quizás una flor. Y nada más. Dos días en la tierra que duran dos horas. Y entonces teje un monólogo mental argumentando y enumerando todas las rengas razones para ser feliz, para ser menos humano y más animal. Y se rescata de la cuerda o de alguna bala. Y después sirve café. Alguna tarea distrae su parte subconsciente. Esconde su Schoppenhauer latente y la vida sigue.

Quizás más tarde ría o llore. Quizás algún día sepa contentarse con la simpleza de un sol tibio o la lluvia mojando la tierra.

Quizás.

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