viernes, 26 de febrero de 2010

Una hormiga, un sapo, la palabra

A orillas de un río yacía un pez agonizando. En ese momento por encima de una ramita de sauce lo vio una hormiga que caminaba en busca de alimento. El pez, que alcanzó a reconocerla, con sus últimas fuerzas, boqueando y moviendo la cola, dijo:
-“Ayúdame.”
“-Debes estar confundido, soy hormiga. Mi misión es conseguir alimento para mi comunidad”, replicó la pequeña hormiga, mientras caminaba alrededor del pez y comenzaba a saborearse.
-“Pero puedes salvarme la vida”. Dijo el pez.
-“Tu carne podría salvar miles de vidas de hormigas de mi comunidad”. Contestó la pequeña, con un tono que le daba a la conversación una cachetada de final inexorable.
-“Por favor...” expiró el pez.
Ese fue su último respiro. Quizás la hormiga nunca escuchó esas palabras, las últimas, ya que se alejaba en busca de sus pares para comenzar a ingerir el gran animal.



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Al poco tiempo, nuestra hormiguita se encontraba llevando a su hormiguero un retazo de hoja de un ciruelo. Se notaba en ella el gran esfuerzo que estaba haciendo, puesto que el hormiguero no estaba cerca, y además el peso de su carga era demasiado para ella sola. En ese instante sintió que una de sus patas estaba lastimada. Se detuvo, dejando la verde hoja a su lado. Quiso ir a pedir ayuda, pero sus compañeras estaban muy lejos y casi no podía moverse. Decidió esperar. A los pocos minutos, un sapo, que andaba por el lugar se encontró con la hormiga.
-“Ayúdame.” Dijo la hormiga, recordando con su imperativo a aquél pez que agonizaba en el borde del río.
El sapo, casi a punto de estirar su lengua y cerrar el asunto, se quedó pasmado.
-“¿Porqué habría yo de ayudarte, pequeña? Le contestó el sapo.
-“Podrías salvarme la vida.” Dijo la hormiga, recordando las palabras del pescado.
-“¿Y qué tan importante puede ser tu vida?” Preguntó nuevamente el verde animal.
-“De mi vida dependen miles de vidas recién nacidas, que esperan un bocado antes del anochecer. De mí, como tú bien dijiste querido amigo, depende una cadena de trabajo compuesta por miles de trabajadores como yo. Tú podrías arruinarlo todo con un bocado perfectamente reemplazable.” Exclamó la hormiga.
El sapo recapacitó.
-“Te ayudaré.” Contestó. Y agregó:
-“Sube a mi lomo e indícame el camino más cercano al hormiguero.”
La hormiga, casi arrastrándose, trepó hasta llegar al ancho lomo del que sería su salvador. Y mientras le indicaba el camino, su mirada se perdía en aquel recuerdo del pez que agonizaba. Buscó excusas para alivianar la culpa, pero nada la consoló. Recordaba aquel pez agonizante y sentía vergüenza de sí misma. Sabía que su vida ya no sería la misma luego de tal lección. Sus lágrimas humedecieron por completo el lomo grueso y áspero del sapo.
-“Hemos llegado.” Dijo el sapo, cansado. Se sentó para que la hormiga pudiera pisar tierra nuevamente y luego se despidió. La hormiga sólo miraba cómo los saltos de aquel animal se alejaban, confundiéndose con el verde del monte.
Algunos dicen que la hormiga murió al poco tiempo. Otros que vivió seis años en pena. Del sapo, nunca más se supo nada.

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