lunes, 4 de agosto de 2008

Ser

Como ustedes ya saben, La Muerte ha representado en mi vida uno de los temas (sino El Tema) que más ha llevado mis manos al papel. Luego de muchas idas y venidas, de estériles búsquedas de La Verdad entre lo comprensible y lo inalcanzable de la materia, creo haber dado con una explicación certera de lo que es la vida en realidad y su complemento con la muerte.
Debo antes aclarar que el tema no se agota en estas líneas, ya que durante mi argumentación irán surgiendo ideas imposible de abarcar en su totalidad. Más aún, cada vez que usted lea estas palabras surgirán en su mente otras nuevas que servirán de soporte a las anteriores, y así hasta siempre. Pero no caeré en el pecado de la soberbia creyéndome yo dueño de una verdad que en realidad no le pertenece a ningún mortal. No. Sólo me gustaría compartir algunas semillas de pensamientos con lectores atentos. Ese lector que siempre ha sabido darle tierra fértil a mis ideas y que juntos, a pesar de la distancia, hemos sabido regar.

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Podría yo comenzar diciendo que la vida termina cuando la muerte comienza. Eso es cierto, pero en nada nos ayuda para entender la complejidad –o no- del proceso. Podría también decir que la muerte nos es desconocida y que esa es una de las razones por la cual nos atemoriza. Pero, ¿hay en esta afirmación algún valor analizable que pueda llevarnos a un entendimiento sobre lo que es en realidad la muerte? La respuesta es muy simple: No. Agreguemos un ejemplo sencillo: No puedo explicar lo que es el teorema de Pitágoras diciendo que sus fórmulas me atemorizan, que su fin me es desconocido.
Pero para no desviarnos de lo nuestro comencemos diciendo que la Muerte es el verdadero nacimiento.
Siempre he creído que nacemos llorando porque creemos estar muriendo, porque sentimos que nos arrancan de nuestra “primera vida” sin saber que otra está comenzando. ¿Puede usted asegurarme que esta vida no sea el embarazo de una próxima vida que ya no necesite del cuerpo? No, no puede y no podrá jamás, salvo en la Verdadera vida, en la vida del Alma. Pero la respuesta ya no importará. Es más, no sabrá usted que hubo una vida anterior y ya estará sintiendo pánico por su próxima muerte. Muerte que no habrá de venir.
Es necesario hacer una aclaración en este momento. Debemos entender que el cuerpo y el alma son dos cosas completamente distintas y que nada tienen que ver entre sí. El alma está encerrada en el cuerpo, pero nada más. Es el cuerpo el tormento más grande para el alma y ésta última buscará librarse de él hasta conseguirlo. El alma nunca pierde porque el cuerpo tiene un enemigo imbatible: El Tiempo. Y tarde o temprano cae a sus pies. El Alma y el Tiempo siempre han sido grandes amigos y, sabios como son, han rechazado cualquier oferta de Dioses del Mal para vender su Secreto. Secreto que ningún hombre podrá conocer jamás por su condición de mortal. Hecha la aclaración podemos citar al gran pensador Jorge Polhanuer quien nos dice: “...El alma del hombre es semejante a los dioses y ha compartido con ellos la inmortalidad, en un ámbito amigo al tiempo, deleitándose en contemplar la verdad, única y eterna. Sin embargo no es tan perfecta como aquellos y ha venido a caer en este mundo, donde todo cambia y nada es permanente. El alma, inmortal, es prisionera de un cuerpo que nace y muere, y se halla sujeta a los deseos de ese cuerpo, pues ha olvidado su origen divino...” Su pensamiento, categórico, es muy claro y no necesita de aclaración alguna. Quiero agregar que nuestro mundo, ese mundo que nos ha hecho depender siempre de nuestros sentidos, es un mundo engañoso, y que en la medida en que dejemos de depender sin esfuerzo alguno de ellos, es ahí cuando estaremos listos para el definitivo desprendimiento del Alma con su prisión: el cuerpo. Esa alma es, queridos amigos, la luz a la oscuridad cambiante de los sentidos.
¿Cuántas veces hemos sentido el profundo deseo de cerrar los ojos y remitirnos a lo más primitivo de nuestro propio ser y no sentir absolutamente nada? ¿No hemos de notar que los momentos de más “felicidad” (por llamarlos de alguna manera) son cuando más inconscientes estamos de la vida en sí? ¿Por qué pensamos la vida como algo finito si en realidad no sabemos aún el porqué de la existencia? Preguntas, y más preguntas...
Es hora de detenerse. Tiempo, Alma, Muerte, cuerpo. Palabras vírgenes que nos esperan. Verdaderamente creo en la Eternidad, en que el Saber de lo inmaterial prevalecerá. Alguien podrá decir que soy demasiado optimista, a lo cual podré contestar que el hecho de que haya una vida eterna no significa que sea una vida de placeres. Además, creo que en determinado momento ya no será apropiado hablar de placeres, puesto que esa palabra lleva consigo la carga del cuerpo. Y el cuerpo, como ya he dicho, no es más que algo transitorio y contraproducente al verdadero sentido de la vida. Es cierto, el cuerpo se nos ha presentado como el medio de manifestación en esta vida. Es el Ser que nos representa, que nos pide alimento, que observa limitadamente, que entiende lo entendible, es el cuerpo de esta vida. Y esta vida nos da señales de un Alma que nos espera. Yo les aseguro que cuando lloramos por amor es el Alma que llora, pero ese tema, apasionante e inabordable, lo dejaré para otro día.
Hoy puedo decirles, y para ir cerrando el primer verso de una eterna poesía, que la Muerte es el comienzo de la Vida, que los colores son colores no porque las convenciones los impongan y los sentidos los perciban, sino porque el Alma así los ha querido inventándolos. Y que este cuerpo que nos da la posibilidad de pensar y hablar de todo esto, es sólo el médium primero de nuestra inmortal existencia. Ya el cuerpo se cansará de los sentidos y de un Alma que golpea sus puertas a rabiar. Y en ese momento daremos paso a la Verdad, sabremos prescindir entonces de los sentidos, confiando ahora en el Alma y en ninguna otra cosa, en lo que ella por sí misma capte de lo real como lo que es indiscutiblemente.

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