viernes, 1 de agosto de 2008

Licenciado Balán

La mujer, de unos cincuenta años tenía pasos cortitos, pero firmes. No superaba el metro sesenta, y tenía unas tetas grandes como sandías. El resto del cuerpo estaba bien disimulado detrás del color negro.
-Así que cien la media hora. ¿No puede ser ochenta? Le preguntó, con clara actitud histérica.
-Mi vida –dijo la señora deteniéndose justo en la esquina de Suipacha y Viamonte- no me hagas perder el tiempo. Son cien o arreglate con la derecha.
-Está bien...¡Qué carácter de mierda! Vamos a mi departamento. Balbuceó rezongando.
Una vez allí, le ofreció bebidas. Ella se sacó la ropa como para irse a dormir, estaba cansada. Se recostó en la cama deshecha y miró a su alrededor. Libros, vasos, discos. Le agradeció un vaso de licor que él le acercó. Le preguntó si no le molestaba, mostrándole un papel con la mano. Y con una sonrisa apenas visible peinó una línea de cocaína que compartió con él.
El seguía vestido. Ella le dijo que le quedaban veinte minutos, pero que si le daba para el taxi se quedaba un poco más. “Vamos a ver”, le contestó él.
El se recostó a su lado y le ordenó que empezara de una vez. La luz era tenue, y venía desde afuera. Mientras ella se disponía a colocarle el preservativo con la boca, él sacó una cuchilla de unos treinta centímetros de entre el colchón y la madera de la cama. Por la posición ella no se imaginaba lo que vendría. Él estaba recostado boca arriba, ella se había inclinado sobre su miembro, quedando su nuca a la vista de los ojos de él. Con la mano izquierda él le acariciaba la cabeza. Estaba esperando el momento justo. Ella estaba a punto de montarlo cuando le hundió casi por completo el filo de ese enorme cuchillo a la altura de la última costilla, desde atrás. Inmediatamente, antes de que ella se incorporara, tomó el cuchillo con fuerza y sosteniéndola de los sucios pelos le abrió la garganta de lado a lado. Luego la dio vuelta sobre la cama y la tendió como una marioneta. Mientras ella balbuceaba liberando brotes descontrolados de sangre por la boca, la nariz y el cuello abierto como una vagina en pleno parto, él la miraba fijamente a los ojos, mordiéndose la lengua. Tomó sin interrumpir sus movimientos otro cuchillo que había sobre la mesita de luz de algarrobo, y se lo clavó una y mil veces en la entrepierna. Después en el estómago. En un instante ella dejó de moverse, de toser, de pedalear en el aire. Los brazos de él no paraban de hacer semicírculos, cuyas puntas iban desde el respaldo de la cama hasta el torso de la muerta.
Fue a buscar un serrucho.
Le amputó un pié, cortando por arriba del tobillo.
El agua de la olla estaba a punto de hervir cuando colocó el trozo de cuerpo. Esperó una hora mientras el vapor humedecía los azulejos verdes. enseguida tomó el pié y le quitó las uñas con una tenaza, silbando. Lo dejó reposar en la heladera unos quince minutos. Luego comió dos o tres bocados, separando la piel previamente. Sus ojos estaban rojos. Por su rostro y su masticación parecía que el talón era la parte más sabrosa.
Durmió un poco en la cama, al lado de la puta muerta. Al despertar espantó las moscas y tomó nuevamente el serrucho y la seccionó en unas seis o siete partes, que luego colocó en una inmensa doble bolsa negra. También colocó dentro de la bolsa la ropa de cama, su ropa y los trapos que usó para limpiar la habitación.
Eran las tres de la mañana. Cargó al hombro la bolsa, la puso en el baúl de su auto y se marchó hacia la ruta 6. Luego de manejar hora y media se detuvo a un costado, en el pasto.
La noche era perfectamente oscura. Se alejó barranca abajo unos cuarenta metros con la bolsa asida fuertemente con ambas manos. Roció la bolsa con un líquido y desde lejos le arrojó un papel encendido.
Desde el retrovisor del auto contempló cómo las llamas se iban apagando.
La suerte estaba de su lado, ni un solo auto pasó.
Arrancó y manejó hasta Palermo. Estacionó el auto en el garage de la empresa y durmió hasta las 8 menos cuarto. En sueños vio aquel rostro terrorífico de su madrastra abusando de él junto a su padre.
-¿Café Licenciado? Le diría más tarde su secretaria.
- Por favor Elena, con dos de azúcar.
Y luego de un largo suspiro agregó:
-Elena, ¿tiene planes para este sábado?

3 comentarios:

Vanina dijo...

ay! se las quiere matar a todas!! y morfárselas!!
avisá que no lea este relato después de haber almorzado, chabón!
genial la historia, hubo un momento que estaba deseando que termine de una buena vez!!!
Abrazos

Anónimo dijo...

Psicopata, sexopata, asesino, Lic Balan canalizando traumas infantiles con las putas del microcentro... ¿cuantos habrá como este?

La niña santa dijo...

Me pediste que continuara la historia y ahora que la leo me muero de ganas por saber cómo sigue! Así que depende de mí nomás. Es un desafío, porque no suelo escribir ficción (o ya no) y menos de Licenciados psicópatas. Pero cuando la tenga te aviso!!
Beso