sábado, 8 de agosto de 2009

El ojo del culo

El mundo se nos presenta ante los sentidos y de él percibimos lo palpable, aquello que vemos, olemos, saboreamos, etcétera. La vida misma “es” los sentidos, si se me permite por ahora una postura a priori materialista. No hablaré por el momento de ideología o religión, lo cual no tiene que ver con ninguna postura personal, sino con un recorte necesario –caprichoso si se quiere- para limitar el tema.
Los sentidos son medium, como una ventana a lo concreto, son estímulos, recuerdos, percepciones, son comunicación.
Veo un perro, lo registro en la mente con un imagen y lo expreso como p-e-r-r-o, sin ligazón natural entre los fonemas y el perro material (animal de cuatro patas, ladra, peludo, etcétera). Sólo une estas cinco letras al can la convención lingüística para nombrar a las cosas de alguna manera. Pura arbitrariedad, puro contrato tácito, puro lenguaje materno, pura cultura. Es extenso el tema, y no viene al caso. Será suficiente con que quede claro que por un lado se encuentra lo material (el perro vivito y coleando) y por otro lado lo abstracto (la idea que me permite definir a un perro cada vez que se me aparece uno, o cuando lo recuerdo, o simplemente cuando oigo un ladrido o huelo el característico olor a perro mojado).
Huelo budín en mi casa de la infancia, es domingo, llueve, jugamos con témperas. Veinte años más tarde caminando por la calle cruzo una casa y por la ventana se huele aquél aroma a budín que no había vuelto a percibir desde niño. Automáticamente el cerebro activa alguna cisura que me recuerda aquel domingo, aquella lluvia, aquellas témperas, y por supuesto personas, paredes, etcétera. Un momento pasado que parecía completamente borrado se hace presente a causa del aroma actual. El cerebro lo asocia al primero que pasó hace décadas.
Objetos, sabores, olores, texturas. Todo simbolizado por el cerebro, por distintas reacciones químicas, hormonales, de sinapsis, de jugos que se combinan, asociaciones velocísimas, reacciones implacables, biológicas. Otros podrán relativizar esta postura biologicista y condimentarla con explicaciones –si se me permite el término- más “románticas”. Pero esa es otra historia.


Parto de la siguiente pregunta inicial para pasar luego al meollo del tema: ¿Cómo reaccionamos y cómo simbolizamos aquello que no podemos poner en palabras? ¿Qué nos dice el cuerpo cuando nos quedamos sin expresión inmediata? ¿Qué puerta de escape le damos a los traumas, a lo no decible? ¿Cómo hacemos visible lo invisible? ¿Cómo nombramos lo que para la cultura es innombrable? ¿Qué pasa con toda aquella experiencia que aún encontrando su lugar en el cerebro, no logra ubicarse en la potencialidad de los futuros recuerdos?
En fin: ¿Cómo representamos el fantasma que nos causa la ausencia de palabras?

Hasta aquí al menos dos cuestiones: Por un lado la percepción a través de los sentidos del mundo material y su simbolización no solo en palabras sino en expresiones no decibles.
Y a partir de lo anterior: Asumiendo que determinados eventos escapan a la posibilidad de la simbolización en palabras, debemos desafiar ese fantasma que nos causa la ausencia de palabras.
Un tema que se desprendería de los anteriores sería qué sucede con ciertas experiencias que no se convierten en potenciales recuerdos. ¿Acaso hay una selección de recuerdos? –hecho que descarto-. En cuyo caso, ¿cuál es el criterio de selección? ¿el del subconsciente? No lo creo. Más bien lo atribuyo a la ausencia de un “signo vinculante” fuerte. Con signo vinculante quiero decir, en el caso del budín, el aroma, y no el sabor, por ejemplo.


“Vamos por la calle, distraídos. Cruzamos la calle sin mirar. Un auto nos pasa a centímetros a alta velocidad. Nos quedamos paralizados, mudos, temblando.”

“Terminamos de dar medio giro a la llave de arranque del auto. De repente un desconocido nos pone un arma en la cabeza, nos da órdenes, nos golpea. Se nos nubla la vista, nos tiemblan las piernas. El ladrón nos gatilla el arma, la bala nunca sale. Nada puede explicar ni transmitir ese sentimiento de sentirse fusilado.”

Sólo dos ejemplos. Entonces repito la pregunta a la que quiero llegar: ¿Cómo representamos el fantasma que nos causa la ausencia de palabras?

Y aquí lo paradójico del caso: Sólo podremos ver al fantasma cubriéndolo con un manto. Ese manto, que también resulta invisible, solo es palpable para ciertos privilegiados que poseen un sexto sentido, al cual he decidido llamar “el ojo del culo”.

Continuará

1 comentario:

Julia Velasco dijo...

Lucky.. te recomiendo fuertemente que leas a Karl Jung.. el habla justamente de lo que vos te estas preguntando en un libro que se llama " el hombre y sus simbolos".

Pero mas alla de eso, creo que uno siempre "habla", mas alla de no poder expresarlo en palabras...
Por ejemplo: las enfermedades, los sueños, los actos descontrolados o arranques emocionales etc..
Nosotros hablamos, a veces sin palabras... inconsciente que se llama...
besos