jueves, 27 de septiembre de 2007

Mentiras

Desde que tengo la posibilidad de volcar en algunos papeles qué es lo que me pasa, pierdo la noción de lo que imagino, lo que siento y lo que me pasa en verdad. Y llego a la conclusión de que ya no debo tratar de separar estos sentimientos, sino más bien organizarlos y saber diferenciar lo que imagino, lo que siento y lo que realmente me está pasando. Pero esa conclusión es el punto de partida a un problema aún mayor, ya que la respuesta se va desdibujando día a día como si a mis papeles les cayera una gota de agua justo en el medio cada diez segundos. Y suponer cuál sería la respuesta a este problema de organización mental termina confundiéndome aún más.
Luego de horas y días de pensar la fórmula, y cuando creo acercarme a una respuesta, surge la pregunta: ¿Es esta respuesta un sentimiento, es parte de mi imaginación, o es la respuesta real? Y aquí el tema se complica, porque cuando la puerta no tiene llave, o la tiramos abajo o entramos por la ventana.
¿Qué pasaría si uno inventara una contestación para todo aquello que se pregunta y no le halla respuesta? ¿Qué pasaría si esa respuesta, aunque lejos de ser real, fuera una guía para tapar esos huecos que quién sabe quién ha dejado? No sería nada descabellado. ¡Si nos mentimos día a día! Y eso no está mal, lo paradójico es que a “ciertas” mentiras les damos el trono de la Verdad. ¿No está uno mintiéndose cuando cambia de color de pelo? ¿No se miente uno cuando tolera órdenes? ¿No nos mentimos al aceptar mentiras? ¿No nos mentimos cuando algo nos da vergüenza? ¿No es mentira que uno deba ser feliz? No, para nosotros todo esto es una gran verdad. Y así lo aceptamos y lo vivimos. ¿Qué pasaría si el orden se alterara? ¿Qué pasaría si lo real fuera lo imaginado, lo que uno siente lo real, lo verdadero mentira?
Al acercarnos al final, estas preguntas nacen y se reproducen, intentamos tomar conciencia de todo el tiempo perdido, irrecuperable. Quizás algún día volvamos a estar vivos para no ser tan corderos, para romper el maldito “orden establecido”. Pero, ¿establecido por quién? ¿Quién dice qué hacer? ¿Qué margen de error nos perdona el sistema?
“Tu libertad termina donde empieza la mía”. ¿No es eso decir que tu libertad no es tan libre? ¿No es aceptar que vemos en el otro un enemigo en potencia? ¿Es la libertad igualmente repartida? ¿Por qué esta mentira discursiva es tomada como verdad? Somos nosotros mismos los que decidimos sobre la libertad de los demás, aceptando que la ruptura del orden debe ser castigada. Pero, ¿Qué es el orden? ¿No es acaso la obligación a aceptar reglas dadas? ¿Y eso es libertad? Si cada uno de nosotros necesitara un orden, ¿Sería el actual?
Saberse libre verdaderamente, poder ser cada uno lo que uno quiera, en fin, que el disparo de la largada suene para todos al mismo tiempo, y que esa carrera no la gane el que llegue primero sino todos los que llegaron de la forma que han elegido llegar, ¿ No evitaría ver al otro como potencial enemigo? ¿No crees que si uno pudiera tener todo lo que quisiera, ya no querríamos tanto como queremos ahora que no tenemos nada? Si fuésemos capaces de llegar a este punto, si lográramos perder todo lo actual para empezar de nuevo y hacerlo bien ya no tendríamos la necesidad de separar lo que sentimos, lo que imaginamos y lo que es real. Todo sería tan irreal que viviríamos en la mentira más hermosa que nos hayan contado. ¿Qué mentira preferimos? ¿No sabemos cuestionar nada? O quizás prefiramos seguir así, desangrándonos día a día.
Debemos cambiar de mentira, al menos la que yo propongo es una mentira que nos será propia a cada uno. Y nadie necesitará hablar de castigo, libertad, obligaciones, orden o sistema.
Sepamos que la vida no da dos oportunidades para ciertas cosas, que en el día final nada nos habremos de llevar, día que puede ser mañana o esta noche misma. Si tuvimos la suerte de que el tren de la vida haya parado en nuestra estación, subamos al vagón hecho de sueños y mentiras elegidas. Y si ese vagón algún día se llenara, empujemos y hagamos fuerza para que nadie quede sin probar este viaje tan imaginario como real.

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