sábado, 22 de septiembre de 2007

Mis milagros

En no pocas oportunidades me he formulado una incógnita que –al menos eso creo hoy- no podré descifrar en vida. Aunque al final de mi relato proponga yo una especie de respuesta a mi propia pregunta, creo que el tema no puede cerrarse aquí.
Antes de proseguir debo aclarar que creo en los milagros. Paso a explicar. Milagro es para mí un hecho (ostensible o no) producto de alguna fuerza divina. Repito, ostensible o no. Un milagro sería la curación de una enfermedad determinada, una resurrección, una visión, o simplemente alcanzar el colectivo para ir a trabajar. En fin todo aquel acto cuyo origen fuera inexplicable para la razón del hombre es un milagro. Pero también lo será aquél que por su simpleza no nos permita ver todas las condiciones que hicieron falta para lograr determinado hecho. No considero milagro a la concreción de algunos amores imposibles, por ejemplo.
La incógnita es la siguiente. Suponiendo que sea Dios el generador de tales milagros, mi pregunta es ¿cómo consigue Él la alteración de determinado estado de cosa o cosas sin alterar su entorno? Si Dios pusiera la mano sobre mi vida y me permitiera volver atrás una hora –por no decir un año- ¿cómo logra Él que ese cambio no afecte a los demás? ¿Cómo los demás –aquellos a los cuales mi accionar, mi presencia, mi voz, mi andar los afecta- no se dan cuenta del cambio? Podemos caer en la respuesta fácil y decir que Dios todo lo puede, pero por este camino llegaríamos inexorablemente a una especie de llave de paradojas tan estériles como insostenibles.
Ante determinadas situaciones de desesperación, de falta de respuestas, de imposibilidad total de cambiar el destino (¡es allí cuando el futuro se hace predecible; ante lo inevitable, ante la desgracia ineludible!) todos esperamos y nos sostenemos como si estuviéramos en medio de una gran tormenta, de la frágil rama del único árbol vivo, el árbol de los milagros. Es allí cuando el punto blanco a poco de hacerse invisible dentro de tanta oscuridad, nos da un resto para respirar unas veces más. Pedimos algo a cambio. No se a quién, pero pedimos. Al destino, al futuro, a Dios o a todo a la vez. “Si ocurre A, entonces nosotros haremos X”; “si B no ocurre, entonces C”. O aun más: Al suceder D sin pedirlo, sin esperarlo, entonces F. Éste último ejemplo es de los que yo llamo “milagros puros”. Pero volviendo al planteo original, lo que me pregunto es cómo un milagro entendido como el quiebre en el destino de cada uno, como un reempezar, como un giro imprevisto dentro del libreto de la vida, afecta sólo a la persona “beneficiada” por el milagro en sí. ¿Será acaso que los milagros se dan en pocas oportunidades porque para su concreción se necesita una serie de factores desencadenantes? El cambio en la línea recta –o circular, para este caso no afecta la dirección de la línea-, luego de la intervención milagrosa, no puede afectar sólo a una persona si desde el vamos esa persona está inmersa en una serie de relaciones sociales. Y aquí me corrijo: no es que los milagros se den en pocas oportunidades, sino que se hacen “visibles” no muchas veces.
Frente mi planteo, acaso inútil –lo reconozco- sobre esta cuestión de cómo afectan los milagros a los hombres, se me ha ocurrido lo siguiente: cuando un milagro es llevado a cabo por llamémoslo “El Milagroso”, lo que cambia es el mundo entero. Más allá de “lo individual” del milagro, no es posible hablar de milagros si no consideramos un quiebre –de tiempo por ejemplo- en la continuidad de las vidas todas. No se me ha ocurrido milagro alguno cuyo poder afecte sólo a una persona. Eso sí sería un milagro (o milagro potenciado para conceptuar correctamente). Desde mi punto de vista la vida está repleta de milagros, sólo que casi en su totalidad no se hacen presentes a los sentidos humanos. Gran error el del hombre que confía sólo en sus sentidos, como si a través de ellos se pudiera captar, aprehender, copiar o comprender la realidad exterior. Estaremos de acuerdo usted y yo en que tampoco el lenguaje es capaz de alcanzar la realidad. Y aunque a Niestzche jamás se le hubiera ocurrido confiar en los milagros sino más bien en las capacidades del hombre como máquina, a mí en particular me persuade más el consenso entre ambas ideas. Creo que la vida está llena de milagros, pero creo también que la capacidad de los hombres puede forjar un destino particular que dependa menos de esos milagros para sobrevivir. Pero claro, al vivir en sociedad, al con-vivir, al relacionarnos, al ser todos un “todo”, no nos quedará opción alguna más que la de aceptar que somos parte de un milagro general, a veces para beneficiar, otras para perjudicar, pero nadie puede escapar a esta verdad sólo entendible dentro de un lenguaje de “milagrosidad”.
Para cerrar estos párrafos resumo: los milagros –como yo los considero- existen. Todos esos milagros cotidianos no pueden existir sin afectar a la humanidad completa. Los hombres consideran milagros sólo a aquellos que se hacen palpables a los sentidos. Aun así hay mucha gente que no cree en milagros. Para mí la vida misma es un milagro, que yo esté aquí, ahora, con los ojos abiertos, no puede ser un ejemplo más claro de lo que es un milagro.

2 comentarios:

Vero dijo...

¿No te parece un pequeño milagro que en este minuto nos hayamos reenecontrado?...

V. Lasserre

Julia Velasco dijo...

me encanto lucky! pero leyendo tu texto, me surgen algunas ideas: el milagro.. es milagro? o es parte predestinada a vivir?
yo creo que la vida es como un mazo de cartas... todos tenemos las mismas cartas pero mezcladas diferente en la baraja ( ej: nos enfermamos, nos enamoramos, alguien querido parte, alguien nos deja, nos frustramos, estamos en lo mas alto etc.) Creo que la diferencia es como transitamos los hechos. El milagro puede estar en el transito, ( que aca puede ser milagro) o en la predestinacion ( lo cual invalidaria el milagro, ya que la solucion magica iba a llegar indefetiblemente) ... te dejo otra picando.. alto lime tenemos los dos! jaajja