sábado, 13 de febrero de 2010

Quiero ver

Quiero ver…
Quiero salir a ver el sol…
Ya nada me detendrá
Nada será como ayer
En un puño el viento guardaré
Mi puñal cortará morales
La sombra de mi corazón me cuidará
Un grito a todos ha de callar
Y todo será azul
Los niños siempre niños serán
Las putas reinarán
Los locos dirán toda su verdad
Los sueños serán la realidad
Quiero ver…
Quiero salir a ver el sol…
Otoños ya no vendrán
Seré tu voz
Y seremos libertad
Quiero ver…
Quiero entrar a ver el sol…
Seré la voz
Que hay en mí…
Que hay en vos…

Bruja

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Sol after men


sábado, 29 de agosto de 2009

Perder y ganar

Hubo un día en el que perder fue ganar. La paradoja que les cuento se dio internamente como una complementariedad de sus dos caras. Ganar era lo que buscaba, perder fue lo que ocurrió. Sin embargo, al fin de cuentas, lo que perdí de ganar fue lo que hubiera resultado perder verdaderamente. Para ser honesto, la posibilidad de la derrota no la había considerado en un principio, porque ganando o perdiendo, de alguna forma algo ganaba. Entonces me conformé con probarme que podía ganar.Pero perdí. Y gané.No es contradictorio si pensamos que lo que yo creía que hubiera sido ganar era realmente perder redondamente. Por eso creo que haber perdido significó ganar en algún sentido. Ganar es una forma de entender la vida, de pararse frente al mundo. Perder es la decepción ante el fracaso de situaciones probatorias en el sentido de la competencia social. Precisamente es esta puesta a prueba en relación a los demás lo que nos hace perder, pero perder verdaderamente. Y acá la pérdida es doble: por un lado perdemos para los demás (primera condena hacia el perdedor); y por otro lado perdemos para nosotros mismos.La competencia actual es constante, es una batalla que no descansa, no permite rendición sin considerarla en sí misma un verdadero acto de “antisociabilidad”. Porque vivir en sociedad hoy es competir en sociedad, vivimos probándonos, perdiendo y ganando. Y aquí y ahora podría introducir otro factor inalienable y fundamental dentro de la competencia actual: el dinero. El dinero ha sido endiosado de tal forma que hasta sangre cuesta, es el fetiche por excelencia. La batalla social gira en torno al papel legal, como si nos sumara minutos de vida, de verdadera vida. No me interesa describir la exagerada y estúpida importancia del papel moneda en lo más mínimo, doy por supuesto que quien lee estas líneas sabe lo que el dinero significa hoy día. Quien se rinde, quien abandona la competencia por el papel legal para dedicarse al verdadero arte, a pensar, a sentir la vida verdadera de la única forma posible, es considerado un ser humano que eligió el camino de la derrota y por ende el de la condena como si fuera ésta un sistema de autoflagelación asistida. Ser “antisocial”, ser perdedor para los demás, pararse fuera del tablero tiene su precio, su guillotina en estado de alerta. Almas listas para propinarnos el peor de los castigos hay a montones, hasta nuestros seres más amados, y quienes jamás nos harían un daño conciente son capaces de cortarnos el cuello de nuestra esperanza simplemente por mear fuera del tarro capitalista, inhumano, animal, salvaje.Este sistema ha invertido los valores y sentidos y los ha llevado a un punto en donde el regreso a viejas tradiciones, a antiguas formas de interpretar la realidad, de simbolizar el mundo objetivo, es casi utópico. Las transformaciones lentas y no tan lentas, impuestas y luego internalizadas por todos que se han dado a lo largo de la historia humana nos han arrastrado hasta nuestro propio estiércol. Ya no se tratará, lamentablemente, de revoluciones que busquen un cambio sólo en el modo de producción, o de quién detenta el poder. Ganar y resignificar la vida misma hoy en día sería factible sólo a partir de la destrucción total de la vida misma. Extraña paradoja, si se quiere. Un verdadero punto de partida sólo sería posible pensarlo desde la destrucción física del planeta con todos los preceptos lamentables que él conlleva. ¿Deberíamos esperar que Dios reparta las cartas de nuevo, con nuevas reglas de juego, sin manzanas del pecado, sin luchas por el poder, sin religiones, sin el deseo natural del sexo, sin armas, ni factores psicológicos que simpaticen con la tentación? No, no creo que eso sea suficiente. Dios no lo había pensado así. Y sin embargo acá estamos, de esta forma. Perdón: ¿Dios sabía lo que vendría? ¿Y si lo sabía, por qué nos creó, para qué?Como les decía, perder fue ganar. Esa tarde, cuando ya exhausto de idas y venidas, de filas y colas interminables, me dijeron que mi perfil “no era el requerido por la empresa”, entendí que había ganado. Hoy, gracias a mi perfil poco solicitado soy completamente libre, sin cadenas hechas con corbatas de acero ni barrotes oficinísticos, sin sueldo, salario ni remuneración. La selva gris siempre guarda restos para mí, he aprendido a apreciar el arte, el amor, la dicha de sentirme diferente. Aprendí a entender la Muerte como un pasaje Divino y del cual nadie debe escapar o temer. Mi barba blanca, mis pies sucios, mis manos ajadas, mi mirada firme me acompañan y me dan fe.Ese día gané. Ese día fue el día más importante de mi vida. No fue patear el tablero, fue mucho más que eso, fue quemarlo y construir uno nuevo, pensado por y para mí. El costo fue muy alto, lo sé, pero nada importante se logra sin pagar cierto precio. El destino no está escrito, y si lo está uno tiene la posibilidad, quizás la obligación, de transformarlo desde una resignificación puramente propia.Hoy paso mis días de vagabundo riéndome de la gente y sus sueños hechos con el cartón más barato.Usted, lector accidental de mi camino, ¿de qué juega en su tablero social? ¿De peón o de Rey?

martes, 25 de agosto de 2009

De cada uno

Todo depende de cada uno.

¿Cuánto hay de cierto en esta afirmación? Para no embarcarnos en la tediosa tarea de hablar del destino, prefijado o no, optaremos por pensar que uno nace animal, lo socializan, se auto-socializa también -¡cuántas veces a la fuerza!-, se arma, aprehende el mundo a lo largo del camino, y en el camino termina por hacerse sujeto, humano social.

Podríamos aceptar y fundamentar que muy pocas cosas dependen de cada uno. Que en la ruleta de todas las escalas a uno le toca su lugar y, salvo contadas excepciones, desde la cuna hasta el hueco final, el camino se mantiene único e inalterable. Es importante resaltar que para esta postura, las excepciones no son más que eso: excepciones (contemos los maradonas del mundo y serán golondrinas sin veranos). Y que para poder hablar en términos generales, no es posible tenerlas en cuenta para pensar cuánto depende de cada uno torcer un camino bravo o mantener uno de rosas sin espinas.

Por otro lado podríamos afirmar lo contrario: con esfuerzo se llega, o que el punto de partida es el mismo para todos y lo que a uno le toque en el camino dependerá de sus elecciones y decisiones, y que las consecuencias serán el resultado de los errores y aciertos.

Aquí aparece una tercera postura: Hay un poco de ambas, la fortuna también tiene su peso.

Hablando de lo material, la primera postura dirá lo siguiente: “Se nos plantea que el esfuerzo de cada uno dará sus frutos en algún momento, sin embargo esta pseudo-verdad, que compramos casi ciegamente, no hace más que ocultar el verdadero meollo de la cuestión”. Entiéndase: Por mucho esfuerzo que le ponga uno a ascender en la escala social, los lugares están ya repartidos, las cartas están ya en la mesa, y quien tenga las mejores barajas luchará por mantenerlas de manera conciente e inconsciente haciendo sentir su peso sobre las demás. Es más, aceptamos quienes tenemos los cuatro de copas no tener un lugar mejor en esa escala, culpándonos de no ser mejores personas, mereciéndonos lo que tenemos y endiosando al que tiene más por ser supuestamente “más competitivo”.

Los que creen que el esfuerzo empecinado a la larga los llevará al éxito que cada uno de ellos se proponga, podrán decir: “Nada de lugares inaccesibles, de metas inalcanzables, si usted se propone algo y se prepara mejor que los demás para obtenerlo, será casi imposible que las piedras del camino sean lo suficientemente grandes como para derribar sus sueños”.

El mundo de hoy, es cierto, está así planteado, los que tienen y los que no tienen, los que están adentro y los que están afuera. Replantearnos los sueños es un punto de partida obligatorio para al menos intentar explorar porqué tanta insatisfacción y fracasos en la sociedad actual.

Pero retomemos la idea primera: ¿Todo depende de cada uno?

Desnudemos la pregunta. ¿Qué es todo? ¿Qué es cada uno? Y el lazo que une el todo y cada uno: ¿Qué debemos hacer si es que hay que hacer algo? Pareciera fácil afirmar que hoy ese todo se refiere a bienes materiales, que la apropiación por la apropiación en sí configura un motor sangriento que sólo conduce a una vida vacía de sentido real. ¿Y qué es cada uno? Cada uno es ese pequeño lugar que ocupa en el mundo, su puesto en la cadena de producción, su fuerza práctica más allá de sus pensamientos críticos. Todo esto viene a darle una explicación actual de lo que cada uno es, con las consecuencias nefastas que esto supone. ¿Qué hay de lo que uno debe hacer? Poco queda por decir respecto a esto. El espacio que el sistema deja para torcer verdades aceptadas por todos es casi nulo, el margen que queda para llevar a la práctica lo que en el fondo cada uno piensa de sí y para sí es molido a palos –en hechos o potencialmente-por quienes ven en este margen un peligro de liberación de oprimidos. Oprimidos que además llevan al opresor bien adentro, como inteligentemente afirma el pensador brasileño Paulo Freire.

Entonces, ¿cuál es el debate? ¿Cuál debería ser el debate? Yo veo que los debates se quedan a mitad de camino, la mayoría por teorizar demasiado y no poder bajar a tierra ideas que se quedan en una nebulosa de palabritas lindas, otros no sólo por lo anterior, sino por alimentar lo que critican creyendo que las críticas de manual dan herramientas para la superación personal. Porque no está mal la crítica al fetichismo material, siempre y cuando eso no se convierta en una vía de escape para la imposibilidad de la mayoría de acumular materia. O lo que es igual o peor, utilizarlo como excusa para la destrucción de lo ajeno. Criadero de resentidos.

No.

El debate debería ser anterior, y aquí me paro: Deberíamos darle a lo material el lugar que merece, el de lo que llamo lo “simple-material”. El debate debería estar planteado en un nivel superior y anterior. Es decir, ¿Cómo logramos que la sociedad entera encuentre satisfacción y sentido a su vida sin que lo material juegue un papel determinante dentro de ella? ¿De qué manera el consumo a ciegas puede ser reemplazado por una concepción del mismo como algo funcional y temporal de simples necesidades físicas? ¿Cómo logramos que esas escalas de las que hablábamos al comienzo no sean definidas por el “estar adentro o afuera”, “tener o no tener”? ¿Son el egoísmo, la ambición y el poder, cualidades naturales de la raza humana? ¿Cuánto contribuye la educación familiar y escolar entre otras a allanarle el camino a este círculo vicioso y pernicioso? ¿Cómo convencemos al mundo de que otra realidad es posible? ¿Con qué argumentos convencemos al opresor de que no necesita oprimir para realizarse como ser humano? ¿Cómo hacemos para que los oprimidos dejen de luchar por lo que nunca serán y tendrán creyendo que es posible el salto a un lugar que creen mejor?

Entonces ¿depende todo de cada uno? Creo que sí, en la medida en que las metas sean alteradas; que si uno respeta y ve a los demás como “iguales diferentes” y el porvenir de algunos no signifique la pena de otros, es perfectamente lícito pensar que todo depende de cada uno. Mientras la lucha cotidiana sea por obtener algo que de por sí es escaso, estaremos hablando de opresores y oprimidos, adentros y afueras. Tomar conciencia de cuán perdidos nos encontramos en el laberinto que creamos y alimentamos, ocupemos el lugar que ocupemos en la sociedad, es el primer paso para asomar la cabeza y encontrar la salida por sobre los gigantescos muros de hierro.

sábado, 8 de agosto de 2009

El ojo del culo

El mundo se nos presenta ante los sentidos y de él percibimos lo palpable, aquello que vemos, olemos, saboreamos, etcétera. La vida misma “es” los sentidos, si se me permite por ahora una postura a priori materialista. No hablaré por el momento de ideología o religión, lo cual no tiene que ver con ninguna postura personal, sino con un recorte necesario –caprichoso si se quiere- para limitar el tema.
Los sentidos son medium, como una ventana a lo concreto, son estímulos, recuerdos, percepciones, son comunicación.
Veo un perro, lo registro en la mente con un imagen y lo expreso como p-e-r-r-o, sin ligazón natural entre los fonemas y el perro material (animal de cuatro patas, ladra, peludo, etcétera). Sólo une estas cinco letras al can la convención lingüística para nombrar a las cosas de alguna manera. Pura arbitrariedad, puro contrato tácito, puro lenguaje materno, pura cultura. Es extenso el tema, y no viene al caso. Será suficiente con que quede claro que por un lado se encuentra lo material (el perro vivito y coleando) y por otro lado lo abstracto (la idea que me permite definir a un perro cada vez que se me aparece uno, o cuando lo recuerdo, o simplemente cuando oigo un ladrido o huelo el característico olor a perro mojado).
Huelo budín en mi casa de la infancia, es domingo, llueve, jugamos con témperas. Veinte años más tarde caminando por la calle cruzo una casa y por la ventana se huele aquél aroma a budín que no había vuelto a percibir desde niño. Automáticamente el cerebro activa alguna cisura que me recuerda aquel domingo, aquella lluvia, aquellas témperas, y por supuesto personas, paredes, etcétera. Un momento pasado que parecía completamente borrado se hace presente a causa del aroma actual. El cerebro lo asocia al primero que pasó hace décadas.
Objetos, sabores, olores, texturas. Todo simbolizado por el cerebro, por distintas reacciones químicas, hormonales, de sinapsis, de jugos que se combinan, asociaciones velocísimas, reacciones implacables, biológicas. Otros podrán relativizar esta postura biologicista y condimentarla con explicaciones –si se me permite el término- más “románticas”. Pero esa es otra historia.


Parto de la siguiente pregunta inicial para pasar luego al meollo del tema: ¿Cómo reaccionamos y cómo simbolizamos aquello que no podemos poner en palabras? ¿Qué nos dice el cuerpo cuando nos quedamos sin expresión inmediata? ¿Qué puerta de escape le damos a los traumas, a lo no decible? ¿Cómo hacemos visible lo invisible? ¿Cómo nombramos lo que para la cultura es innombrable? ¿Qué pasa con toda aquella experiencia que aún encontrando su lugar en el cerebro, no logra ubicarse en la potencialidad de los futuros recuerdos?
En fin: ¿Cómo representamos el fantasma que nos causa la ausencia de palabras?

Hasta aquí al menos dos cuestiones: Por un lado la percepción a través de los sentidos del mundo material y su simbolización no solo en palabras sino en expresiones no decibles.
Y a partir de lo anterior: Asumiendo que determinados eventos escapan a la posibilidad de la simbolización en palabras, debemos desafiar ese fantasma que nos causa la ausencia de palabras.
Un tema que se desprendería de los anteriores sería qué sucede con ciertas experiencias que no se convierten en potenciales recuerdos. ¿Acaso hay una selección de recuerdos? –hecho que descarto-. En cuyo caso, ¿cuál es el criterio de selección? ¿el del subconsciente? No lo creo. Más bien lo atribuyo a la ausencia de un “signo vinculante” fuerte. Con signo vinculante quiero decir, en el caso del budín, el aroma, y no el sabor, por ejemplo.


“Vamos por la calle, distraídos. Cruzamos la calle sin mirar. Un auto nos pasa a centímetros a alta velocidad. Nos quedamos paralizados, mudos, temblando.”

“Terminamos de dar medio giro a la llave de arranque del auto. De repente un desconocido nos pone un arma en la cabeza, nos da órdenes, nos golpea. Se nos nubla la vista, nos tiemblan las piernas. El ladrón nos gatilla el arma, la bala nunca sale. Nada puede explicar ni transmitir ese sentimiento de sentirse fusilado.”

Sólo dos ejemplos. Entonces repito la pregunta a la que quiero llegar: ¿Cómo representamos el fantasma que nos causa la ausencia de palabras?

Y aquí lo paradójico del caso: Sólo podremos ver al fantasma cubriéndolo con un manto. Ese manto, que también resulta invisible, solo es palpable para ciertos privilegiados que poseen un sexto sentido, al cual he decidido llamar “el ojo del culo”.

Continuará

125


miércoles, 29 de julio de 2009

Indios


¿Still begging for us?


Pescadores


Lines


sábado, 25 de julio de 2009

Definamos

Definamos verdad,
Definamos soledad,
Definamos libertad,
Definamos amor,
Definamos olvido,
Definamos muerte,
Definamos pasión,
Definamos amistad,
Definamos mentira,
Definamos felicidad,
Definamos engaño,
Definamos locura,
Definamos eternidad,
Definamos prohibido,
Definamos maldad,
Deinamos oscuridad,
Definamos nunca más,
Definamos dolor,
Definamos injusticia,
Definamos igualdad,
Definamos correcto,
Definamos infierno.
Corrijamos.

El debate anterior

Todo se resume en un ebate ético, sin partidos, sin ideologías, sin fanatismos. El debate, si me permiten, es anterior, filosófico. Toda opinión posterior se quedará a mitad de camino, inacabada, demasiado relativa. Definamos lo ético. Diferenciemos luego lo ético de lo que no lo es. Y a partir de allí decidamos el modelo de sociedad que queremos. No hay otra manera de conseguir una sociedad más justa.

Todo pasa

Todo pasa, todo pasa,
No sólo los trenes pasan,
La vida también pasa.
Pasa el dolor, pasa el amor.
¿Qué pasa en tu mirada hoy?
Todo pasa, corazón,
Mi piel y el tempo pasan.
Las ilusiones, los besos, las sonrisas,
La fuerza, el viento, el cielo,
La luna pasa...
Todo pasa, todo pasa.
Los aviones por afuera,
Las penas por dentro pasan.
Pasan los carteles, las estrellas.
¿Qué pasa hoy en tus ojos?
Todo pasa corazón, lo que queda pasa.
El humo del recuerdo.
Las ausencias pasan,
Los colores pasan,
Todo pasa, todo pasa...

jueves, 23 de julio de 2009

Sobre escritura y escritores

Por Roland Barthes, extraído de "El placer del texto" 1977.

"...Pero a nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, sólo nos resta, si puedo así decirlo, hacer tampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua. A esta fullería saludable, a esta esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi parte yo la llamo `literatura´."

"...La literatura es la práctica de escribir, y es dentro de la lengua donde la lengua debe ser combatida, descarriada. Las fuerzas de libertad que se hallan en la literatura no dependen de la persona civil, del compromiso político del escritor, que después de todo no es más que un "señor" entre otros, sino del trabajo de desplazamiento que ejerce sobre la lengua."

"...La literatura permite, por un lado, designar unos saberes posibles -insospechados, incumplidos-: la literatura trabaja en los itersticios de la ciencia, siempre retrasada o adelantada con respecto a ella, semejante a la piedra de Bolonia, que irradia por la noche lo que ha almacenado durante el día, y mediante este fulgor indirecto ilumina al nuevo día que llega. La ciencia es basta, la vida es sutil, y para corregir esta distancia es que nos interesa la literatura."

"...Curnoski decía que en materia de cocina es preciso que "las cosas tengan el sabor de lo que son". En el orden del saber, para que las cosas se conviertan en lo que son, lo que han sido, hace falta este ingrediente: la sal de las palabras."

"...A través de un libro que leí hace poco en el cual se trataba una enfermedad que conozco muy bien como es la tuberculosis, descubrí que si quiero vivir debo olvidar que mi cuerpo es histórico, debo arrojarme en la ilusión de que soy contemporáneo de los jóvenes cuerpos presentes y no de mi propio cuerpo, pasado. Tengo que renacer, hacerme más jóven de lo que soy. Hay momentos de la vida en los que entramos en nuevas vidas -vita nuova-: nueva obra, nuevo amor. Intento pues dejarme llevar por la fuerza de toda vida viviente: el olvido."

jueves, 28 de mayo de 2009

Naturaleza muerta


From father to son


Bad, mad, sad


domingo, 8 de febrero de 2009

La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver*

(segunda edición en este blog)




El uso de los alucinógenos puede equipararse a las prácticas ascéticas: son medios predominantemente físicos y fisiológicos para provocar la iluminación espiritual. En la esfera de la imaginación son el equivalente de lo que son el ascetismo para los sentidos y los ejercicios de meditación para el entendimiento. Para ser eficaz el empleo de las sustancias alucinógenas ha de insertarse en una visión del mundo y del trasmundo, una escatología, una teología y un ritual. Las drogas son parte de una disciplina física y espiritual, como las prácticas ascéticas.
Las drogas no son fines sino medios. Si el medio se vuelve fin, se convierte en agente de destrucción. El resultado no es la liberación interior sino la esclavitud, la locura y no la sabiduría, la degradación y no la visión. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años. Las drogas alucinógenas se han vuelto potencias destructivas porque han sido arrancadas de su contexto teológico y ritual. Lo primero les daba sentido, trascendencia; lo segundo, al introducir períodos de abstinencia y de uso, minimizaba los trastornos psíquicos y fisiológicos. El uso moderno de los alucinógenos es la profanación de un antiguo sacramento, como la promiscuidad contemporánea es la profanación del cuerpo.
La acción de los alucinógenos es doble: son una crítica de la realidad y nos proponen otra realidad. El mundo que vemos, pensamos y sentimos aparece desfigurado y distorsionado; sobre sus ruinas se eleva otro mundo, horrible o hermoso, según el caso, pero siempre maravilloso. (La droga otorga paraísos e infiernos conforme a una justicia que no es de este mundo, pero que, indudablemente, se parece a la del otro según lo han descrito los místicos de todas las religiones.) La visión de la otra realidad reposa sobre las ruinas de esta realidad. La destrucción de la realidad cotidiana es el resultado de lo que podría llamarse la crítica sensible del mundo. Es el equivalente, en la esfera de los sentidos, de la crítica racional de la realidad. La visión se apoya en un escepticismo radical que nos hace dudar de la coherencia, consistencia y aun existencia de este mundo que vemos, oímos, olemos y tocamos. Para ver la otra realidad hay que dudar de la realidad que vemos con los ojos.
David Hume decía: “Nada cierto podemos afirmar del mundo objetivo y del sujeto que lo mira, salvo que uno y otro son haces de percepciones instantáneas e inconexas ligadas por la memoria y la imaginación. El mundo es imaginario, aunque no lo sean las percepciones en que, alternativamente, se manifiesta y se disipa”. Agrega: “When I view this table and that chimney, nothing is present to me but particular perceptions, which are made with all other perceptions”.
Lo que llamamos realidad no son sino “descripciones del mundo, pinturas”. Estas descripciones no son más sino menos consistentes e intensas que las visiones del efecto de la alucinación en momentos privilegiados. El mundo y yo: un haz de percepciones percibidas (¿emitidas?) por otro haz de percepciones.
La consecuencia son los escépticos. Como tal, usan la razón para mostrar las insuficiencias de la razón, su sinrazón secreta. La sinrazón de la razón, la incoherencia, aparecen también en la crítica de la razón. Para no contradecirse el escéptico tiene que cruzarse de brazos, resignarse al silencio y a la inmovilidad. Si quiere seguir viviendo y hablando debe afirmar, con una sonrisa desesperada, la validez no-racional de las creencias.
La función del humor no es distinta de la de las drogas, el escepticismo racional y los prodigios: Los brujos del humor se proponen a través de estas manipulaciones romper la visión cotidiana de la realidad, trastornar nuestras percepciones y sensaciones, aniquilar nuestros endebles razonamientos, arrasar nuestras certidumbres, para que aparezca la otra realidad.
El mundo de todos los días es el mundo de todos los días. Pero la otra vida está aquí. Sí, allá está aquí, la otra realidad es el mundo de todos los días. En el centro del mundo de todos los días centellea, como el vidrio roto entre el polvo y la basura del patio trasero de la casa, la revelación del mundo de allá. ¿Qué revelación? No hay nada que ver, nada que decir: todo es alusión, seña secreta, estamos en una de las esquinas del cuarto de los ecos, todo nos hace signos y todo se calla y se oculta. No, no hay nada que decir.












*Título original: La mirada anterior. Este collage de párrafos seleccionados caprichosamente de la pre-introducción al libro “Las enseñanzas de Don Juan” de Carlos Castaneda, fue escrito por Octavio Paz el 15 de septiembre de 1973.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Walls alive


Growing up so fast


Mangarca

Ahí se levanta Mangarca y te dice que no
Dale un faso y te dice que sí
Bien argentino pero le dicen Paragua
¿Será el corte de coté de Arnaldo?
Contactos, llamados, fernet,
Tiene la VIP de cada cabaré
Los lameculos lo conocen bien
“prestáme diez, te devuelvo cien”
No es más que un pelagatos
Bolsillos vacíos, billetera también
Sabe tirar la manga y a quién
Mangarca es un rey, tiene peones
Pero son de cartón y boludones
Ese es Mangarca, el duro de caer
No hay alcohol que lo tumbe
Pero al amor no sabe huir
Cada tanto desaparece con una
Y se casa antes del amanecer
Perfumito atrás, camisita jamás
Fuiste al nocturno pa´no laburar
Ése es Mangarca el que llora y mama
El que te da la vacuna sin dolor
“prestáme diez, te devuelvo cien”
Dale fobal, birra, puchos,
Dale pizza, paja, joder,
Mangarca es el gran rey
Nadie puede contra él
Dale paragua llamáme para joder
Dale Mangarca, no me lo quiero perder
Ohhhhh, Mangarca
Ohhhhh, Mangarca es
Ohhhhh, de mi no te olvidés
Dale Mangarca, no me bajes del tren
Dale paragua llamáme para joder.

Dedicado a D.C.


Miss U so much


Quizás

Maldita fijación. Es inevitable. Pienso en la vida y la asociación con la muerte es instantánea. Como si dentro de mi cabeza las autopistas alternativas de sinapsis estuvieran derrumbadas. Me miro y miro a mi alrededor, la gente que quiero, que comparte momentos junto a mi, que me quiere y creo que me quiere, y me transporto a un tiempo en el que ya no estaremos. Veo mi tumba y las de ellos, desparramadas, solas. Y entonces me angustio, veo oscuro. La esperanza del reencuentro sin cuerpos me reconforta por segundos. Luego lo real, lo palpable. Una tumba, un nombre y quizás una flor. Y nada más. Dos días en la tierra que duran dos horas. Y entonces tejo un monólogo mental argumentando y enumerando todas las rengas razones para ser feliz, para ser menos humano y más animal. Y me rescato de la cuerda o de alguna bala. Y después sirvo café. Alguna tarea que distrae la parte consciente. Escondo mi Schoppenhauer latente y la vida sigue. Quizás más tarde ría o llore. Quizás algún día sepa contentarme con la simpleza de un sol tibio o la lluvia mojando la tierra. Quizás.

Time time time


Miradas

Todo es relativo, partamos de esa base. No logro entender a esa gente que cuando habla le impone un tono de verdad irrefutable a sus palabras. La no negociación ante posturas de aparente verdad de piedra me irrita. Nada es verdad en todo sentido, y estoy dispuesto a demostrarlo ante cualquier compadrito.
Debo aclarar que no critico ni condeno a quienes defienden su verdad relativa, su postura ante determinado asunto. Pero deberán entender que sus ojos son sólo de ellos, que un mismo espejo puede devolver imágenes diferentes. Es perfectamente lícito que todos queramos demostrar que nuestros ojos son los más cercanos a la Verdad. Lo que no está bien es buscar imponer una idea sobre algo inasible.
No siempre dos más dos es cuatro. No siempre un perro es solo un perro. No siempre amar es amar. No siempre un beso es solo un beso. Es más, puedo asegurar que casi nunca las cosas son lo que son. No sólo porque la materialidad de cualquier objeto es inaprensible sino porque cualquier objeto cobra vida siempre en relación a alguien.

Blanca fisura

Hay noches de fisura total
Con la mente en blanco
Sentís la guadaña tan cerca
Que no imaginas no morir
Botellas vacías, vasos también
¿Los pies están ahí?
La garganta se hace fuego
La paranoia del psicópata
Te acorrala y te resta dormir
Quizás para siempre…
Ya en la cama que es una zamba
La luz que no se filtra por la persiana
¿Las manos están ahí?
Temblando como una hoja
Tragás fea saliva etílica
La almohada con la boca pastosa
Te chamuya sin parar, sin perdonar
a tus oídos moribundos
Las sábanas negras de arañas venenosas
Los pies helados por el veneno muy tuyo
¿Los pies están ahí?
¿El corazón hasta cuando latirá?
Miles de voces, miles de manos
Interminables visiones
La vida en un minuto pasa
Como un deja vú al revés.
Te dormís, te olvidás.
Sos feliz muerto sin morir.
Es la fisura de la desmesura
Del no-límite, del no-morir jamás.
Todo es blanco al final, blanca tu verdad.

Voces al final:
El caño roto de tu mente
El pulmón enfermo sin aire
El árbol condenado a otoño eterno
El pez que nació en la arena
El sol que se apaga ya
El picaflor sin flor
El infierno más helado
La lengua atada de tu conciencia

Los brazos sin cuerpo del esclavo
Los ojos frente a la negrura
La hermosa máscara de la mentira
La bomba interior de la verdad
El último trago del último vaso
El desterrado de los recuerdos

Corazón de sangre azul helada serás
En el final de tu final



miércoles, 3 de diciembre de 2008

Recuerdo borroso


sábado, 25 de octubre de 2008

Según quién lo mire


Carta de mi madre a mi padre



29-1-90


Negro querido:

Hace un rato llegamos de Gualeguaychú, nos fuimos el viernes. Estaba muy lindo y por supuesto fuimos al corzo a ver las comparsas. La verdad como siempre muy alegre, aunque te aclaro que se nota la crisis. Ya no tienen el esplendor de otros años y fue notable la poca concurrencia de la gente, pero nosotros la pasamos muy bien. Mi cría está como siempre en el túnel del tiempo. A Edmundo no lo vi pues andaba de vacaciones con la familia.
Acá en Buenos Aires se ve que ha llovido torrencialmente, te aseguro que acá adelante en casa estaba lleno de hojas y la calle con agua. Te digo que el día que yo viajé, en la Capital hacía cuarenta y dos grados de calor y en Gualeguaychú era insoportable, calor como jamás se ha sentido. Todos mandan saludos.
¿Cómo andan las cosas ahí? ¿Has logrado afianzarte en algo? Los chicos están preocupados pues nosotros no recibimos cartas de ahí, sólo dos. Y Luciano se preocupa, vos sabés cómo es él. Siempre te hemos enviado los martes. Negro, nosotros estamos muy bien pero a decir verdad te extrañamos muchísimo, yo especialmente. Por eso te pido que trates y hagas lo posible para poder estar pronto juntos. Ésta la deposito mañana y espero que nos hagas saber alguna novedad de tu parte, pero pronto…


Un beso grande

Noni
Cariños para vos y todos ahí. Te quiero mucho. Noni.

El viejo Paraíso

Me habían comentado de aquel viejo. Según recordaba la versión, era alto, muy delgado, cara huesuda, cadavérica. Era canoso me habían dicho. Vestía casi siempre igual, zapatos negros, pantalones grises y camisa negra. Un día me decidí a visitarlo. Tenía una noción demasiado vaga de dónde vivía, pero eso no me detenía a buscarlo. En todo caso, algún vecino habría de conocerlo sin dudas.
- ... ¿Pero lo conoce señora?
- Le digo que sí, joven. El viejo está loco, en estos últimos años rara vez se deja ver, dicen que anda de noche, a escondidas. ¿Cómo se atreve a acercarse a el? Acaso usted también...
- Pues nada, dígame por favor dónde encontrarlo.
- Camine hasta la plaza, allí gire a su derecha y a mitad de cuadra, pasando el almacén de Vitorio verá un pasillo muy largo. En el fondo vive el viejo. Tenga cuidado, se comenta que...nada.
La vieja se persignó, sacó unas monedas del monedero ajado y se esfumó entre los árboles.
Caminé acelerado siguiendo las indicaciones. La plaza, el almacén y finalmente el pasillo. Al final de cuentas encontrarlo fue tarea fácil.
Ya en la entrada del pasillo, desde la vereda, se escuchaban martillazos, como quien trata de alisar una chapa o doblar un fierro duro. Me detuve unos minutos a pensar. Prendí un cigarrillo y me apoyé en un paraíso pelado. Recordé que en la puerta de la casa de mi niñez también había un paraíso. Pero este era mucho más alto, su tronco era fuerte y ancho. Me pregunté por primera vez porqué lo habrían llamado paraíso.
No pasaban autos, la tarde clara se iba haciendo noche gris. Era ese momento tan horrible del día, espantosamente indefinido, dudoso, agónico. Realmente quería saber. Si mi impulso me había llevado hasta allí, debía juntar coraje y entrar. Para hacer tiempo y para organizar mi cabeza, caminé hasta la esquina, hice círculos, esquivaba las líneas del suelo, jugaba, me distraía. Un olor a tostadas me hizo retroceder veinte años en el tiempo. Me vi en un recuerdo patente frente al televisor, tazón de plástico repleto de café con leche, útiles escolares. Fue un segundo en el reloj mundial, fueron más en mi cabeza, sin dudas. Volví. ¿Realmente quería saber? ¿Me abriría la puerta aquel viejo aparentemente demente? Algo me hacía tenerle fe. O esperanza más que fe. Era cerrar un asunto perpetuo, darle una condena final a este juicio elástico. Voy a entrar, me dije, acariciando el paraíso de la puerta como quien da un saludo.
Caminé ese pasillo oscuro sin mirar a mis costados, ubicando la mirada en un punto fijo, al final de todo. Los martillazos habían cesado. La casa del viejo estaba separada del pasillo por una reja desencajada, oxidada. No había timbre. Golpeé las manos, con la cabeza gacha, agudizando los oídos como preparándome para salir corriendo si era necesario. No salía el viejo. Me imaginé que me estaba apuntando con un rifle desde algún hueco de la casa. Quise escapar mas no pude. La fuerza interior me hizo quedar. No era intriga, no era curiosidad, era una necesidad existencial, algo fuerte, inevitable. Necesitaba saber.
Luego del tercer intento su voz grave pero gastada se escuchó:
-¿Qué busca?
-Realmente necesito hablar con usted. Me han comentado que usted sabe acerca de cuestiones que para mí son cruciales. Por favor...
Mi súplica se hizo notar en cada palabra, en cada letra. Estaba pálido, temblando de una manera eléctrica, como nunca antes. Hubiera debido comenzar por “disculpe la molestia” o algo similar, pero en ese momento fui al grano, no pensé.
La puerta se abrió. Sin embargo el viejo no se dejó ver. Hizo como si la puerta lo obedeciera. Como si se hubiera abierto sola.
-Pase. Me dijo.
Corrí la reja, la apoyé en un costado. Esquivé unas latas con agua. Recordé en ese momento que el viejo era reconocido también por verse rodeado de muchos perros. Sin embargo en la casa no vi ninguno.
Entré. El lugar era oscuro y parecía muy sucio. Me quedé ahí parado, a centímetros de la puerta. El viejo no aparecía, ni hablaba, ni se hacía notar. Pasados unos minutos, su voz se volvió a hacer presente.
-¿Usted quiere saber?
-Sí, señor. Usted sabe algo que yo necesito saber.
-Es usted muy joven para andar buscando estas respuestas. El tiempo lo irá llevando hasta saber sin que yo le diga. Puede ser eso hoy, mañana o en años...
-Puede ser, el tiempo es sabio y muchas veces se distrae y enseña. Pero en verdad su sabiduría es bastante dañina, implacable. No quiero esperar, no puedo. Cada día sin saber para mí es una tortura. Quiero terminar con esto. ¿Sabe usted lo que la gente dice? Que usted está loco. En el fondo yo no lo creo. Pareciera que en cada ámbito debe haber un loco, un diferente, alguien a quien tenerle lástima y miedo a la vez, alguien a quien subestimar, y a quien debemos ponerle nombre y apellido. En verdad creo que eso es una gran muestra de inseguridad, de creerse dueños de la razón, no razón en el sentido de verdad mentira, sino en un sentido cerebral, de cordura social. Imbéciles. ¿Me entiende?
-Perfectamente.
-Entonces...
El viejo suspiró. Seguía sin aparecer, sin mostrarse. Su voz me llegaba desde arriba. Al levantar la cabeza divisé que el lugar era de un solo ambiente y que las habitaciones eran biombos improvisados. Estaba muy cerca de mí entonces aquel veterano. Se hizo un silencio largo, como de diez minutos creo yo. Me animé a sentarme en un banco que estaba a mi derecha. La madera crujió como quejándose por el peso de mi cuerpo. Me quedé hipnotizado con el árbol que se dejaba ver detrás de una ventana. Habría un farol cerca, que quedaba fuera de mi vista, pues la luz de afuera era mezcla de una casi imperceptible luz natural y artificialidad. Los vidrios de la ventana estaban rotos, y daban una sensación de rompecabezas armado de aquel tronco centenario. Narcotizado por la imagen, completamente ido, empecé a volar. Me imaginé que todas las partes asimétricas del árbol traslucidas en los pedazos de vidrio roto, eran una metáfora perfecta del alma. El árbol afuera, duro y móvil, mortal, era el cuerpo. La imagen que dejaba ver el vidrio en su totalidad recortada, diferente, desprolija, profundamente indescifrable era el alma. Yo era Dios mirando.
-¿En qué piensa usted? Me dijo el viejo.
Yo estaba como soñando, transportado por las alas de la mente. Sin embargo lo escuché con claridad. Sabía qué hacía allí y no quería irme sin saber.
-En nada, señor. Sólo miraba por la ventana. A veces uno debe escaparse, siempre que haya adónde volver. Nadie escapa sin tener adonde regresar. Las rejas sirven para separarnos de algo, sino no tendrían sentido. Y no hablo solo de las rejas de hierro, hablo de...
-Comprendo, es suficiente.
-¿Va usted a decirme? Dije casi gritando. Mi tono no fue de su agrado, pues su voz se agravó, se aceleró sin perder la calma.
-Tranquilo, no se apure. Dijo.
-Cuando yo era niño, me encerraba bastante, sabe. Disfrutaba los momentos con lo básico de la visión infantil. Había colores, olores, sabores que hoy son solo recuerdos. Si se quiere, y si me permite, era feliz. No obstante, en el final del trago cotidiano, me quedaba ese gusto dudoso de quejas existenciales, de preguntas mal hechas. Como si en la superficie se me dejara ver como un humano normal, distraído, ciego al destino. Pero en lo profundo, en la oscuridad de mi cerebro apoyado en la almohada, había temores que se fueron convirtiendo en terror. Los momentos de felicidad se iban desdibujando hasta desaparecer. El tiempo no solo trae la barba...
-Acaso usted cree que sabiendo...
Lo interrumpí. Me sentí humillado por su duda. ¿No valoraba mi coraje? ¿Acaso cuánta gente había osado entrar a esa pocilga?
-No tengo dudas. Dígame por favor.
-Usted se da cuenta de lo que quiere saber entonces...
-Señor, siéntese frente a mí. No es una orden, desde ya -me retracté tratando de no despertar su ira-, es que verle el rostro le daría otro valor a sus palabras.
-Tranquilo, no se apure. Repitió.
-¿Sintió temor alguna vez? Le pregunté como para no perder el tren.
-Hace muchos años...Ya no recuerdo ese sentimiento. Pero esté tranquilo, usted no debe desesperar.
-¿Y libertad? ¿Se sintió realmente libre alguna vez? Yo creo que la libertad es un imposible. Es la madre de todas las utopías. Quizás su respuesta me libere, o me acerque a ese sentimiento tan inaprensible. No estoy seguro.
Otra vez el silencio. La noche ya era madura.
De repente un ruido. Como un paso sobre piso de madera. Luego otro ruido que reconocí. Era un martillazo sobre hierro, como los que escuchaba desde la vereda, casi apoyado en el grueso paraíso. La voz grave nuevamente:
-Joven, sirva dos vasos de vino. Sobre la mesada hay una botella abierta. En la segunda puerta encontrará un vaso y una lata. Sírvase en el vaso si gusta.
Obedecí sin pensar. Me disparé hacia esa botella verdosa, enana y llené hasta el borde los dos recipientes. Los coloqué sobre la mesa cuadrada y le acomodé una silla frente a mí. Nuevamente comencé a temblar. El viejo salió, lento, pensativo. Estaba impecablemente vestido, tal como me lo habían pintado. Me lo imaginaba más alto tal vez, por lo demás era como lo esperaba. Sus ojos eran de un color celeste espeso, opacos. Me miró fijo a los ojos y bebió de la lata. Luego la golpeó dos veces, signo de que quería más tinto.
-Usted quiere saber el día de su muerte, y yo se lo voy a decir.
Mi cuerpo se endureció, mis manos eran líquidas al igual que mi espalda y mi frente. Quise interrumpirlo. Me dio tiempo para eso adrede pero mi lengua fue de cemento. Bebí hasta el final el vaso aquel. Lo volví a llenar y como agua lo vacié nuevamente.
-Ese día es hoy joven. Nada podrá hacer para impedirlo. Solo le queda esperar. Lo siento.
Me quedé mirándolo, esperando una palabra más, un pero que no llegaba. Quise creer que ese viejo de mierda estaba loco de verdad, que yo estaba loco también por estar en ese lugar. No pude, le creí. Seguí bebiendo descontroladamente. Nos quedamos en silencio. El me miraba, como disculpándose. Abrí otra botella, y otra y otra. Estaba sordo ya, el árbol de la ventana no paraba de reír. Y yo ahí, muriéndome sin luchar, rendido a los pies del viejo y su verdad. Una verdad que busqué siempre y que luego de encontrarla no la pude soportar. A fin de cuentas, lo que me empujaba a buscar esa respuesta era que –no se porqué- me imaginaba mi muerte muchos años más adelante, de viejo. Bebí esa noche sin parar, por horas, dando crédito a las palabras del anciano. Antes de marcharme, el viejo me dio algo envuelto en papel que tomé entre mis manos. Era pesado el paquete. Atravesé ese pasillo oscuro sin rozar las paredes. Una vez en la vereda abrí el paquete, era una cruz de hierro con mis iniciales recién grabadas. Lloré. Levanté la cabeza buscando ver el paraíso. Y vaya si lo encontré.

Periplo

Periplo era una ciudad donde la gente vivía feliz.
El amor era absoluto, la amistad interminable.
No había reyes, presidentes o representantes.
No existían leyes escritas, tribunales o jueces.

Nadie sabe bien dónde estaba esta ciudad.
Algunos la ubican en una isla, hoy hundida,
entre las islas Pitcaim y Gambier.
Otros niegan rotundamente su existencia.

En Periplo, cuentan, el sol brillaba cada día,
La luna salía llena todas las noches.
Las nubes, con su lluvia tranquila,
venían sólo cuando era necesario,
un poco después de la cena o a la tardecita.

Algunas palabras no existían:
“obligación”, “culpa”, “engaño”.
Y también había palabras desconocidas:
“krühme” que significaba “amar sin compromiso”,
“re-krühme” era “sólo por esta noche”.

Los ancianos eran respetados, escuchados.
Los jóvenes libres, muy libres.
Las mujeres hermosas, los hombres valientes.
Tenían varios Dioses, el más venerado
era “Olvidus”, Dios del vino.

La simpleza en los actos era bien vista,
tanto como dormir poco, fumar, usar harapos,
alejarse de vez en cuando, ayunar, no hablar.
Pero lo contrario no era condenable.

Por las noches, si no llovía, había música;
y si bien las melodías eran únicas,
para cada uno tenían un significado diferente.
Si llovía, la gente salía a ver las gotas besando el suelo.

Nadie vivía menos de mil quinientos años.
Las muertes se festejaban tanto como los nacimientos.
No había cumpleaños, aniversarios, horas o meses.
Todo era “en un rato”, “más adelante”, o “tiempo atrás”.

No había apellidos, ni nombres repetidos.
El llanto era considerado un regalo del Dios “Soul”.
La poesía era natural y la rima no era necesaria.
La perfección era la no-perfección.

En Periplo no había ciencia.
En Periplo el remedio era la palabra de un ser querido.
En Periplo la gente tenía alas y tres ojos.
En Periplo antes de dormir se elegía qué soñar.

Pero un día de sol Periplo desapareció,
como si sólo hubiera sido una ilusión.
Y aunque no hay rastros de nuestra ciudad olvidada,
algunos ancianos amigos aseguran ser sobrevivientes de Periplo.

jueves, 9 de octubre de 2008

Vouyeur


Burbuja ja ja


Veneno


Mitín


lunes, 6 de octubre de 2008

Sobre las nubes

Sobre las nubes cuando llueva quiero volar,

de tu boca cuando rías una flor he de colgar.

Con la luz de los recuerdos mataré la oscuridad;

seré uno y todos una y mil veces más...

Si mi cuerpo es de arena el tuyo es como el mar,

te dejaré partir si me juras nunca olvidar.

La soledad no estará sola si a mi lado va

y cuando llueva sobre las nubes mis alas volarán...

Sentido

"No existe nada muerto de manera absoluta. Cada sentido tendrá su fiesta de resurrección: problema del Gran Tiempo."

Bajtin

jueves, 2 de octubre de 2008

Feed back, feed me

A vos, que estás leyendo esto, aprovechando o perdiendo este tiempo, tu tiempo, el único tiempo, me gustaría saber cómo llegaste hasta acá. No como si fuera este "no-espacio" una especie de meta de llegada crucial, sino simplemente como una hojita de afeitar que se usa y se tira. Quiero saber qué buscás acá, si es que buscás algo. Quiero saber qué esperás de estas palabras, que no son más que letras acomodadas. Quiero saber qué querés. Quiero saber.

martes, 5 de agosto de 2008

Automático

Cada día, cada mañana, como una máquina automática se despierta. Corre al inodoro, medio giro a la canilla, lava su cara, la seca después. Camina hacia la silla donde cuelga un pantalón arrugado. Luego los zapatos, las monedas, dos mates tibios. Y sale. No piensa en nada. Transporte a las siete cero cinco, ni un minuto después. Ochenta. Adentro las mismas caras de nada. Afuera igual. Dormita. Se balancea colgado. Pide permiso, pide perdón. Ya afuera camina, casi trotando. No mira, cruza automáticamente Avenida Córdoba. Llega y saluda con un gesto. Toma la caja. Cobra, da vueltos. Recibe órdenes, las cumple. Almuerza. Vuelve a cobrar, vuelve a dar vueltos. Cumple. Sale. Ochenta. Adentro las mismas caras de nada. Afuera igual. Dormita. Se balancea colgado. Pide permiso, pide perdón. Ya afuera camina, lento. Televisión apagada. Saluda con un gesto. Da órdenes, son cumplidas. Cena. Vuelve a dar órdenes, vuelven a ser cumplidas. Dormita. Se balancea sentado. Pide permiso, se levanta. En la cama la misma cara de nada. Se duerme como cada día. Y como cada día, cada mañana, como una máquina automática se despierta. Corre al inodoro, medio giro a la canilla, lava su cara, la seca. El pantalón. Los zapatos. Las monedas. El mate. Transporte. Trabajo. Cumple. Permiso. Perdón. Ordena. Dormita. Reza. Agradece. Duerme.

lunes, 4 de agosto de 2008

Ser

Como ustedes ya saben, La Muerte ha representado en mi vida uno de los temas (sino El Tema) que más ha llevado mis manos al papel. Luego de muchas idas y venidas, de estériles búsquedas de La Verdad entre lo comprensible y lo inalcanzable de la materia, creo haber dado con una explicación certera de lo que es la vida en realidad y su complemento con la muerte.
Debo antes aclarar que el tema no se agota en estas líneas, ya que durante mi argumentación irán surgiendo ideas imposible de abarcar en su totalidad. Más aún, cada vez que usted lea estas palabras surgirán en su mente otras nuevas que servirán de soporte a las anteriores, y así hasta siempre. Pero no caeré en el pecado de la soberbia creyéndome yo dueño de una verdad que en realidad no le pertenece a ningún mortal. No. Sólo me gustaría compartir algunas semillas de pensamientos con lectores atentos. Ese lector que siempre ha sabido darle tierra fértil a mis ideas y que juntos, a pesar de la distancia, hemos sabido regar.

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Podría yo comenzar diciendo que la vida termina cuando la muerte comienza. Eso es cierto, pero en nada nos ayuda para entender la complejidad –o no- del proceso. Podría también decir que la muerte nos es desconocida y que esa es una de las razones por la cual nos atemoriza. Pero, ¿hay en esta afirmación algún valor analizable que pueda llevarnos a un entendimiento sobre lo que es en realidad la muerte? La respuesta es muy simple: No. Agreguemos un ejemplo sencillo: No puedo explicar lo que es el teorema de Pitágoras diciendo que sus fórmulas me atemorizan, que su fin me es desconocido.
Pero para no desviarnos de lo nuestro comencemos diciendo que la Muerte es el verdadero nacimiento.
Siempre he creído que nacemos llorando porque creemos estar muriendo, porque sentimos que nos arrancan de nuestra “primera vida” sin saber que otra está comenzando. ¿Puede usted asegurarme que esta vida no sea el embarazo de una próxima vida que ya no necesite del cuerpo? No, no puede y no podrá jamás, salvo en la Verdadera vida, en la vida del Alma. Pero la respuesta ya no importará. Es más, no sabrá usted que hubo una vida anterior y ya estará sintiendo pánico por su próxima muerte. Muerte que no habrá de venir.
Es necesario hacer una aclaración en este momento. Debemos entender que el cuerpo y el alma son dos cosas completamente distintas y que nada tienen que ver entre sí. El alma está encerrada en el cuerpo, pero nada más. Es el cuerpo el tormento más grande para el alma y ésta última buscará librarse de él hasta conseguirlo. El alma nunca pierde porque el cuerpo tiene un enemigo imbatible: El Tiempo. Y tarde o temprano cae a sus pies. El Alma y el Tiempo siempre han sido grandes amigos y, sabios como son, han rechazado cualquier oferta de Dioses del Mal para vender su Secreto. Secreto que ningún hombre podrá conocer jamás por su condición de mortal. Hecha la aclaración podemos citar al gran pensador Jorge Polhanuer quien nos dice: “...El alma del hombre es semejante a los dioses y ha compartido con ellos la inmortalidad, en un ámbito amigo al tiempo, deleitándose en contemplar la verdad, única y eterna. Sin embargo no es tan perfecta como aquellos y ha venido a caer en este mundo, donde todo cambia y nada es permanente. El alma, inmortal, es prisionera de un cuerpo que nace y muere, y se halla sujeta a los deseos de ese cuerpo, pues ha olvidado su origen divino...” Su pensamiento, categórico, es muy claro y no necesita de aclaración alguna. Quiero agregar que nuestro mundo, ese mundo que nos ha hecho depender siempre de nuestros sentidos, es un mundo engañoso, y que en la medida en que dejemos de depender sin esfuerzo alguno de ellos, es ahí cuando estaremos listos para el definitivo desprendimiento del Alma con su prisión: el cuerpo. Esa alma es, queridos amigos, la luz a la oscuridad cambiante de los sentidos.
¿Cuántas veces hemos sentido el profundo deseo de cerrar los ojos y remitirnos a lo más primitivo de nuestro propio ser y no sentir absolutamente nada? ¿No hemos de notar que los momentos de más “felicidad” (por llamarlos de alguna manera) son cuando más inconscientes estamos de la vida en sí? ¿Por qué pensamos la vida como algo finito si en realidad no sabemos aún el porqué de la existencia? Preguntas, y más preguntas...
Es hora de detenerse. Tiempo, Alma, Muerte, cuerpo. Palabras vírgenes que nos esperan. Verdaderamente creo en la Eternidad, en que el Saber de lo inmaterial prevalecerá. Alguien podrá decir que soy demasiado optimista, a lo cual podré contestar que el hecho de que haya una vida eterna no significa que sea una vida de placeres. Además, creo que en determinado momento ya no será apropiado hablar de placeres, puesto que esa palabra lleva consigo la carga del cuerpo. Y el cuerpo, como ya he dicho, no es más que algo transitorio y contraproducente al verdadero sentido de la vida. Es cierto, el cuerpo se nos ha presentado como el medio de manifestación en esta vida. Es el Ser que nos representa, que nos pide alimento, que observa limitadamente, que entiende lo entendible, es el cuerpo de esta vida. Y esta vida nos da señales de un Alma que nos espera. Yo les aseguro que cuando lloramos por amor es el Alma que llora, pero ese tema, apasionante e inabordable, lo dejaré para otro día.
Hoy puedo decirles, y para ir cerrando el primer verso de una eterna poesía, que la Muerte es el comienzo de la Vida, que los colores son colores no porque las convenciones los impongan y los sentidos los perciban, sino porque el Alma así los ha querido inventándolos. Y que este cuerpo que nos da la posibilidad de pensar y hablar de todo esto, es sólo el médium primero de nuestra inmortal existencia. Ya el cuerpo se cansará de los sentidos y de un Alma que golpea sus puertas a rabiar. Y en ese momento daremos paso a la Verdad, sabremos prescindir entonces de los sentidos, confiando ahora en el Alma y en ninguna otra cosa, en lo que ella por sí misma capte de lo real como lo que es indiscutiblemente.

domingo, 3 de agosto de 2008

Secuencia

Qué bien ese pasto, fue una caricia más que humo lo que dejó. Pocas palpitaciones, cero paranoia, cero culpa. Las plantas le hablan, lo llaman por su nombre, cantan con felicidad y brindan a su salud con vasos imaginarios y sus manos de tallo. El mar del cuadro tiene olas de dos metros y a lo lejos, en el fondo de la secuencia, se ve cómo los pescadores de barba plateada juntan parsimoniosamente la red vacía. Cosquilleo en los brazos, temblor en el labio superior, costado derecho semirígido. Las agujas del reloj se abrazan a las seis y media. Su alma en bajada y con viento a favor. Se ríe y se busca en el espejo. Enciende la luz, la diferencia de tiempo entre la presión de su pulgar sobre la tecla y la aparición lumínica desde los sesenta watts fue de ocho segundos. No fue falla de la tecla. Parado frente al cuadrado marco especular se refleja con los ojos sangre. Una mano aparece en el espejo, se ríe aún más porque en el rincón más oscuro de su subconsciente sabe que todo esto es producto de la naturaleza. El espejo le devuelve su imagen detrás de una nube. La superficie del vidrio es un río que se mueve, y él se ve ahí danzando en el agua marrón, con una sonrisa que no es propia de él normalmente. El hambre espera. Miles de imágenes se superponen, es un collage de recuerdos vivos. Sin el efecto de la planta estas imágenes no serían tan nítidas. El subconsciente aflora, se muestra sin vergüenza, se manifiesta cuando se rasca la entrepierna sin importarle que alguien pueda verlo . Se ríe satánicamente, quiere encender otro y no tiene. Se angustia una milésima de segundo y luego se vuelve a reír. La música se termina, pone repeat. La escucha a lo lejos, como si viniera de la casa de al lado, con retrazo ¡pero el parlante está frente a él! El olorcito a pastel de papas del otro día lo envuelve. Las voces de ausentes susurran como abrazos presentes. Pelea de gatos o carrera de kartings en la bachicha, heladera vacía. Pan duro, manteca. Qué rico. Sprite sin gas, qué rica. En bolas frente a la pantalla. Se imagina que si le da un infarto y se muere lo van a encontrar en pelotas con el cenicero repleto de pasto quemado y se asusta. “¿Si me muero cómo le voy a explicar al mundo desde el hueco oscuro de mi tumba que esto no era mío, que estaba ahí cuando llegué?” Se pone el calzoncillo al revés. Se ríe. Ni loco se lo saca para ponérselo bien. Le mentiría al mundo desde la tumba, cuando le fueran a poner flores de vez en cuando, para algún doce de octubre o alguna Navidad. Todo se opaca por sus pensamientos grises. Se tira en el piso helado. La lámpara, cementerio de moscas, hace círculos cada vez más grandes. Va a chocar. ¿Va a chocar? Se prende la televisión. Se apaga. Algo se prende fuego. ¿Es afuera o adentro? La cero paranoia de antes ahora es cero coma uno. Una serpiente recorre sus tripas, le agrada la sensación de su piel escamosa por dentro de las achuras. Se para. Se tira en el sillón. El geranio lo mira espantado, sabe lo que piensa, nunca le gustó esa planta. Algo personal tiene con él, seguro. Una araña le recorre el brazo. No intenta detenerla, se siente acompañado. Trepa con sus extensas y flacas patas hasta el cuello, luego por un costado trepa hasta su oreja, parece sentarse de rodillas y le pide una moneda. “No tengo má” le contesta. El bicho se va refunfuñando. Desde la puerta de su cueva hace un gesto "tipo fuck you" pero en su idioma. La corre con la chancleta para hacer justicia pero la muy veloz se escapa aprovechando su diminuto tamaño. Vuelve al sillón un poco mareado. Alguien se lo corrió, terminó en el suelo. Eso dolió carajo. Como el Conde de Montecristo se siente bien contra lo duro y liso del piso. Fría sudoración. Sueño lejano. Ojos como platos. El corazón cumple. Mueve las piernas, los dedos. Se sienta luego en una silla de madera. El mar del cuadro se serena, los marineros ya juntaron sus redes. Sale la luna y se refleja en el agua calma. Las agujas del reloj siguen abrazadas a las seis y media. Ve una foto sobre la mesa que tiene vida, los que posan dicen güisqui, por detrás de los que posan un perro ladra. De pronto el flash que los enceguece, el grupo se desarma y cada uno va en busca de su vaso. Brindan por un año mejor. Comen nueces y beben sidra. Quita la mirada de la foto y la ubica como puede en un almohadón verde manzana. Noble invento el almohadón. Vuelve los ojos a la foto. El tiempo allí regresó y están todos posando, inmóviles. Rompe la foto. Intenta pararse, las piernas no son suyas. Se niegan a su orden a través de su quietud. Se ríe de sí mismo. Apoya los brazos cruzados sobre la mesa y la cabeza sobre los brazos. Escupe. La saliva rumbea hacia el borde de la mesa ayudada por Newton. Se duerme. Se para horas después y es de día. Se viste. Marineros estáticos, recuerdo de la araña, almohadón inanimado, lámpara gris. El timbre suena y lo devuelve a la otra realidad.

viernes, 1 de agosto de 2008

Realidad

Mi postura respecto a la realidad es la siguiente: Se habla de una realidad “objetiva” y de una “copia de la realidad”. Por ejemplo el lenguaje o la imagen serían una copia de la realidad que buscan representarla. Las representaciones mentales que nos hacemos de lo“exterior” nos permiten relacionarnos, pactar,entendernos limitadamente, registrar, recordar. Como si existiera un mundo que se nos enfrenta y al que interpretamos “copiándolo” a través de herramientas truncas.Mi pensamiento es que la realidad objetiva no existe.Al menos planteada de esa manera, como una piedra quieta y viva independientemente de nuestros sentidos,con la que nos tropezamos y cambiamos de lugar. Si tal realidad existiera, sería inabordable, como lo es Dios. ¿No será que la realidad considerada como copia es en verdad la realidad si se quiere “de tiempo cero”y la aparentemente objetiva no sea más que la devolución especular de lo esperable, lo posible? Una cruz es una cruz, pero antes de serlo fue madera o hierro. Antes de lograr su identidad – más importante que su materialidad- debe alguien estar delante de ella, viendo una cruz y no hierro o madera.Una cruz en el medio de la oscuridad de un campo, sola, no es nada por no ser nada para nadie. Los ojos la hacen cruz, como el pie hace una piedra, como los labios hacen besos.

Vamos caminando de noche, distraídos, mirando lostechos de las casas, de repente una rama que estaba en el camino nos hace caer. Nos dirán: La rama es la realidad objetiva que se hizo presente a través del tropezón. Error. La rama está allí para nosotros desde el tropezón y no antes. De no haberla pateado, esa rama jamás hubiera estado allí en el camino.
Es invierno y la temperatura es bajísima. Ordenamos café en un bar. Una vez servido lo tomamos apurados.Nos quemamos. Nos dirán: El café estaba caliente desde antes del sorbo. Error. El calor del café nació en lalengua y no antes.
Estoy frente a una mujer hermosa. Me imagino cómo sería besarla. De pronto se acerca y me dice que ha encontrado el amor a primera vista en mis ojos. Me besa. Me dirán: el amor a primera vista existía antesde mi encuentro. Error: El amor a primera vista se concretó en sus palabras y en sus labios que me besaron y no antes.

Ese encuentro es la realidad, es allí donde nace lo real. En las apariciones, en los olores, en las sensaciones de piel. Nunca antes. Una lágrima como reacción física a cierta emoción sólo cobra vida al mojarnos la cara, al hacerse presente sobre la piel.Lo que se entiende como realidad objetiva termina siendo un hecho sostenible solo desde la fe, desde el creer u opinar que antes de la percepción algo ya tenía vida sin la presencia de alguien. Es, endefinitiva, conformarse con el estado de las cosas antes de la presencia de uno. En verdad las cosas son a partir de uno y no frente a uno.Es perfectamente entendible que en general no se perciba de esta manera la realidad. Es conveniente y cómodo. Pensar que el escenario es anterior a nosotros, que es estático, mudo, es un buen consuelo ante la impotencia de lograr ciertos cambios. Debemos asumir que la realidad palpable es exterior, pero sepamos que su génesis es interior. La pereza mental y física no tienen un origen natural,sino personal y social, de elección conciente. Lamentablemente ambas predominan en la mayoría de la gente.
Resignificar la realidad desde mi punto de vista es comprometerse, cargarse en las espaldas la mochila de la responsabilidad sobre los actos, es moverse por caminos propiamente elegidos, creando una realidad única. Que la experiencia entendida como un hacer continuo sea la guía. Que nuestra visión sobre cualquier cosa en la vida se confirme o se refute en los hechos vividos y no en ideas ajenas es revolucionar el mundo. Deberían enseñarnos a mirar la luna de una vez por todas en lugar de mostrarnos el dedo que la apunta.

Licenciado Balán

La mujer, de unos cincuenta años tenía pasos cortitos, pero firmes. No superaba el metro sesenta, y tenía unas tetas grandes como sandías. El resto del cuerpo estaba bien disimulado detrás del color negro.
-Así que cien la media hora. ¿No puede ser ochenta? Le preguntó, con clara actitud histérica.
-Mi vida –dijo la señora deteniéndose justo en la esquina de Suipacha y Viamonte- no me hagas perder el tiempo. Son cien o arreglate con la derecha.
-Está bien...¡Qué carácter de mierda! Vamos a mi departamento. Balbuceó rezongando.
Una vez allí, le ofreció bebidas. Ella se sacó la ropa como para irse a dormir, estaba cansada. Se recostó en la cama deshecha y miró a su alrededor. Libros, vasos, discos. Le agradeció un vaso de licor que él le acercó. Le preguntó si no le molestaba, mostrándole un papel con la mano. Y con una sonrisa apenas visible peinó una línea de cocaína que compartió con él.
El seguía vestido. Ella le dijo que le quedaban veinte minutos, pero que si le daba para el taxi se quedaba un poco más. “Vamos a ver”, le contestó él.
El se recostó a su lado y le ordenó que empezara de una vez. La luz era tenue, y venía desde afuera. Mientras ella se disponía a colocarle el preservativo con la boca, él sacó una cuchilla de unos treinta centímetros de entre el colchón y la madera de la cama. Por la posición ella no se imaginaba lo que vendría. Él estaba recostado boca arriba, ella se había inclinado sobre su miembro, quedando su nuca a la vista de los ojos de él. Con la mano izquierda él le acariciaba la cabeza. Estaba esperando el momento justo. Ella estaba a punto de montarlo cuando le hundió casi por completo el filo de ese enorme cuchillo a la altura de la última costilla, desde atrás. Inmediatamente, antes de que ella se incorporara, tomó el cuchillo con fuerza y sosteniéndola de los sucios pelos le abrió la garganta de lado a lado. Luego la dio vuelta sobre la cama y la tendió como una marioneta. Mientras ella balbuceaba liberando brotes descontrolados de sangre por la boca, la nariz y el cuello abierto como una vagina en pleno parto, él la miraba fijamente a los ojos, mordiéndose la lengua. Tomó sin interrumpir sus movimientos otro cuchillo que había sobre la mesita de luz de algarrobo, y se lo clavó una y mil veces en la entrepierna. Después en el estómago. En un instante ella dejó de moverse, de toser, de pedalear en el aire. Los brazos de él no paraban de hacer semicírculos, cuyas puntas iban desde el respaldo de la cama hasta el torso de la muerta.
Fue a buscar un serrucho.
Le amputó un pié, cortando por arriba del tobillo.
El agua de la olla estaba a punto de hervir cuando colocó el trozo de cuerpo. Esperó una hora mientras el vapor humedecía los azulejos verdes. enseguida tomó el pié y le quitó las uñas con una tenaza, silbando. Lo dejó reposar en la heladera unos quince minutos. Luego comió dos o tres bocados, separando la piel previamente. Sus ojos estaban rojos. Por su rostro y su masticación parecía que el talón era la parte más sabrosa.
Durmió un poco en la cama, al lado de la puta muerta. Al despertar espantó las moscas y tomó nuevamente el serrucho y la seccionó en unas seis o siete partes, que luego colocó en una inmensa doble bolsa negra. También colocó dentro de la bolsa la ropa de cama, su ropa y los trapos que usó para limpiar la habitación.
Eran las tres de la mañana. Cargó al hombro la bolsa, la puso en el baúl de su auto y se marchó hacia la ruta 6. Luego de manejar hora y media se detuvo a un costado, en el pasto.
La noche era perfectamente oscura. Se alejó barranca abajo unos cuarenta metros con la bolsa asida fuertemente con ambas manos. Roció la bolsa con un líquido y desde lejos le arrojó un papel encendido.
Desde el retrovisor del auto contempló cómo las llamas se iban apagando.
La suerte estaba de su lado, ni un solo auto pasó.
Arrancó y manejó hasta Palermo. Estacionó el auto en el garage de la empresa y durmió hasta las 8 menos cuarto. En sueños vio aquel rostro terrorífico de su madrastra abusando de él junto a su padre.
-¿Café Licenciado? Le diría más tarde su secretaria.
- Por favor Elena, con dos de azúcar.
Y luego de un largo suspiro agregó:
-Elena, ¿tiene planes para este sábado?

viernes, 25 de julio de 2008

Yo desde mí

Puedo pasar de la desesperación a la total tranquilidad en un segundo. También de la más infantil alegría a la total oscuridad del pesimismo realista en un abrir y cerrar de ojos. Tengo la intolerable desdicha de la ultra sensibilidad. Puedo crear un mundo a partir de una piedra en el zapato. Puedo criticar cada canción que escucho sin ser capaz de crear media melodía. Puede un gesto casi invisible transformar mi destino y la valoración que tengo del mundo entero. Llevo con alegría desmesurada mi ropa psicópata. Escucho lo que dicen de mí pero sigo siendo igual aunque me cueste la vida. Aunque trato de disfrutar lo simple, mi elevado grado de crítica sobre todo me hace entristecer muchas veces al día. Puedo amar y odiar a la vez y justificar con argumentos sólidos que eso no es una contradicción. Me permito vicios secretos aunque con alto grado de culpa inmanejable. Hablando de culpa, siento culpa hasta por estornudar. Hasta hace poco creía una idiotez eso de “la gente común” cuando cierta celebridad se refería a gente desconocida, hoy lo estoy reconsiderando. Todo lo que hago es pensando en hoy, mañana puedo hacer lo contrario y creo que eso está bien. Puedo ser tan callado como locuaz. No creo en el destino escrito de antemano, aunque algo inexplicable hay en los caminos de todas las vidas. No creo en la vida después de la muerte, aunque no creo que la muerte sea sólo apagar la luz. Muchas veces siento que me pesa vivir, otras que el peso solo lo pongo al plantear estas cuestiones. Podrán decir lo que quieran, sexualmente hablando no hay como un buen beso. Cada vez que miro a mi alrededor veo menos gente querida. Nadie puede medir mis alas, ni siquiera yo, mucho menos cortarlas. El humo que libera este pasto cultivado quizás en Bolivia trota por mi sangre y limpia con Odex los rincones del cerebro, liberando alguna que otra buena idea: la naturaleza es sabia. Puedo jurar que amo con la misma cara que compro un Camel diez, o no. Casi nunca me fijo en el cuerpo, a veces sí. El teléfono celular atenta contra la comunicación verdadera; hace poco una amiga me decía cuánto le perturbaba estar compartiendo una mesa con alguien y que la conversación se interrumpa abruptamente por la campanilla del mensaje de texto. Si eso no es deteriorar la comunicación, díganme qué es. Puedo ser ahora el hombre más demostrativo de afecto y en diez minutos una pared de acero inerte. Seamos honestos, nada bueno puede durar por mucho tiempo. Dios existe. En la puerta del cielo dice “enseguida vuelvo”. El mucho ruido es al silencio lo que la mucha luz es a la oscuridad. Todo tiene su costado inasible, Charles Peirce lo explicó bien. Los verdaderos artistas no pueden ser sino seres desdichados; aunque brillen por fuera la almohada amanece siempre mojada. Tengo la capacidad de escuchar a los demás de tal manera que parece que su discurso me es muy interesante, a esto lo llamo “siesta diurna”. No sé diferenciar lo que pienso de lo que siento, porque de hecho no hay diferencia. La buena suerte me esquivó mucho tiempo, pero el vino y piernas al lado nunca faltaron. Considero valiente al que se ridiculiza concientemente. No me busquen en las calles, de día, búsquenme en los bares, de noche. Siento cierto fiero miedo ciego, cielo quiero, niego quieto y riendo pienso. El papel en blanco es una tortura, como la guitarra enfundada, como el pincel duro de pintura, como la vida de los cagones meticulosos. La llave de mi corazón ha sido arrojada en algún lugar del océano Pacífico y no tiene copia. De verdad, me hubiera gustado ser árbol, pero de esos que se ven desde cualquier ruta argentina, un álamo quizás, y tener muchos pájaros en mis ramas, sentir el agua por dentro, mis raíces moverse, mi cielo y mi sol, poder silbar y disfrutar de mi desnudez otoñal sin vergüenza alguna. Cuidado con la gente simpática, algo está tramando. Definitivamente la mujer debería tomar el toro por las astas y asumir su rol protagónico en cada suceso de la historia. No me culpen, para eso estoy yo. Quien se libera de las culpas tiene media batalla ganada. Mi muerte será por una falla cardíaca, igual no pienso apagar el faso ni un segundo antes. “Puedo escribir los versos más tristes esta noche” (pero igual no llegarán ni al tobillo de lo que mi corazón siente). Puedo dejar a una mujer simplemente para reconquistarla: no hay mejor estado de enamoramiento que el que uno siente cuando busca recuperar un amor perdido. Puede seguir amando uno una vez cumplido el objetivo, pero ya no será igual.

Refutación de la refutación del regreso

“El Regreso no es posible”. Dice Ricardo Poullet, un gran filósofo y pensador. Y cuando habla de Regreso, se refiere a ese regreso que todos anhelamos, al de volver a tiempos pasados. Su argumentación es muy sólida, porque además de detallar unas cuantas incongruencias con respecto al Regreso, asegura que aún volviendo no se vuelve.
Citemos a Poullet: “¿ De qué nos sirve volver a tener diecisiete años sabiendo lo que nos espera? Para ser más puntuales: ¿Declararíamos nuestro amor con tanta emoción a esa rubia adolescente que luego nos rechazaría redondamente?... Seguro que no.” Y fue aún más lejos: “Toda situación que protagonizáramos no sería para nada igual a la primera vez, seríamos un testigo de lujo de nuestros propios olvidos...”
El hombre tiene los pies sobre la tierra. De todas maneras yo creo que hay una forma de Regresar verdaderamente. Una forma que nos permite ser protagonistas, un Regreso en el cual nada es previsible.
Mi Regreso es a través de los sueños.
Los sueños son considerados como algo estéril, que mueren al despertar. Pero a caso no muere la vida cuando apenas uno despierta? ¿No es soñar la manera de vivir situaciones que durante la vigilia nos acosan inconscientemente?
No hace mucho tiempo soñé con el pibe que era hace unos cuantos años. Tenía aquel pantalón azul oscuro que me había traído una tía ya fallecida de un viaje a España, las zapatillas Flecha blancas y la camisa celeste con bolsillo en el lado izquierdo. Estaba en la puerta de mi casa en el barrio de La Paternal, y estábamos todos: el turco Amín, el rulito, el gordo, Juan Cruz, el zurdo y yo. Estábamos jugando a las escondidas. El zurdo “la estaba contando”; “... y el que no se escondió se embroma.”Gritó. Yo me había refugiado atrás del pilar de la casa de don Roque (escondite peligroso teniendo en cuenta el carácter de aquel viejo). Desde allí, agazapado, podía ver al turco y al gordo peleando por ver quién subía más alto al nogal de doña Lita. En ese instante lo vi al zurdo casi a mi lado. Quise entonces saltar de un sólo movimiento el pilar para ir a “la piedra” y salvarme de una casi inexorable próxima ronda contando. Fue allí cuando tropecé y caí de boca al suelo. Me había partido un diente, y no pude (a pesar de la presencia de mis amigos) contener el inevitable llanto. Lloraba mucho. Gritaba. Cuando vi a mi madre salir de mi casa con cara de desesperación desperté. Al separarme de la almohada por la exaltación noté que ésta estaba completamente mojada, al igual que mi rostro. Estaba llorando. Podía aún sentir el dolor de ese diente quebrado. Todo ese día recordé los rostros de aquellos vagos mejor que nunca. Había Regresado.
Me levanté entre una mezcla de alegría y de tristeza. Abrí la ventana y aquel pilar ya no estaba, ni el nogal, ni el zurdo, ni nadie. Tuve la certeza de que los volvería a ver otra vez. Me sentí perdido, sin una edad determinada. Me consolé con La Esperanza de que ellos también Regresaban. Tuve la sensación además de que en ese momento estaba pateando un penal en la almohada de algún viejo amigo.
Regresar es posible. Sólo el que olvida no Regresará jamás y ese nunca podrá ser nuestro amigo.






*Ricardo Poullet es un personaje ficticio.

domingo, 15 de junio de 2008

Secuencia

Qué bien ese pasto, fue una caricia más que humo lo que dejó. Pocas palpitaciones, cero paranoia, cero culpa. Las plantas le hablan, lo llaman por su nombre, cantan con felicidad y brindan a su salud con vasos imaginarios y sus manos de tallo. El mar del cuadro tiene olas de dos metros y a lo lejos, en el fondo de la secuencia, se ve cómo los pescadores de barba plateada juntan parsimoniosamente la red vacía. Cosquilleo en los brazos, temblor en el labio superior, costado derecho semirígido. Las agujas del reloj se abrazan a las seis y media. Su alma en bajada y con viento a favor. Se ríe y se busca en el espejo. Enciende la luz, la diferencia de tiempo entre la presión de su pulgar sobre la tecla y la aparición lumínica desde los sesenta watts fue de ocho segundos. No fue falla de la tecla. Parado frente al cuadrado marco especular se refleja con los ojos sangre. Una mano aparece en el espejo, se ríe aún más porque en el rincón más oscuro de su subconsciente sabe que todo esto es producto de la naturaleza. El espejo le devuelve su imagen detrás de una nube. La superficie del vidrio es un río que se mueve, y él se ve ahí danzando en el agua marrón, con una sonrisa que no es propia de él normalmente. El hambre espera. Miles de imágenes se superponen, es un collage de recuerdos vivos. Sin el efecto de la planta estas imágenes no serían tan nítidas. El subconsciente aflora, se muestra sin vergüenza, se manifiesta cuando se rasca la entrepierna sin importarle que alguien pueda verlo . Se ríe satánicamente, quiere encender otro y no tiene. Se angustia una milésima de segundo y luego se vuelve a reír. La música se termina, pone repeat. La escucha a lo lejos, como si viniera de la casa de al lado, con retrazo ¡pero el parlante está frente a él! El olorcito a pastel de papas del otro día lo envuelve. Las voces de ausentes susurran como abrazos presentes. Pelea de gatos o carrera de kartings en la bachicha, heladera vacía. Pan duro, manteca. Qué rico. Sprite sin gas, qué rica. En bolas frente a la pantalla. Se imagina que si le da un infarto y se muere lo van a encontrar en pelotas con el cenicero repleto de pasto quemado y se asusta. “¿Si me muero cómo le voy a explicar al mundo desde el hueco oscuro de mi tumba que esto no era mío, que estaba ahí cuando llegué?” Se pone el calzoncillo al revés. Se ríe. Ni loco se lo saca para ponérselo bien. Le mentiría al mundo desde la tumba, cuando le fueran a poner flores de vez en cuando, para algún doce de octubre o alguna Navidad. Todo se opaca por sus pensamientos grises. Se tira en el piso helado. La lámpara, cementerio de moscas, hace círculos cada vez más grandes. Va a chocar. ¿Va a chocar? Se prende la televisión. Se apaga. Algo se prende fuego. ¿Es afuera o adentro? La cero paranoia de antes ahora es cero coma uno. Una serpiente recorre sus tripas, le agrada la sensación de su piel escamosa por dentro de las achuras. Se para. Se tira en el sillón. El geranio lo mira espantado, sabe lo que piensa, nunca le gustó esa planta. Algo personal tiene con él, seguro. Una araña le recorre el brazo. No intenta detenerla, se siente acompañado. Trepa con sus extensas y flacas patas hasta el cuello, luego por un costado trepa hasta su oreja, parece sentarse de rodillas y le pide una moneda. “No tengo má” le contesta. El bicho se va refunfuñando. Desde la puerta de su cueva hace un gesto "tipo fuck you" pero en su idioma. La corre con la chancleta para hacer justicia pero la muy veloz se escapa aprovechando su diminuto tamaño. Vuelve al sillón un poco mareado. Alguien se lo corrió, terminó en el suelo. Eso dolió carajo. Como el Conde de Montecristo se siente bien contra lo duro y liso del piso. Fría sudoración. Sueño lejano. Ojos como platos. El corazón cumple. Mueve las piernas, los dedos. Se sienta luego en una silla de madera. El mar del cuadro se serena, los marineros ya juntaron sus redes. Sale la luna y se refleja en el agua calma. Las agujas del reloj siguen abrazadas a las seis y media. Ve una foto sobre la mesa que tiene vida, los que posan dicen güisqui, por detrás de los que posan un perro ladra. De pronto el flash que los enceguece, el grupo se desarma y cada uno va en busca de su vaso. Brindan por un año mejor. Comen nueces y beben sidra. Quita la mirada de la foto y la ubica como puede en un almohadón verde manzana. Noble invento el almohadón. Vuelve los ojos a la foto. El tiempo allí regresó y están todos posando, inmóviles. Rompe la foto. Intenta pararse, las piernas no son suyas. Se niegan a su orden a través de su quietud. Se ríe de sí mismo. Apoya los brazos cruzados sobre la mesa y la cabeza sobre los brazos. Escupe. La saliva rumbea hacia el borde de la mesa ayudada por Newton. Se duerme. Se para horas después y es de día. Se viste. Marineros estáticos, recuerdo de la araña, almohadón inanimado, lámpara gris. El timbre suena y lo devuelve a la otra realidad.

miércoles, 11 de junio de 2008

La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver*

(segunda edición en este blog)


El uso de los alucinógenos puede equipararse a las prácticas ascéticas: son medios predominantemente físicos y fisiológicos para provocar la iluminación espiritual. En la esfera de la imaginación son el equivalente de lo que son el ascetismo para los sentidos y los ejercicios de meditación para el entendimiento. Para ser eficaz el empleo de las sustancias alucinógenas ha de insertarse en una visión del mundo y del trasmundo, una escatología, una teología y un ritual. Las drogas son parte de una disciplina física y espiritual, como las prácticas ascéticas.
Las drogas no son fines sino medios. Si el medio se vuelve fin, se convierte en agente de destrucción. El resultado no es la liberación interior sino la esclavitud, la locura y no la sabiduría, la degradación y no la visión. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años. Las drogas alucinógenas se han vuelto potencias destructivas porque han sido arrancadas de su contexto teológico y ritual. Lo primero les daba sentido, trascendencia; lo segundo, al introducir períodos de abstinencia y de uso, minimizaba los trastornos psíquicos y fisiológicos. El uso moderno de los alucinógenos es la profanación de un antiguo sacramento, como la promiscuidad contemporánea es la profanación del cuerpo.
La acción de los alucinógenos es doble: son una crítica de la realidad y nos proponen otra realidad. El mundo que vemos, pensamos y sentimos aparece desfigurado y distorsionado; sobre sus ruinas se eleva otro mundo, horrible o hermoso, según el caso, pero siempre maravilloso. (La droga otorga paraísos e infiernos conforme a una justicia que no es de este mundo, pero que, indudablemente, se parece a la del otro según lo han descrito los místicos de todas las religiones.) La visión de la otra realidad reposa sobre las ruinas de esta realidad. La destrucción de la realidad cotidiana es el resultado de lo que podría llamarse la crítica sensible del mundo. Es el equivalente, en la esfera de los sentidos, de la crítica racional de la realidad. La visión se apoya en un escepticismo radical que nos hace dudar de la coherencia, consistencia y aun existencia de este mundo que vemos, oímos, olemos y tocamos. Para ver la otra realidad hay que dudar de la realidad que vemos con los ojos.
David Hume decía: “Nada cierto podemos afirmar del mundo objetivo y del sujeto que lo mira, salvo que uno y otro son haces de percepciones instantáneas e inconexas ligadas por la memoria y la imaginación. El mundo es imaginario, aunque no lo sean las percepciones en que, alternativamente, se manifiesta y se disipa”. Agrega: “When I view this table and that chimney, nothing is present to me but particular perceptions, which are made with all other perceptions”.
Lo que llamamos realidad no son sino “descripciones del mundo, pinturas”. Estas descripciones no son más sino menos consistentes e intensas que las visiones del efecto de la alucinación en momentos privilegiados. El mundo y yo: un haz de percepciones percibidas (¿emitidas?) por otro haz de percepciones.
La consecuencia son los escépticos. Como tal, usan la razón para mostrar las insuficiencias de la razón, su sinrazón secreta. La sinrazón de la razón, la incoherencia, aparecen también en la crítica de la razón. Para no contradecirse el escéptico tiene que cruzarse de brazos, resignarse al silencio y a la inmovilidad. Si quiere seguir viviendo y hablando debe afirmar, con una sonrisa desesperada, la validez no-racional de las creencias.
La función del humor no es distinta de la de las drogas, el escepticismo racional y los prodigios: Los brujos del humor se proponen a través de estas manipulaciones romper la visión cotidiana de la realidad, trastornar nuestras percepciones y sensaciones, aniquilar nuestros endebles razonamientos, arrasar nuestras certidumbres, para que aparezca la otra realidad.
El mundo de todos los días es el mundo de todos los días. Pero la otra vida está aquí. Sí, allá está aquí, la otra realidad es el mundo de todos los días. En el centro del mundo de todos los días centellea, como el vidrio roto entre el polvo y la basura del patio trasero de la casa, la revelación del mundo de allá. ¿Qué revelación? No hay nada que ver, nada que decir: todo es alusión, seña secreta, estamos en una de las esquinas del cuarto de los ecos, todo nos hace signos y todo se calla y se oculta. No, no hay nada que decir.






*Título original: La mirada anterior. Este collage de párrafos seleccionados caprichosamente de la pre-introducción al libro “Las enseñanzas de Don Juan” de Carlos Castaneda, fue escrito por Octavio Paz el 15 de septiembre de 1973.

Worker


Hopes


Quizás

Maldita fijación. Es inevitable. Piensa en la vida y la asociación con la muerte es instantánea. Como si dentro de su cabeza las autopistas alternativas de sinapsis estuvieran derrumbadas. Se mira y mira a su alrededor, la gente que quiere, que comparte momentos junto a ella, que la quiere y cree que la quiere, y se transporta a un tiempo en el que ya no estarán. Ve su tumba y las de ellos, desparramadas, solas. Y entonces se angustia, ve oscuro. La esperanza del reencuentro sin cuerpos la reconforta por segundos. Luego lo real, lo palpable. Una tumba, un nombre y quizás una flor. Y nada más. Dos días en la tierra que duran dos horas. Y entonces teje un monólogo mental argumentando y enumerando todas las rengas razones para ser feliz, para ser menos humano y más animal. Y se rescata de la cuerda o de alguna bala. Y después sirve café. Alguna tarea distrae su parte subconsciente. Esconde su Schoppenhauer latente y la vida sigue.

Quizás más tarde ría o llore. Quizás algún día sepa contentarse con la simpleza de un sol tibio o la lluvia mojando la tierra.

Quizás.